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FIN – CAPÍTULO 7

En el fondo del remolque sólo había un joven encapuchado en la esquina, supongo que se había asustado por cómo había abierto las puertas. Al verme, sacó una pistola y se dirigió hacia mí con paso firme y yo, al ver sus intenciones, toqué el suelo y el agresor se vio atraído por la tierra, cayéndose, sin poder levantarse.
         Ya veo cuáles son tus intenciones, así que, si no vuelves a intentarlo, podremos irnos sin que resultes heridos. – Le dije con tono confiado.
         ¿¡Qué narices eres!? – Me gritó mostrando el mayor pánico que jamás había visto.
Después de todo, llevé a la pandilla junto a la policía del pueblo y me dispuse a retomar mi camino inicial.
Llegué a la guarida, las chicas seguían en el lecho de muerte de Ana. Con rostros totalmente decaídos, me miraron y comenzaron a moverse un poco, invitándome a hablar con Susana.
         ¿Y bien? – Me dijo reprimiendo las ganas que tenía de llorar. – ¿Sabes lo que vas a hacer?
         Sí, no puedo dejaros solas en esta situación. Contad conmigo. – Tras decir esas palabras, nos abrazamos colectivamente.
Nos dirigimos a lo más profundo del bosque y, esperando a la noche, comenzaron con los preparativos: formaron un pentágono estrellado, siendo la fuente de poder propio de las brujas, compuestos de pétalos y sal, como elementos de unión mágica, velas, situadas en las puntas del pentágono y un cuenco con sangre.
Mis nervios comenzaban a exteriorizarse en el momento en el que todas comenzaban a comunicarse con la mirada.  Susana me miró y me dijo:
         ¿Cómo te sientes? – Se mostraba preocupada por mí. – Tranquilo, solo tienes que hacer lo que te vamos diciendo.
         De acuerdo. – Le dije.
         Su, el momento ha llegado. – Le dijo una de ellas.
         Sí, la noche está a punto de llegar al meridiano del cielo. – Me dijo convencida.
         ¿Qué hago?
         Sitúate en el centro del pentágono.
Y así lo hice: me coloqué en el centro de la figura y ellas en cada punta, justo en el momento en el que se situaron en sus puestos, sentí como la magia se empezaba a enlazar con nosotros. Todas parecían haber nacido para ese momento, sus mentes, sincronizadas, comenzaron a pensar en lo mismo y chasquearon los dedos con una sincronización perfecta, las velas se encendieron de un fuego azul eléctrico que conseguía un efecto hipnótico. Con la luna situada en el centro del cielo, coincidiendo encima de nuestras cabezas, las chicas comenzaron a recitar exactamente al mismo tiempo: “Llegado el momento, te pedimos a ti, Minerva, que nos concedas el don que nuestra Hécate ha cedido a su sucesor. No nos dejes solas, danos tu compañía. Cierra el círculo, cierra el destino.”
         Rápido, bebe lo que hay en el cuenco.
         Sí. – Así lo hice.
Una vez bebí la sangre, sin pensarlo dos veces, las velas tiñeron su llama del color natural del fuego, incrementando su tamaño durante unos segundos. El ritual no trajo consigo ningún efecto sobre mí, me sentía como si no hubiera hecho nada. Las aguas de los ríos que se encontraban por nuestro entorno, comenzaron a rodearnos, fundiéndose todas en una (supongo que eso simbolizaba la unión del aquelarre).
         Es hora de irnos. – Dijo Susana.
         ¿Por qué? –Dije. La verdad es que pensaba que nos íbamos a quedar mirándonos los unos a los otros. – No entiendo nada.
         Los cazadores de brujas pueden sentir los rituales de unión. Por suerte este bosque está alejado de nuestra base y les llevará tiempo saber dónde estamos.
         ¿Cazadores, en serio? – De repente, me había sumergido en un nuevo cuento de fantasía. – Pensé que era un cuento de hadas.
         No, son muy reales, por desgracia. Se dedican a alimentarse de la magia de las brujas.
         ¿Cómo? Pensé que simplemente las mataban.
         Ojalá… Pero se dedican a torturarlas y dejar que la sangre gotee en una especie de ungüento que les permita sobrevivir.
         Pero entonces ahora sabrán donde estamos. – A este plan le veía guas por todas partes, aunque ellas no parecían estar pensando en otra cosa.
         Esperemos que no nos encuentren y si lo hacen, que es lo más probable, debemos estar preparados.
         ¿Cómo?
         Ahora todos somos uno y …
         ¡Sh! – Dijo la rubia.
         ¿Qué pasa Laura? – Dijo Susana susurrando.
         Me ha parecido oír algo. Escondámonos por si acaso. – Nos metimos en varios arbustos de la zona.
         Oye, – Susana me agarró del brazo en el arbusto en el que estábamos. – no podemos dejar que le pasa nada a las chicas.
         Lo sé.
         No, no lo entiendes. Si alguna es asesinada, nos debilitaremos.
         ¿Yo también? – Cuando mencionó ese detalle, mi cabeza dejó de entender por qué habíamos hecho el ritual.
         No, tú, según Ana, sentirás un pequeño dolor en el corazón. Tus poderes no se verán afectados, al contrario, al ser menos en las que repartir tu poder, ganarás fortaleza.
De pronto, los sonidos ya no estaban sólo en la cabeza de la rubia, todos podíamos percibir lo que parecían ser pisadas.
         Es un hombre. – Dijo Susana.
         ¿Qué? – Le pregunté extrañado, pues había lanzado ese comentario en mitad de esa atmosfera de suspense.
         Es un hombre, las pisadas son lentas y, a juzgar por la intensidad de cada paso, es alto y robusto. Posiblemente un cazador. – Me asombraba la serenidad con la que había mencionado tales detalladas características. Posiblemente no haya sido la primera vez que se enfrentan a uno.
         ¿Qué hacemos? – Me comenzaba a poner más nervioso por cada segundo que pasaba.
         Se acerca, cállate. – La noche se había cerrado todavía más y ya no podíamos ver, desde nuestra situación, a las chicas.
Las pisadas comenzaban a sonar cada vez más cerca de nuestro arbusto. Las hojas de los árboles, movidas por el viento, emitían silbidos que intensificaban la tensión del momento. Justo cuando creía haber superado el miedo a que nos encontrara, las pisadas dejaron de sonar. Susana me cogió la mano con sigilo (estaba más tensa que nunca), gélida como la nieve me miró, intentando mandarme algún tipo de mensaje con sus ojos de cordero. Una voz ruda como el aullido propio del lobo, comenzó a emitir una risa en señal de logro. Desde el interior del seto podía ver su silueta, negra como la noche, prolongando sus brazos hacia nosotros con la intención de desvelar lo que ocultaba dicha vegetación. Antes de realizar su propósito, alguien gritó:
         ¡Eh! – Era Abril, una de las jóvenes que componían el círculo y que rara vez se había pronunciado.
         Pero mira a quién tenemos aquí – Dijo el hombre. – No esperaba tal visita.
Susana me impulsó hacia atrás con una ráfaga de viento para alejarme del arbusto y se levantó para que el cazador centrara su atención en ellas.
         ¿Susi? ¡Cuánto tiempo! –  Me frenó el tronco de un árbol situado a unos pocos metros.
Mi intención era ir a socorrer a Susana y Abril de aquella situación tan peliaguda, pero unas manos me cogieron por la espalda y me escondieron en otro arbusto.
         Ni se te ocurra. – Era la rubia, es decir, Paula. – Si te mata, estamos acabadas.
         No podemos dejarlas ahí.
         ¡Susurra, melón! Saben defenderse solitas. Debemos ir a base y prepararnos con la artillería más pesada que tengamos. De hecho, debemos coger el libro y buscar el hechizo de edu… – Paula fue impulsada hacia arriba, movida por una fuerza sobrenatural.
Así fue, Paula fue cogida por los pelos y tirada al suelo. Una vez me vio, hizo lo mismo conmigo. En el suelo sólo podía ver lo que me permitía la oscuridad y eso era a Susana y Abril atadas de pies y manos con la boca cosida. Paula intentó levantarse, pero el cazador, al verla, la agarró y la empujó contra un árbol. Desgarró su top y su falda, dejándola totalmente desnuda. La corteza del árbol comenzaba a envolver a la joven mientras ésta gritaba por el dolor que le causaba la piel del árbol. Una vez sujeta, el cazador sacó de su bolsillo una especie de medalla que le otorgaba la capacidad de la pirokinesis. Acercó la llama al pelo de Paula y prendió fuego a su larga melena rubia. Paula se desmalló del dolor e, incapaz de despertarse por alguna clase de circunstancia, dejaba de emitir esa señal de magia que sentía cuando ella estaba cerca de mí. Susana y Abril, también se habían desmayado. El cazador, al percatarse de lo mismo, se acercó a mí y dijo:
         Así que eres tú el Hécate. No me esperaba que fuera un hombre. – Sonrío. – Esto va a ser divertido.
         ¡Déjalas en paz! Tranquilo, de ellas solo quiero su sangre, de ti quiero tu poder.
         ¡Terra Vitae! – La tierra comenzó a moverse. – Mutatis.
         ¿Pretendes hacer lo que creo que quieres hacer? Un consejo: las arenas movedizas están pasadas de moda.
Me desmayé, no sé si del miedo o por la misma razón que ellas, pero lo hice. Me desperté en un lugar tenebroso, con las paredes pintadas de sangre y el suelo cubierto de órganos humanos. Todas las chicas del círculo, estaban colgando de las paredes, con el estómago abierto de par en par, sin una gota de sangre en su cuerpo.
No podía creerme lo que estaba viendo, siempre me habían transmitido una imagen de inmortalidad y fortaleza que se me había desmontando justo en ese momento. Me refugiaba en la idea de que mi cabeza, una vez más, estaba jugando conmigo, pero creo que no era así.
“Desde tiempos inmemorables, las brujas han sido quemadas en la hoguera, creyendo que sería la única manera de acabar con ellas. El ser humano ha vivido equivocado durante mucho tiempo. La cremación otorgaba a esta raza el don de la reproducción, encarnándose en las futuras generaciones de humanos. Esto, las brujas lo sabían y se lo habían callado, permitiendo que las de su especie sufrieran. Ambos tenemos algo en común ¿sabes? Somos los elegidos de nuestra especie. Tú, el único varón de tu especie, destinado a acabar con esta maldición que os persigue durante años, los cazadores. Y yo, el elegido para acabar de una vez por todas con los de tu calaña. Creo que ha quedado claro quien ha logrado su cometido ¿no es así? ¡He descubierto la forma de eliminaros! Arrancándoos cada órgano de vuestro podrido cuerpo. Pero tú eres diferente, Prometeo se ha encarnado en ti, dándote la eterna maldición de regenerar tus órganos una y otra vez. Pero toda maldición tiene un fin. Con esta daga, te inyectaré un veneno que acabará con tu maldición. Sólo me queda decir: de nada por la cura.”
Me clavó el cuchillo, empezando por la tráquea, hasta mi abdomen.  Comenzó a vaciar mis órganos de mi cuerpo y yo, sin sentir ningún dolor, solo podía ver cómo lo hacía. Parecía un mero espectador de la película de miedo más realista de la historia. Por primera vez, mis poderes se habían alejado de mí, dejándome una sensación de vacío.
“Con tu muerte, futuras generaciones de brujos y brujas, harán que sus poderes queden sellados de por vida. ¡Por fin ha llegado el momento en el que sólo los cazadores podamos dar un verdadero futuro a nuestro mundo!”

Después de sus palabras, cogió los botes con la sangre de las difuntas brujas y se fue, sin echar la vista atrás. No sé por qué, tal vez por el peso adicional que provocaban mis órganos deslizándose al exterior de mi cuerpo, las cuerdas que me sujetaban por las muñecas se rompieron, dejándome caer al suelo. Cogí el bote que había encima de su mesa tras deslizarme todo lo que pude. En él sellé con una frase el contenido de dicho frasco. Decidí guardar ahí mi último hechizo: quien abriera la caja, desbloquearía los poderes de aquellos que empezaban a experimentar ciertas habilidades en sus cuerpos. Sólo de esa manera, los brujos serían capaces de sobrevivir otra generación y no defraudar, así, a la palabra de Ana. Me sentía cada vez más débil, sin fuerzas para seguir con los párpados abiertos. No podía creer que el último recuerdo que fueran a grabar mis retinas fuera a mí mismo, desnudo y destripado en una habitación en las que mis chicas, que en un primer momento habían sido desconocidas para mí como un grupo de ancianas, habían yacido de la misma manera que yo: desnudas y defraudadas por haber confiado en alguien que no sabía defenderse a sí mismo.

Capítulo 6


La situación comenzó a ponerse más tensa de lo que estaba. Ana estaba temblando y sudando en la cama.

         Aras, me estoy muriendo. Creo que no es necesario decirlo. Tus habilidades han estado creciendo durante estas últimas semanas. – Hizo una pausa para hidratar su garganta. – Cada día me quedo más tranquila sabiendo que mis chicas estarán a salvo contigo.

         Ana ¿puedo hacer algo para que te sientas mejor? – No quería verme en la situación de contemplar al círculo sin el control de Ana.

         Esto es inevitable Aras. Ahora todo depende de ti. Mi muerte simboliza el fin de una era y el comienzo de otra. Si no cierras el círculo, la magia morirá en el momento en el que los mortales te sepulten bajo tierra. Si lo cierras, mis niñas podrán protegerse y seguir cultivando la magia por el mundo.

         Ana…

         No te estoy obligando a nada, mi deber como Hécate es advertirte de ambas posibilidades. Pero antes de irme, me gustaría pedirte una cosa.

         Lo que quieras.

         No dejes que mis chicas vean mi ida.

         Sí, no te preocupes. Pase lo que pase las protegeré Ana.

         No lo dudo. Tráeme un cigarro, anda.

         No sé si deberías.

         Venga, mi destino ya está sentenciado haga lo que haga. – Justo en ese momento no dejaba de toser. – ¿No lo ves?

         Vale… – Cogí uno de su cajetilla situada en la mesa que tenía en frente a su cama. – Aquí tienes.

         Gracias. A propósito, Aras.

         Sí. – Su cara había cambiado totalmente.

         Como les pase algo, te juro que volveré para hacerte pagar por su muerte.

         Descuida.

Se llevó el cigarro a la boca e intentó encenderlo con su dedo, aunque no lo había conseguido. Era evidente estaba ya muy débil. Contemplé la habitación en la que me encontraba, era totalmente distinta a la guarida. Volví a mirar hacia Ana con la intención de preguntarle sobre el origen de la cueva, pero ya se encontraba durmiendo en el sueño eterno.

 Apagué su cigarro y coloqué mi mano sobre su cabeza diciendo: “requiescat in pace”. Susana entró en la habitación y, al ver a la que era su líder, se desplomó frente ella. Intenté consolarla tocando su hombro. Era curioso, ya no sentía esa chispa que notaba cada vez que tocaba a cualquiera de ellas. La muerte de Ana debió acabar con su magia. Al ver que no la conseguía calmar, me dispuse a abandonar el lecho de muerte.

         ¿Qué vas a hacer? – Me dijo conteniendo las lágrimas sin cambiar la orientación de su mirada.

         Te quería dejar un rato con ella y…

         No, ahora no. Me refiero a ¿qué vas a hacer ahora con el aquelarre?

         Pues todavía no lo sé. Necesito tiempo para pensar y saber qué ha…

         ¿Tiempo? Nuestra magia se eliminará por completo pasadas las veinticuatro horas si no volvemos a cerrar el círculo.

         Pues tendréis respuesta antes del plazo.

No dijo nada más después de eso. Me fui de la cueva mientras todas acudían junto Susana. Puesto que no contaba con el tiempo a mi favor, me planteé ambas posibilidades. No cerrar el círculo y eliminar la magia para siempre una vez yo muero, o bien, cerrar el círculo y asumir qué si algún día tenga hijos, condenarlos a sufrir lo mismo que yo. No podría correr ése riesgo.

De camino a mi casa, me encontré con dos niñas que estaban jugando en la carretera con la cuerda. En mi barrio los niños siempre juegan en la carretera porque es el único sitio amplio que carecía de límites, pero ese día sólo estaban ellas dos. Me quedé estático, contemplando su manera de jugar y de lo felices que estaban ignorando la existencia de los dos mundos. De pronto un coche que, se dirigía a ellas como un rayo, las vio tarde y comenzó a pisar el freno cuando ya era demasiado tarde. Me quedé paralizado sin poder hacer nada, mientras veía cómo eran arrolladas por la máquina de hierro. Una de ellas, la que parecía la más pequeña, no mostraba heridas o por lo menos no las aparentaba porque se levantó efusivamente junto a su amiga.

         ¡Marta! ¡Marta! – Intentaba llamar a su amiga mientras lloraba encima de ella.

         ¡Eh! – Le dije mientras corría hacia ella.

         ¡Ayúdanos, por favor! – Su cara reflejaba el pánico y la mayor tristeza que jamás pude ver.

         Tranquila ¿estás bien? – Sólo tenía un rasguño en su frente.

         Sí… ¡Marta!

         Tranquila, sólo está dormida. Avisa a tus padres, rápido.

         ¡Sí! – Se fue corriendo hacia el horizonte.

         Vamos a ver – Comencé a susurrar. La niña estaba viva, sólo necesitaba un empujón para volver a estar consciente y dejar de luchar entre la vida y la muerte. – Vamos, sequere ad lucem. – Abrió los ojos, tosiendo muy fuerte.

         ¿Dónde estoy?

         Tranquila, respira, respira. – Le daba pequeños toques a su espalda para rebajar sus pulsaciones.

         ¡Eh, eh! – Escuchaba a una voz a lo lejos. Era la niña de antes. – Mis padres no estaban en casa y… ¡Marta!

         Te dije que sólo estaba dormida. – Solté una pequeña sonrisa para tranquilizarla. Ahora no podía curarla, la niña ya vio sus heridas y resultaría un poco raro explicar la desaparición de tales daños. Había demasiada sangre en el suelo, aunque viendo las heridas de la mayor, era lógico, tenía una herida muy grande. ¡La pequeña ya no tenía el rasguño en la frente!

         Loise, avisa a mi madre… me encuentro muy débil. – Maldición, estaba perdiendo mucha sangre.

         Oye mira, si hago una cosa ¿me prometes no decírsela a nadie?

         ¡Lo juro! – Tenía que fiarme de la palabra de una niña de cinco años.

         Sana, sana, sana… – Tocaba la cabeza de la niña para curar la brecha que tenía.

         ¡Wow! ¡Haces lo mismo que yo! – Mi corazón dio un giro de trescientos sesenta grados. – Aunque yo sólo me lo puedo hacer a mí.

         ¿A qué te refieres? ¡Explícate!

         Loise nunca tiene heridas ni rasguños porque su piel se cierra enseguida. – Dijo la mayor.

         Así es. No sé por qué, pero no recuerdo tener heridas como la gente normal. – No había entendido nada. Ahora las dos opciones relacionadas con el círculo se habían reducido a una sola. La magia no moriría si no lo cierro.

         Bueno, debo irme. Ahora ambas estáis bien. Recuerda Loise, no se lo cuentes a nadie.

         Te lo prometo.

Después de eso, ambas se fueron hacia el horizonte, perdiéndolas de vista. No entendía cómo podía existir gente con habilidades tan asombrosas como la regeneración instantánea, aunque no podía juzgar tales actos después de lo que me había pasado durante este tiempo.

Fui al parque del pueblo y comencé a reflexionar sobre mi decisión. Tras muchas horas de meditación, me dispuse a contárselo a las chicas y, para ello, debía ir a la guarida. De camino al escondite, un camión estaba parado en la carretera, en mitad de la nada. Un grupo de jóvenes estaban parados detrás de él, esperando a que las puertas del vehículo se abrieran. La situación no me olía bien, me escondí tras un arbusto y comencé a contemplar el panorama.

El conductor parecía estar dormido y los jóvenes forzaban con una palanca las puertas traseras, parecía que en su interior hubiera algo que merecía la pena. Era plena tarde y la luz del Sol me hacía hervir la sangre, sabiendo que, si actuaba, alguno sería capaz de escaparse.  De pronto, se me ocurrió hacer algo. Abrieron las puertas y comenzaron a sacar cajas de aparatos eléctricos. Toqué la hierba con mis manos e invité a la misma a revelarse contra ellos. De pronto, el suelo que pisaban comenzaba a explotar, como si les lanzaran granadas. Asustados, comenzaron a gritar y corrieron como si la vida les fuera en ello, uno se quedó encerrado en el almacén del vehículo. Salí del arbusto y perseguí a uno de ellos. Cuando el resto de su grupo se fijaron que el causante de las explosiones fuera yo, vinieron hacia mí y me rodearon.

         ¿Qué se os ha perdido en el camión, chicos? – Les dije confiado, con la seguridad de no ser abandonado por mi magia.

         ¿Cómo has hecho eso con la tierra? –  Dijo uno de ellos.

         Ya que yo no recibo respuesta, vosotros tampoco. ¡Aspergo! –  Dije mientras les lanzaba la tierra que tenía guardada en mis bolsillos. Todos se frotaron los ojos y agacharon para no perder el equilibrio. –  Somnus omnis.

Dejé a todos dormidos y me dirigí al camión. Efectivamente, el conductor estaba dormido, apoyado contra el volante. Estaba herido, la sangre circulaba por toda su cara y había perdido la consciencia por el golpe, aunque el vehículo no parecía haber sufrido un choque. Los gamberros le habían atizado y lo dejaron ahí, haciendo parecer que había tenido un accidente de tráfico.

         Sana, sana, sana…– Curé la herida que necesitaba puntos. – Valem, valem. – Se despertó de un espasmo.

         ¿¡Qué está pasando!? – Decía mientras miraba a todos los lados. – ¡La mercancía!

         Tranquilícese, no pasa nada. Todo está bien. – Se escucharon unos golpes desde la parte de atrás. – Quédese aquí. Enseguida vengo.


Me dirigí al contenedor del vehículo y me situé en frente a las puertas cerradas. Los ruidos no cesaban, se notaba como los puños del ladrón chocaban con las paredes del remolque. Centré mi atención en las puertas y se abrieron de golpe para revelar la identidad del individuo.

Capítulo 5

Así fue, me enseñaron los trucos más básicos de ese mundo, a manejar mis emociones (pues los poderes van ligados a ellas) y a analizar cada situación. Todavía no me habían enseñado su escondite y eso me frustraba porque me daba la sensación de que querían ocultarme algo o que no confiaban ciegamente en mí.

Dos meses después de lo de mi tía, todo había cambiado: el bar iba, como se suele decir, “viento en popa a toda vela” porque mi jefa, que ya estaba recuperada del “incidente”, había contratado una camarera que parecía un androide programado para la máxima producción de dinero; mis estudios del latín progresaban adecuadamente… No os voy a engañar… me aprendía algunos conjuros importantes y poco más. En cuanto a mi tía, se había olvidado de los últimos años. Al parecer con tan sólo pensar en aquella mujer que me sostenía cuando tenía siete años, la conduje directamente a ese momento, ya no es una alcohólica perdida, ahora es una mujer joven que procura buscar mi bienestar y, sobre todo, mantiene la casa limpia y me hace la comida.

Todo volvía a ser una rutina constante, esta vez, después de trabajar tenía que ir a practicar un poco con la brujería y mi tía, por supuesto, no sabía nada de todo esto.

La rutina fue rota en un día en el que estaba trabajando, sirviendo a todos los clientes a los que podía. Los ancianos estaban jugando su partida al cinquillo y un grupo de estudiantes de la universidad de al lado comiendo unos filetes de ternera. Justo en el momento en el que uno de los jóvenes me pidió una cerveza, la puerta se vio golpeada por un hombre que cargaba una escopeta:

         ¡Todo el mundo quieto! – Decía gritando. – ¡Cómo vea a alguien moverse, no me lo pienso dos veces! – La gente, obviamente, se empezó a temer lo peor.

Mirándome, me ordenó ir a la caja y darle todo lo que tenía. Era curioso, no tenía miedo, sentía como mi magia me abrazaba, tan sólo estaba esperando al momento oportuno.

         No tienes que hacer esto… – Le dijo uno de los universitarios. – Vete y nadie dirá nada.

         ¿¡Yo que he dicho!? – Le disparó, dejándole una mancha terrible en el centro de su torso. La gente empezó a alarmarse, todavía más.

Estaba claro que esa era la señal más clara que podía recibir, por lo que decidí poner medidas y le di un toque en la espalda, al girarse nos miramos a los ojos fijamente y su mirada asesina fue menguando hasta caerse al suelo desplomado. Me agaché junto al joven, mientras lo rodeaban sus amigos:

         ¡Salid y llamad a una ambulancia, rápido! – Les dije para intentar hacer algo con él.

         No podemos dejarlo aquí. – Me había dicho uno que no estaba tan pálido como el resto del grupo.

         ¡Rápido! – Lo ignoré. – ¿No ves que se está muriendo?

Tras decirle eso, el grupo entero salió del bar y los ancianos no podían verme desde el segundo piso del bar. El chaval no podía respirar, era obvio.

         Vamos, tú puedes. – Me decía a mí mismo. – Sólo tengo que relajarme.

Junté las manos sobre su pecho ensangrentado y, sin decir ninguna palabra, utilicé el poder de mi mente y comencé visualizar su pecho inalterado por la fuerza del proyectil. Con los ojos cerrados notaba como se movía la piel, volviendo a su estado natural. A medida que iba regenerando su piel, yo me notaba más cansado. Cuando dejé de notar el movimiento, abrí los ojos y, efectivamente, tenía el pecho perfectamente curado, pero él seguía sin vida. Me sentía demasiado cansado como para devolverle la vida. Apenas podía moverme, apenas podía respirar de la escasa energía que me quedaba. Entonces, llegaron las chicas y, viendo la situación, se acercaron a mí y comenzaron a formar un círculo.

         Tranquilo Aras, ya estamos aquí. – Me dijo Susana. – Vamos a intentar hacer el hechizo entre todas y evitar así… ya sabes.

         Venga, todas en círculo, – dijo la rubia –  tomad las manos de la de al lado y comenzad a decir el hechizo.

A lo que se refería Susana era que cuando alguien desafía a la muerte, devolviéndole la vida a alguien, la balanza se desequilibraba y para restaurar el orden natural de las cosas, era el mismo destino el que la restaura quitándote algo o a alguien que quieres.

         “Ressurrexit a mortuis, suscitare de veritate”. –  Decían todas juntas pensando que, si lo recitaban, la balanza no se vería tan afectada.

         ¡Seguid, chicas! – Dijo la rubia mientras el cuerpo del hombre comenzaba a dar espasmos, tal que si le estuvieran practicando el galvanismo.

En un instante, se levantó exaltado, aspirando fuerte todo el oxígeno que los pulmones podían aguantar. Poco a poco empezaba a recobrar el aliento y la cordura. El grupo parecía agotado y yo cada vez más, parecía que se estaban alimentando de mí.

         ¿Cómo estás? –   Se acercó a mi Susana. –  Lo has hecho muy bien, cada vez lo haces mejor.

         No sé, un poco agotado.

         Es normal, sobretodo estando nosotras aquí. Lo que has hecho consume mucha energía mental y mucha más si no tienes cierta experiencia. Aun encima nosotras hemos realizado un hechizo de resurrección, uno de los hechizos más costosos y lleno de consecuencias que puede haber. También hemos terminado agotadas e, inconscientemente, nuestras almas se conectan con la tuya para nutrir nuestra magia. ¿Prefieres que nos vayamos?

         No, quedaros un rato en el bar e intentad ayudarlo. Dejadlo en la ambulancia que llegará en breves.

         Muy bien. Por él no te preocupes, cuando mueres, el alma se queda vagando unos minutos por nuestro mundo, observando su propio cuerpo. Cuando alguien lo resucita, el alma vuelve al cuerpo recordando vagamente lo que ha visto. En fin, voy a ver como está. – Se levantó y se acercó al joven.

         ¡Muy bien! ¿Has visto como la imaginación puede hacer los hechizos más poderosos? – Me dijo la rubia que se acercaba cada vez más.

         Sí… Bueno, no me gusta cómo me deja de estado anímico.

         Lógico, creo que es el hechizo más fuerte que has hecho nunca. Lo de tu tía, ya parece un juego de niños ¿eh?

         Sí. Creo que necesito tumbarme.

         Espera, – Cogió mi mano – “Valem, Valem”.

         ¿Qué has hecho?

         Tendrías que sentirte más vigoroso. – Su rostro comenzó a manifestar inseguridad.

         Me noto igual la verdad. Por cierto, hay una cosa que no entiendo: ¿por qué os alimentáis de mí fuerza vital? No he hecho el ritual.

         Eso es porque nuestros lazos se están estrechando más de lo que crees, por eso poco a poco todos nos estamos haciendo uno. Si hubieras hecho el ritual, ahora mismo te recompondrías mucho más rápido, porque tú también te alimentarías de nosotras. 

         ¡Laura, ven! – Habían llamado a la rubia desde el grupillo. Gracias a la llamada, supe su nombre.

         Dame un segundo, guapo.

La situación me comenzaba a superar. Lo de curar a las personas, mover los objetos con la mente, congelar el agua e incluso devolverle la juventud a mi tía, está muy bien pero no compensa por cómo me siento después. Si no hacía el ritual condenaba al aquelarre y si lo hacía, me condenaba a mí.

Todo lo que pasó ese día quedó como una anécdota. La ambulancia llegó e inspeccionó al joven que solo alegaba que se encontraba confuso y con el pecho depilado. Los amigos que lo acompañaban se quedaron asombrados al ver cómo su colega se encontraba en perfecto estado y le dijeron al cuerpo policial que se había quedado conmigo. Lo único que dije fue que el disparo no le había alcanzado y que me acerqué a él cuando agredí al ladrón. En fin, todo quedó resuelto y nos pudimos ir a nuestra casa.

Pocos días después el aquelarre vino a mi casa y me pidieron que las siguiera. Así lo hice: fuimos caminando por todo el pueblo hasta llegar a una montaña. Se detuvieron frente a ella y me miraron seriamente.

         ¿Qué pasa? Es una montaña muy bonita.

         Aguarda. – Las seis que componían el aquelarre tocaron la montaña y ésta comenzó a separarse, rompiéndose, dejando una silueta para pasar a través de ella. –Adelante, es hora de que veas algo.

Al entrar por ahí, me encontraba en el interior de una casa, o eso parecía. Sólo podía ver estanterías llenas de libros y, a simple vista, eran libros de brujería: tarot, nigromancia e incluso astronomía. Todo estaba decorado como si se tratara del siglo XVI, pero con teléfonos, televisiones y ordenadores. Al fondo estaba Diana, acostada sobre un lecho de hiedras. Fui corriendo junto a ella.

         Tranquilo – me dijo Susana al ver mi cara de preocupación. – Está bien, las hiedras ayudan a que esté en un sueño profundo y enredan sus recuerdos. Esta es la única manera de que no tenga consecuencias sobre el resto de sus recuerdos.

         Pero ¿cuánto le falta para estar bien? – Le dije mientras acariciaba su cabello.

         Es difícil saberlo. Vente, no te hemos llamado por esto.

Comencé a seguirla y me llevó a la zona que parecían ser los dormitorios. En la cama más grande estaba Ana, tumbada, pálida y gélida.


         Queremos decirte algo.