Capítulo 5
Así fue, me
enseñaron los trucos más básicos de ese mundo, a manejar mis emociones (pues
los poderes van ligados a ellas) y a analizar cada situación. Todavía no me
habían enseñado su escondite y eso me frustraba porque me daba la sensación de
que querían ocultarme algo o que no confiaban ciegamente en mí.
Dos meses
después de lo de mi tía, todo había cambiado: el bar iba, como se suele decir,
“viento en popa a toda vela” porque mi jefa, que ya estaba recuperada del
“incidente”, había contratado una camarera que parecía un androide programado
para la máxima producción de dinero; mis estudios del latín progresaban
adecuadamente… No os voy a engañar… me aprendía algunos conjuros importantes y
poco más. En cuanto a mi tía, se había olvidado de los últimos años. Al parecer
con tan sólo pensar en aquella mujer que me sostenía cuando tenía siete años,
la conduje directamente a ese momento, ya no es una alcohólica perdida, ahora
es una mujer joven que procura buscar mi bienestar y, sobre todo, mantiene la
casa limpia y me hace la comida.
Todo volvía a
ser una rutina constante, esta vez, después de trabajar tenía que ir a practicar
un poco con la brujería y mi tía, por supuesto, no sabía nada de todo esto.
La rutina fue
rota en un día en el que estaba trabajando, sirviendo a todos los clientes a
los que podía. Los ancianos estaban jugando su partida al cinquillo y un grupo
de estudiantes de la universidad de al lado comiendo unos filetes de ternera. Justo
en el momento en el que uno de los jóvenes me pidió una cerveza, la puerta se
vio golpeada por un hombre que cargaba una escopeta:
–
¡Todo el mundo quieto! – Decía gritando. – ¡Cómo
vea a alguien moverse, no me lo pienso dos veces! – La gente, obviamente, se empezó
a temer lo peor.
Mirándome, me
ordenó ir a la caja y darle todo lo que tenía. Era curioso, no tenía miedo, sentía
como mi magia me abrazaba, tan sólo estaba esperando al momento oportuno.
–
No tienes que hacer esto… – Le dijo uno de los
universitarios. – Vete y nadie dirá nada.
–
¿¡Yo que he dicho!? – Le disparó, dejándole una
mancha terrible en el centro de su torso. La gente empezó a alarmarse, todavía
más.
Estaba claro
que esa era la señal más clara que podía recibir, por lo que decidí poner
medidas y le di un toque en la espalda, al girarse nos miramos a los ojos
fijamente y su mirada asesina fue menguando hasta caerse al suelo desplomado.
Me agaché junto al joven, mientras lo rodeaban sus amigos:
–
¡Salid y llamad a una ambulancia, rápido! – Les
dije para intentar hacer algo con él.
–
No podemos dejarlo aquí. – Me había dicho uno
que no estaba tan pálido como el resto del grupo.
–
¡Rápido! – Lo ignoré. – ¿No ves que se está
muriendo?
Tras decirle
eso, el grupo entero salió del bar y los ancianos no podían verme desde el
segundo piso del bar. El chaval no podía respirar, era obvio.
–
Vamos, tú puedes. – Me decía a mí mismo. – Sólo
tengo que relajarme.
Junté las
manos sobre su pecho ensangrentado y, sin decir ninguna palabra, utilicé el
poder de mi mente y comencé visualizar su pecho inalterado por la fuerza del
proyectil. Con los ojos cerrados notaba como se movía la piel, volviendo a su
estado natural. A medida que iba regenerando su piel, yo me notaba más cansado.
Cuando dejé de notar el movimiento, abrí los ojos y, efectivamente, tenía el
pecho perfectamente curado, pero él seguía sin vida. Me sentía demasiado
cansado como para devolverle la vida. Apenas podía moverme, apenas podía
respirar de la escasa energía que me quedaba. Entonces, llegaron las chicas y,
viendo la situación, se acercaron a mí y comenzaron a formar un círculo.
–
Tranquilo Aras, ya estamos aquí. – Me dijo
Susana. – Vamos a intentar hacer el hechizo entre todas y evitar así… ya sabes.
–
Venga, todas en círculo, – dijo la rubia – tomad las manos de la de al lado y comenzad a
decir el hechizo.
A lo que se
refería Susana era que cuando alguien desafía a la muerte, devolviéndole la
vida a alguien, la balanza se desequilibraba y para restaurar el orden natural
de las cosas, era el mismo destino el que la restaura quitándote algo o a
alguien que quieres.
–
“Ressurrexit
a mortuis, suscitare de veritate”. –
Decían todas juntas pensando que, si lo recitaban, la balanza no se
vería tan afectada.
–
¡Seguid, chicas! – Dijo la rubia
mientras el cuerpo del hombre comenzaba a dar espasmos, tal que si le
estuvieran practicando el galvanismo.
En un
instante, se levantó exaltado, aspirando fuerte todo el oxígeno que los
pulmones podían aguantar. Poco a poco empezaba a recobrar el aliento y la
cordura. El grupo parecía agotado y yo cada vez más, parecía que se estaban
alimentando de mí.
–
¿Cómo estás? –
Se acercó a mi Susana. – Lo has hecho muy bien, cada vez lo haces
mejor.
–
No sé, un poco agotado.
–
Es normal, sobretodo estando nosotras aquí. Lo
que has hecho consume mucha energía mental y mucha más si no tienes cierta
experiencia. Aun encima nosotras hemos realizado un hechizo de resurrección,
uno de los hechizos más costosos y lleno de consecuencias que puede haber.
También hemos terminado agotadas e, inconscientemente, nuestras almas se
conectan con la tuya para nutrir nuestra magia. ¿Prefieres que nos vayamos?
–
No, quedaros un rato en el bar e intentad ayudarlo.
Dejadlo en la ambulancia que llegará en breves.
–
Muy bien. Por él no te preocupes, cuando mueres,
el alma se queda vagando unos minutos por nuestro mundo, observando su propio
cuerpo. Cuando alguien lo resucita, el alma vuelve al cuerpo recordando
vagamente lo que ha visto. En fin, voy a ver como está. – Se levantó y se
acercó al joven.
–
¡Muy bien! ¿Has visto como la imaginación
puede hacer los hechizos más poderosos? – Me dijo la rubia que se
acercaba cada vez más.
–
Sí… Bueno, no me gusta cómo me deja de estado
anímico.
–
Lógico, creo que es el hechizo más fuerte que
has hecho nunca. Lo de tu tía, ya parece un juego de niños ¿eh?
–
Sí. Creo que necesito tumbarme.
–
Espera, – Cogió mi mano – “Valem, Valem”.
–
¿Qué has hecho?
–
Tendrías que sentirte más vigoroso. – Su rostro
comenzó a manifestar inseguridad.
–
Me noto igual la verdad. Por cierto, hay una cosa
que no entiendo: ¿por qué os alimentáis de mí fuerza vital? No he hecho el
ritual.
–
Eso es porque nuestros lazos se están
estrechando más de lo que crees, por eso poco a poco todos nos estamos haciendo
uno. Si hubieras hecho el ritual, ahora mismo te recompondrías mucho más
rápido, porque tú también te alimentarías de nosotras.
–
¡Laura, ven! – Habían llamado a la
rubia desde el grupillo. Gracias a la llamada, supe su nombre.
–
Dame un segundo, guapo.
La
situación me comenzaba a superar. Lo de curar a las personas, mover los objetos
con la mente, congelar el agua e incluso devolverle la juventud a mi tía, está
muy bien pero no compensa por cómo me siento después. Si no hacía el ritual
condenaba al aquelarre y si lo hacía, me condenaba a mí.
Todo lo
que pasó ese día quedó como una anécdota. La ambulancia llegó e inspeccionó al
joven que solo alegaba que se encontraba confuso y con el pecho depilado. Los
amigos que lo acompañaban se quedaron asombrados al ver cómo su colega se
encontraba en perfecto estado y le dijeron al cuerpo policial que se había
quedado conmigo. Lo único que dije fue que el disparo no le había alcanzado y
que me acerqué a él cuando agredí al ladrón. En fin, todo quedó resuelto y nos
pudimos ir a nuestra casa.
Pocos días
después el aquelarre vino a mi casa y me pidieron que las siguiera. Así lo
hice: fuimos caminando por todo el pueblo hasta llegar a una montaña. Se
detuvieron frente a ella y me miraron seriamente.
–
¿Qué pasa? Es una montaña muy bonita.
–
Aguarda. – Las seis que componían el
aquelarre tocaron la montaña y ésta comenzó a separarse, rompiéndose, dejando una
silueta para pasar a través de ella. –Adelante, es hora de que veas algo.
Al entrar
por ahí, me encontraba en el interior de una casa, o eso parecía. Sólo podía
ver estanterías llenas de libros y, a simple vista, eran libros de brujería:
tarot, nigromancia e incluso astronomía. Todo estaba decorado como si se
tratara del siglo XVI, pero con teléfonos, televisiones y ordenadores. Al fondo
estaba Diana, acostada sobre un lecho de hiedras. Fui corriendo junto a ella.
–
Tranquilo – me dijo Susana al ver mi
cara de preocupación. – Está bien, las hiedras ayudan a que esté en un sueño
profundo y enredan sus recuerdos. Esta es la única manera de que no tenga
consecuencias sobre el resto de sus recuerdos.
–
Pero ¿cuánto le falta para estar bien? – Le dije
mientras acariciaba su cabello.
–
Es difícil saberlo. Vente, no te hemos llamado
por esto.
Comencé a
seguirla y me llevó a la zona que parecían ser los dormitorios. En la cama más
grande estaba Ana, tumbada, pálida y gélida.
–
Queremos decirte algo.
0 comentarios:
¡Deja tu comentario!