Capítulo 5

noviembre 25, 2016 Orfeo 0 Opiniones

Así fue, me enseñaron los trucos más básicos de ese mundo, a manejar mis emociones (pues los poderes van ligados a ellas) y a analizar cada situación. Todavía no me habían enseñado su escondite y eso me frustraba porque me daba la sensación de que querían ocultarme algo o que no confiaban ciegamente en mí.

Dos meses después de lo de mi tía, todo había cambiado: el bar iba, como se suele decir, “viento en popa a toda vela” porque mi jefa, que ya estaba recuperada del “incidente”, había contratado una camarera que parecía un androide programado para la máxima producción de dinero; mis estudios del latín progresaban adecuadamente… No os voy a engañar… me aprendía algunos conjuros importantes y poco más. En cuanto a mi tía, se había olvidado de los últimos años. Al parecer con tan sólo pensar en aquella mujer que me sostenía cuando tenía siete años, la conduje directamente a ese momento, ya no es una alcohólica perdida, ahora es una mujer joven que procura buscar mi bienestar y, sobre todo, mantiene la casa limpia y me hace la comida.

Todo volvía a ser una rutina constante, esta vez, después de trabajar tenía que ir a practicar un poco con la brujería y mi tía, por supuesto, no sabía nada de todo esto.

La rutina fue rota en un día en el que estaba trabajando, sirviendo a todos los clientes a los que podía. Los ancianos estaban jugando su partida al cinquillo y un grupo de estudiantes de la universidad de al lado comiendo unos filetes de ternera. Justo en el momento en el que uno de los jóvenes me pidió una cerveza, la puerta se vio golpeada por un hombre que cargaba una escopeta:

         ¡Todo el mundo quieto! – Decía gritando. – ¡Cómo vea a alguien moverse, no me lo pienso dos veces! – La gente, obviamente, se empezó a temer lo peor.

Mirándome, me ordenó ir a la caja y darle todo lo que tenía. Era curioso, no tenía miedo, sentía como mi magia me abrazaba, tan sólo estaba esperando al momento oportuno.

         No tienes que hacer esto… – Le dijo uno de los universitarios. – Vete y nadie dirá nada.

         ¿¡Yo que he dicho!? – Le disparó, dejándole una mancha terrible en el centro de su torso. La gente empezó a alarmarse, todavía más.

Estaba claro que esa era la señal más clara que podía recibir, por lo que decidí poner medidas y le di un toque en la espalda, al girarse nos miramos a los ojos fijamente y su mirada asesina fue menguando hasta caerse al suelo desplomado. Me agaché junto al joven, mientras lo rodeaban sus amigos:

         ¡Salid y llamad a una ambulancia, rápido! – Les dije para intentar hacer algo con él.

         No podemos dejarlo aquí. – Me había dicho uno que no estaba tan pálido como el resto del grupo.

         ¡Rápido! – Lo ignoré. – ¿No ves que se está muriendo?

Tras decirle eso, el grupo entero salió del bar y los ancianos no podían verme desde el segundo piso del bar. El chaval no podía respirar, era obvio.

         Vamos, tú puedes. – Me decía a mí mismo. – Sólo tengo que relajarme.

Junté las manos sobre su pecho ensangrentado y, sin decir ninguna palabra, utilicé el poder de mi mente y comencé visualizar su pecho inalterado por la fuerza del proyectil. Con los ojos cerrados notaba como se movía la piel, volviendo a su estado natural. A medida que iba regenerando su piel, yo me notaba más cansado. Cuando dejé de notar el movimiento, abrí los ojos y, efectivamente, tenía el pecho perfectamente curado, pero él seguía sin vida. Me sentía demasiado cansado como para devolverle la vida. Apenas podía moverme, apenas podía respirar de la escasa energía que me quedaba. Entonces, llegaron las chicas y, viendo la situación, se acercaron a mí y comenzaron a formar un círculo.

         Tranquilo Aras, ya estamos aquí. – Me dijo Susana. – Vamos a intentar hacer el hechizo entre todas y evitar así… ya sabes.

         Venga, todas en círculo, – dijo la rubia –  tomad las manos de la de al lado y comenzad a decir el hechizo.

A lo que se refería Susana era que cuando alguien desafía a la muerte, devolviéndole la vida a alguien, la balanza se desequilibraba y para restaurar el orden natural de las cosas, era el mismo destino el que la restaura quitándote algo o a alguien que quieres.

         “Ressurrexit a mortuis, suscitare de veritate”. –  Decían todas juntas pensando que, si lo recitaban, la balanza no se vería tan afectada.

         ¡Seguid, chicas! – Dijo la rubia mientras el cuerpo del hombre comenzaba a dar espasmos, tal que si le estuvieran practicando el galvanismo.

En un instante, se levantó exaltado, aspirando fuerte todo el oxígeno que los pulmones podían aguantar. Poco a poco empezaba a recobrar el aliento y la cordura. El grupo parecía agotado y yo cada vez más, parecía que se estaban alimentando de mí.

         ¿Cómo estás? –   Se acercó a mi Susana. –  Lo has hecho muy bien, cada vez lo haces mejor.

         No sé, un poco agotado.

         Es normal, sobretodo estando nosotras aquí. Lo que has hecho consume mucha energía mental y mucha más si no tienes cierta experiencia. Aun encima nosotras hemos realizado un hechizo de resurrección, uno de los hechizos más costosos y lleno de consecuencias que puede haber. También hemos terminado agotadas e, inconscientemente, nuestras almas se conectan con la tuya para nutrir nuestra magia. ¿Prefieres que nos vayamos?

         No, quedaros un rato en el bar e intentad ayudarlo. Dejadlo en la ambulancia que llegará en breves.

         Muy bien. Por él no te preocupes, cuando mueres, el alma se queda vagando unos minutos por nuestro mundo, observando su propio cuerpo. Cuando alguien lo resucita, el alma vuelve al cuerpo recordando vagamente lo que ha visto. En fin, voy a ver como está. – Se levantó y se acercó al joven.

         ¡Muy bien! ¿Has visto como la imaginación puede hacer los hechizos más poderosos? – Me dijo la rubia que se acercaba cada vez más.

         Sí… Bueno, no me gusta cómo me deja de estado anímico.

         Lógico, creo que es el hechizo más fuerte que has hecho nunca. Lo de tu tía, ya parece un juego de niños ¿eh?

         Sí. Creo que necesito tumbarme.

         Espera, – Cogió mi mano – “Valem, Valem”.

         ¿Qué has hecho?

         Tendrías que sentirte más vigoroso. – Su rostro comenzó a manifestar inseguridad.

         Me noto igual la verdad. Por cierto, hay una cosa que no entiendo: ¿por qué os alimentáis de mí fuerza vital? No he hecho el ritual.

         Eso es porque nuestros lazos se están estrechando más de lo que crees, por eso poco a poco todos nos estamos haciendo uno. Si hubieras hecho el ritual, ahora mismo te recompondrías mucho más rápido, porque tú también te alimentarías de nosotras. 

         ¡Laura, ven! – Habían llamado a la rubia desde el grupillo. Gracias a la llamada, supe su nombre.

         Dame un segundo, guapo.

La situación me comenzaba a superar. Lo de curar a las personas, mover los objetos con la mente, congelar el agua e incluso devolverle la juventud a mi tía, está muy bien pero no compensa por cómo me siento después. Si no hacía el ritual condenaba al aquelarre y si lo hacía, me condenaba a mí.

Todo lo que pasó ese día quedó como una anécdota. La ambulancia llegó e inspeccionó al joven que solo alegaba que se encontraba confuso y con el pecho depilado. Los amigos que lo acompañaban se quedaron asombrados al ver cómo su colega se encontraba en perfecto estado y le dijeron al cuerpo policial que se había quedado conmigo. Lo único que dije fue que el disparo no le había alcanzado y que me acerqué a él cuando agredí al ladrón. En fin, todo quedó resuelto y nos pudimos ir a nuestra casa.

Pocos días después el aquelarre vino a mi casa y me pidieron que las siguiera. Así lo hice: fuimos caminando por todo el pueblo hasta llegar a una montaña. Se detuvieron frente a ella y me miraron seriamente.

         ¿Qué pasa? Es una montaña muy bonita.

         Aguarda. – Las seis que componían el aquelarre tocaron la montaña y ésta comenzó a separarse, rompiéndose, dejando una silueta para pasar a través de ella. –Adelante, es hora de que veas algo.

Al entrar por ahí, me encontraba en el interior de una casa, o eso parecía. Sólo podía ver estanterías llenas de libros y, a simple vista, eran libros de brujería: tarot, nigromancia e incluso astronomía. Todo estaba decorado como si se tratara del siglo XVI, pero con teléfonos, televisiones y ordenadores. Al fondo estaba Diana, acostada sobre un lecho de hiedras. Fui corriendo junto a ella.

         Tranquilo – me dijo Susana al ver mi cara de preocupación. – Está bien, las hiedras ayudan a que esté en un sueño profundo y enredan sus recuerdos. Esta es la única manera de que no tenga consecuencias sobre el resto de sus recuerdos.

         Pero ¿cuánto le falta para estar bien? – Le dije mientras acariciaba su cabello.

         Es difícil saberlo. Vente, no te hemos llamado por esto.

Comencé a seguirla y me llevó a la zona que parecían ser los dormitorios. En la cama más grande estaba Ana, tumbada, pálida y gélida.


         Queremos decirte algo.

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