MALDIGO | PENSAMIENTO

 


Maldigo la sensibilidad.

Maldigo haber nacido así.
Maldigo los sentimientos
que me hacen vivir
lo que otros no saben sentir.

Cada día me lucho
con mis pensamientos
más oscuros.

Me destrozan,
me anulan,
me hacen ver
cosas que no suelen ser.

Callo mis emociones,
lo hago porque no todos
saben manejarlas.

Trato de controlarlas,
me maldigo por no saber callarlas.

¿Por qué soy así?

Yo sé que puedo todo,
pero soy humano,
no puedo con todo a la vez.

Intento tranquilizarme,
diciéndome:
recuerda que toda esta mierda no es verdad,
que solo está en tu mente y nada más.

Pero sigue oyendo las voces
que me hacen ver
las cosas que no suelen ser.

¿Cuándo dejaré de buscar las respuestas
sin saber las preguntas?

¿Cuándo dejaré de sentirme cansado
de estar cansado?

Maldigo la sensibilidad.
Maldigo haber nacido así.
Maldigo los sentimientos
que me hacen vivir.

LA INCOMPRENSIÓN DE ARACNE

 

Las luces fluorescentes del aula parpadeaban con un zumbido irritante, una banda sonora adecuada para la constante sensación de ansiedad que me acompañaba. Había terminado la secundaria hacía dos años y, desde entonces, me encontraba en una espiral de desesperación y confusión. Todo lo que había aprendido en el colegio no me servía de nada en el mundo real. Los ideales y valores que había absorbido como una esponja parecían absurdos y anticuados en una sociedad que valoraba la conformidad por encima de la autenticidad.

Los días se sucedían unos a otros, monótonos y sin propósito. Trabajaba en una pequeña cafetería del centro, sirviendo café y sonrisas falsas a clientes que no notaban ni les importaba mi presencia. Mis compañeros de trabajo hablaban de sus planes de futuro, de sus estudios universitarios, de sus ambiciones. Yo, en cambio, sentía que estaba atrapada en un ciclo interminable de insatisfacción.

Mis manos temblaban constantemente. A veces era el miedo a no ser suficiente, otras veces era el temor de que alguien notara que no encajaba. No podía compartir mis pensamientos con nadie. No podían entender que no quería formar parte de una sociedad que me exigía ser igual a los demás. ¿Por qué debo renunciar a ser lo que otros no quieren ver?

Esa tarde, después de salir del trabajo, decidí caminar sin rumbo fijo por las calles de la ciudad. El aire fresco de la tarde me golpeaba el rostro, dándome una sensación de alivio temporal. Pero en el fondo, el nudo en mi estómago no desaparecía. No podía ocultar lo que a mi mente se venía.

Llegué a un parque y me senté en un banco. Observé a la gente que pasaba: niños jugando, parejas paseando de la mano, ancianos disfrutando del sol. Todos parecían tan seguros de su lugar en el mundo. Sentí una punzada de envidia y una oleada de resentimiento. ¿Por qué yo no podía ser así? ¿Por qué no podía simplemente conformarme?

Mis pensamientos se volvían cada vez más oscuros. Recordé las palabras de mi profesora de filosofía en el último año de secundaria: «La autenticidad es ser fiel a uno mismo». ¿Pero qué significaba ser fiel a uno mismo cuando uno no sabía quién es en realidad?

La ansiedad me consumía. Cada respiración era un esfuerzo, cada latido de mi corazón un recordatorio de mi fracaso. Me levanté del banco y comencé a caminar de nuevo, más rápido esta vez, tratando de escapar de mis propios pensamientos.

Mientras caminaba sin rumbo, las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos sin previo aviso. La desesperación me abrumaba y cada paso se sentía más pesado que el anterior. La imagen de mi madre apareció en mi mente, la manera en que su rostro reflejaba cansancio y preocupación cada vez que me veía. Había sacrificado tanto por mí, trabajando largas horas para darme una educación, para asegurarme un futuro que ahora parecía fuera de mi alcance, para asegurarse que fuera igual a los demás.

Recordé una noche en particular, unos meses después de graduarme, cuando había llegado a casa tarde del trabajo. La encontré sentada en la cocina, con los ojos enrojecidos de tanto llorar. Me acerqué para consolarla, pero no pude decir nada que aliviara su dolor. Esa noche, me quedé despierta a su lado, sintiéndome impotente y culpable. Sentí que había fallado no solo a mí misma, sino también a ella. ¿Por qué no supe ayudar a quien siempre estuvo para mí?

La ciudad se volvía cada vez más opresiva. Las luces de los edificios, los ruidos del tráfico, las conversaciones ininteligibles de los transeúntes, todo se mezclaba en un caos ensordecedor. Sentí que iba a explotar. Necesitaba un escape, cualquier cosa que me permitiera sentirme viva.

Me encontré frente a un edificio abandonado en las afueras de la ciudad. Las ventanas estaban rotas y la puerta principal colgaba de una bisagra oxidada. Sin pensarlo dos veces, entré. El interior estaba oscuro y polvoriento, pero al menos era un lugar donde podía estar sola, lejos de las miradas y expectativas de los demás. Alejada de lo normal. Mis pasos resonaban en el vacío mientras avanzaba por el vestíbulo desolado. A mi derecha, una escalera de mármol destrozada ascendía hacia pisos superiores que probablemente estaban en ruinas. Decidí explorar más, impulsada por una curiosidad casi morbosa.

La oscuridad del edificio se sentía como un manto reconfortante, envolviéndome y aislándome del mundo exterior. Cada rincón del lugar parecía contar una historia de olvido y abandono. Las paredes estaban cubiertas de grafitis, mensajes desesperados de aquellos que habían pasado antes que yo. Algunos de los escritos eran crudos y directos, otros eran enigmáticos, casi poéticos.

Seguí caminando hasta llegar a una gran sala que alguna vez debió ser una especie de salón de baile o auditorio. La luz tenue del atardecer se filtraba a través de las ventanas rotas, creando patrones de sombras danzantes en el suelo polvoriento. Me senté en lo que quedaba de una tarima, sintiendo una extraña mezcla de calma y desolación.

Saqué de mi bolsillo un viejo cuaderno que solía llevar a todas partes. Era un hábito que había adquirido en la secundaria, un intento de plasmar mis pensamientos y emociones en palabras. Pero al abrirlo, me di cuenta de que no había escrito nada en meses. Las páginas en blanco parecían burlarse de mi incapacidad para encontrar sentido o propósito. Es entonces cuando comprendí que había renunciado a una parte de mí, intentando ser igual a los demás. Quise cerrarlo, con la intención de olvidarlo, pero al levantar la vista, pude ver en una esquina de la sala, casi oculto por la oscuridad, un viejo piano de cola. Me acerqué, con el corazón latiendo un poco más rápido por la emoción. Estaba cubierto de polvo, y algunas teclas estaban rotas, pero parecía lo suficientemente robusto para tocar. Me senté en el desvencijado banco y dejé que mis dedos rozaran las teclas. Al principio, solo fue un murmullo desafinado, pero luego, poco a poco, una melodía comenzó a formarse. No era perfecta, pero era mía. Cada nota, cada acorde, parecía liberar una parte de la angustia que llevaba dentro.

Perdí la noción del tiempo. La música me envolvía, me transportaba a un lugar donde no existían las expectativas ni los fracasos. Solo el sonido y yo. Fue en ese momento, en medio de aquel edificio en ruinas, que entendí algo importante. No necesitaba tener todas las respuestas, no necesitaba encajar. Solo necesitaba encontrar momentos, espacios donde pudiera ser yo misma, sin máscaras ni presiones, entender que el arte corría por mis venas, recordándome la importancia de ser yo misma.

La autenticidad no era un destino, sino un proceso. Un camino que se construía nota a nota, paso a paso. Y aunque todavía no sabía quién era en realidad, al menos ahora sabía cómo empezar a buscarlo. Salí del edificio con una sensación de ligereza, como si me hubieran quitado un peso de encima. La ciudad ya no se veía tan opresiva. El bullicio de las calles, las luces, todo parecía menos amenazante. Había encontrado el significado de  lo que decía mi profesora: «la autenticidad es ser fiel a uno mismo», también un pequeño rincón de paz en medio del caos y eso era suficiente por ahora.

Al día siguiente, volví a la cafetería, pero algo había cambiado en mí. Decidí inscribirme en clases de piano y buscar nuevos espacios donde pudiera seguir explorando mi autenticidad. No sabía qué me depararía el futuro, pero al menos ahora tenía una dirección. Una melodía que seguir.


SOMBRA (Song Edition)

 

Haz clic en la imagen para ver el vídeo


El virus se expande.
La sombra me invade. 
Mi garganta arde,
mientras mi corazón
solo sabe pedir perdón. 

Ya no quiero sentir
si la sombra sigue aquí. 

El virus se expande.
La sombra me invade. 

Simplemente tengo envidia
del que no siente.

DUALIDAD EN UNA MISMA ENTIDAD | PENSAMIENTO



En la tinta negra de la noche oscura,

donde sueños y miedos se entrelazan,
camina un escritor, alma pura,
entre dos mundos que siempre se abrazan.

En su faceta de artista, un dios creador,
con palabras teje universos sin fin,
donde el dolor se vuelve esplendor,
y la tristeza danza en un jardín.

Sus dedos, pinceles de ideas sublimes,
dibujan en el aire versos y prosas,
donde los sentimientos se vuelven ríos,
y la vida florece en palabras hermosas.

Pero en la quietud de su lado humano,
el corazón late con dudas y temores,
se enfrenta a la vida, simple y mundano,
con sus amores, penas y clamores.

Siente la dualidad en cada latido,
una batalla interna de ser y crear,
donde el hombre se funde con lo vivido,
y el artista sueña con volar.

Es un equilibrio de sombras y luces,
donde el alma lucha por encontrar paz,
entre la creación que todo induce,
y la vida que su esencia ata.

En la soledad de su escritorio frío,
cuando la luna ilumina su piel,
el escritor se convierte en un río,
fluyendo entre el arte y el ser.

Es la dualidad, una danza eterna,
un abrazo de fuego y mar,
donde la pluma y el alma se alternan,
tejiendo historias en su despertar.

#poema #literatura #lospensamientosdeorfeo

RUGEN | PENSAMIENTO & Song Edition



Este es el resultado de mi encuentro con aquella persona que nunca conocí porque me la arrebataron. Justo cuando Orfeo iba a descansar para siempre, él se presentó ante mí y me recordó lo que puedo hacer.

Como veis, en el pensamiento escrito están mucho más presentes los rugidos que hay en mi cabeza desde entonces.
Va por ti.

Rugen...
Ru, ru, rugen...
Sigue rugiendo en mi cabeza.
Los frenazos, los derrapes,
los tubos de escape...
Todos en sintonía
creando una misma pesadilla.
Siguen retronando en mi cabeza,
suplicándome que no te fueras.
Ru, ru, rugen...
Desde tu ausencia,
la familia ya no se mezcla.
Como el aceite y el agua
se alejan,
porque no tienen las mismas ideas.
Ru, ru, rugen...
Preguntándome cada día
qué hubiera pasado si no te hubieras ido
al trabajo ese festivo.
Ru, ru, rugen...
Soñando con un hecho
que me ha deshecho.
Necesito saberlo:
¿a ti me parezco?
Ru, ru, rugen...
Preguntándome si su última lágrima
vaticinaba lo que hoy me desgarra.
Ru, ru, rugen...
Enseñándome que tu cicatriz
es lo que me hizo a ti escribir.
Ru, ru, rugen...
Sacándome lágrimas
de alguien a quien no conocí.
Ru, ru, rugen...
Porque nunca sabré
volver a lo que soñé.
Ru, ru, rugen...
Ru, ru, rugen...
Porque creo que sin ti,
Orfeo sigue aquí.
Ru, ru, rugen...
Ru, ru, rugen...
Porque, aunque no lo sé,
a ti salí.
Subo para el cielo,
Pero no entro.
Ru, ru, rugen...
Ru, ru, rugen...
Porque en el Valle ocurrió todo.
Ru, ru, rugen...
Ru, ru, rugen...
Maldigo a la vida,
por no saber que así morirías.
Ru, ru, rugen...
Ru, ru, rugen...
Orfeo
soy gracias ti.
Ru, ru, rugen...
Desgarrado en tu pecho.

Por aquí algo diferente:



RABIA | PENSAMIENTO

 


En la oscuridad de la desesperación,
me siento como un vaso roto, sin solución.
Cada mirada, un juicio que me hiere,
¿por qué me pesa tanto lo que la gente quiere?

Roto en pedazos, como un cristal en el suelo,
mis emociones me arrastran en un duelo.

A veces me siento solo en mi sensibilidad.

La rabia me consume, como un fuego sin fin.
Las llamas me rodean,
me queman de manera lenta.

¿Por qué soy así? ¿Por qué tanto sufrir?
Pero en mi fragilidad, encuentro valor,
ser sensible es mi don.

Ya no siento los dedos,
en cenizas me convierto.

¿Lograré renacer?
Ni el tiempo
me sabe responder.

MARFIL


 

De nuevo me enfrento al lienzo en blanco.
Esta vez para dirigirme a ti,
mi pequeño ser de marfil.

No está siendo fácil,
ni lo será.

Has nacido
con el don de sanar,
aunque, para saberlo usar,
primero te tienen que dañar.

Tantas emociones,
tantos sentimientos,
todos ellos
cargados
de miles de tormentos.

¿Quién puede verlo?
Solo tú,
mucho me temo.

Cada día te preguntas
el porqué.
Cada noche te maldices
por nacer.

Ser diferente,
sentir diferente.
¿Hasta qué punto?

A lo largo de tu vida,
encontrarás a gente magnífica,
aunque muy egoísta.

Solo piensas en los demás,
pero ¿qué hay de ti?

No dejes que la sensibilidad
te haga maldecir
lo que has venido a decir.

Permítele al mundo conocerte.
Admírate por tu mente,
quiérete para siempre.

¿QUIÉN DICTA LA RAZÓN?

 


Tengo el corazón
latiendo en mis manos
sin razón.

No lo he querido,
tampoco lo he elegido.

¿Quién dicta la razón?

Siento lo que no quiero,
pienso lo que siento
y me pierdo
en un mar de lamentos.

Lo que quiero sentir
se desvanece.
Lo que quiero decir
se camufla en mis dientes.

Detrás de cada verso,
sobrepienso.
Detrás de cada «lo siento»,
sobrepienso.

CULPA | PENSAMIENTO



Yo no tuve la culpa,
por mucho que lo discutas.

Esperas eternas
en las que te demorabas
en llamar.

Pensamientos etéreos
que nunca se debieron
pronunciar.

Apagando tu llama,
como la de los demás.

¿Qué ganas con esto?
Mi vida arruinar. 

RÓMULO Y REMO | PENSAMIENTO

Haciendo clic en la imagen accederás al vídeo
Haciendo clic en la imagen accederás al vídeo

Intento controlar la situación,

que no me destruya.
Aunque me cueste aceptarlo,
los sentimientos no se controlan.

Cada mañana,
me despierto con vuestras voces.
Desde vuestra ida,
os sigo viendo en la misma esquina.

Ya no hay desayunos que preparar,
ni habitaciones que airear.

Solo quedan ecos
y recuerdos.

Necesito convertir mi martirio
en sueños bonitos.

Sé que donde estéis,
aquellos que una vez cuidé,
os ayudarán a mantener mi fe.

Os echaremos de menos.

Atte: Alceo y Orfeo.