La noche de Libertas

marzo 10, 2021 Orfeo 2 Opiniones


 

-          Y, por último, tenemos el caso de Diana, la joven que murió a manos de su pareja la pasada noche. Los vecinos afirman que Francisco, su marido, había llegado a altas horas de la mañana gritando y apenas vocalizando todo lo que decía. «Estábamos algo preocupados, pero lo último que piensas es que las cosas iban a acabar así», nos decía entre lágrimas una de sus vecinas. Esto ha sido todo, muchas gracias. Nos vemos en el siguiente informativo. Buenas noches.

Inmediatamente, mi madre apagó el televisor y me mandó recoger todo lo que estaba encima de la mesa. Últimamente estaba algo callada y seria, como si hubiera visto un fantasma. Papá no había vuelto a casa desde hacía dos días, no sabíamos donde estaba, o por lo menos yo no lo sabía.

-          ¡Laura! ¿¡Quieres dejar de andar en las nubes!?

-          ¡Sí!, perdona, mamá…

-          A saber en qué estás pensando… Llevas una temporada muy dispersa.

No le faltaba razón, mi mente estaba desconectada de mi cabeza, no podía concentrarme en nada de lo que me proponía hacer, ¡ni siquiera en recoger la mesa! No sabía que me ocurría, supongo que sería por no saber en dónde estaba mi padre y preguntarle a mamá por su paradero, sin recibir un grito en el intento, era tarea imposible.

De camino a mi cuarto, empecé a darle vueltas a la última noticia del informativo. Nunca me había parado a pensar en los casos de esas chicas que mueren a manos de sus parejas o en la calle… Se me ponen los pelos de punta y ya no solo en pensarlo, sino en darme cuenta de que la sociedad apenas hace nada para remediarlo; no hay más que ver el informativo, ¿por qué es la última noticia del telediario? ¿Acaso es de menor importancia? ¿Por qué no abre el informativo? ¿Puede que la sociedad se esté cansado de escuchar «siempre lo mismo»? Ojalá pudiera saber las respuestas o, mejor todavía, poder arreglar el problema, pero, desgraciadamente, no puedo hacer nada.

A la mañana siguiente, de camino al instituto, mi amiga Mónica me había comido la cabeza con la idea de ir a la fiesta en su casa.

-          Venga, Laura, ¡tenemos 16 años! Tenemos que vivir la vida.

-          Mo, ya sabes que a mí no van las fiestas, si apenas salgo de noche…

-          Normal apenas tengas amigos.

-          ¿Por qué dices eso?

-          Laura, piénsalo. ¿Qué es lo que le gusta al 97% de los de nuestra edad? ¡Pues salir! Y si no conoces al 4% restante, está claro que no vas a encontrar a nadie con el que compartir tus gustos.

-          El 3%, querrás decir…

-          Bueno, eso.

-          A parte, ¿no es compatible el salir de fiesta con otras aficiones?

-          A nuestra edad no.

-          Bueno, pues ya me lo pensaré.

No voy a mentir si digo que esa oferta estuvo rondándome la cabeza durante toda la mañana. No me convencía el hecho de salir por la noche, aunque la casa de Mónica estaba a apenas un kilómetro de la mía, ¿qué podía pasar? Bueno, no podría tomar decisiones sin hablar con mi madre antes, claro, que con la que estaba cayendo por casa, seguro que me ponía trabas hasta para tomar el postre en la comida.

Al sonar el timbre que marcaba el fin de la jornada estudiantil, Mónica se puso a mi lado mientras yo tenía los auriculares.

-          Psss. ¡Oye! – Me quité los auriculares. – No intentes ignorarme.

-          No lo hago, solo quiero pensar.

-          Siempre pensando… Dime, ¿qué vas a hacer?

-          ¡Ay! Siempre con lo mismo. – Aceleré el paso. – No lo sé, Mo, tengo que hablar con mi madre primero.

-          Bueno, pues en cuanto sepas, me mandas un mensaje. – La llamaron el grupo popular de las chicas – Bueno, te dejo. ¡Cuento contigo!

No tenía ni idea de por qué me insistía tanto para ir, si siempre había hecho fiestas y apenas me lo había dicho.

Al llegar a mi casa, mi madre estaba terminando de hacer la comida y el sitio de mi padre en la mesa estaba vacío, por lo que podía imaginarme que aún estábamos solas.

-          Mamá… – No giró la cabeza. – ¡Mamá!

-          ¡Ay! Dime. – Apagó la campana extractora para escucharme mejor. – ¿Cómo te ha ido en el cole?

-          Instituto, mamá, ya no soy una niña. – Carraspeé. – Oye, hay una cosa que te quiero preguntar.

-          Sorpréndeme. – Me dijo mientras cortaba el pimiento.

-          Me preguntó Mónica si podía ir a la fiesta que hace en su casa esta noche… – Cerré los ojos con fuerza preparándome para escuchar sus gritos.

-          ¡Claro! Te vendrá bien despejarte, que últimamente estás en las nubes.

Tardé en hacerme a la idea de que me había dado el visto bueno para ir a algo que ella sabía perfectamente que no me gustaba. Mientras ella seguía cocinando, sin apenas dirigirme la mirada, le di un abrazo y me fui corriendo a la habitación para decidir qué ponerme.

-          ¡Oye! – Me gritó desde la cocina – ¡No olvides poner la mesa!

-          ¡Voy, voy!

Ya en mi habitación, le mandé un mensaje a Mónica con la decisión de mi madre. Inmediatamente, ya empezamos a mandarnos fotos de cómo nos quedaban algunos modelitos para la ocasión. No sé por qué, pero me hacía especial ilusión todo el plan.

Ya era de noche y antes de salir de casa, me paré frente a la puerta.

-          Cariño, ¿va todo bien? – Me dijo mi madre mientras me ponía su mano en el hombro. – ¿Quieres contarme algo?

-          No, estoy bien.

-          ¿Tienes miedo de ir sola?

-          No, ¡para nada! – Me fui sin pensarlo.

-          ¡Te quiero aquí a las 2 de la mañana!

Mientras me dirigía a casa de Mónica, eché la vista atrás, hacia mi casa, dos veces mientras veía cómo mi madre permanecía en la puerta hasta perderme de vista. No sé por qué, pero creo que ambas teníamos el mismo pensamiento.

Era una noche fría, con mucho viento, había un montón de ruidos extraños, pero no les di mayor importancia porque ya empezaba a ver la casa de Mónica. Inconscientemente aceleré el paso para llegar lo antes posible. Hasta yo me estaba dando cuenta de que estaba cagada de miedo.

Llegué al balcón de su casa y toqué el timbre. No abría nadie. Volví a pulsarlo. No recibí respuesta. De pronto, noté una presencia detrás de mí y, justo cuando iba a coger el móvil de mi bolso, me coloca su mano sobre mi hombro.

-          ¡Tía! – Era Mónica. – ¿Qué haces ya aquí? Tenías ganas de fiesta, ¿eh?

-          ¿A qué te refieres? – No entendía nada.

-          Pues que la fiesta empieza a las 23:00h. ¡Son las 21:00h!

-          Ah, pensé que las fiestas empezaban pronto…

-          ¡Ja, ja, ja! Eres de lo que no hay. No te preocupes, anda. – Me dio las bolsas de la compra – así me echas un cable.

Estuvimos más de dos horas preparando todo, con vasos reutilizables, globos, música y mucho alcohol. Me cambió de ropa, me puso una falda que, obviamente, no me gustaba y me dijo: «con esto seguro que no tienes tanto calor», no entendí muy bien esa frase, pero dejé la cosa fluir. La gente empezó a llegar sobre las 23:30. Muchos de ellos no los conocía, por no decir que solo conocía a tres personas.

Me sentía ridícula, nadie podía mantener un tema de conversación fijo y estable, nadie podía articular alguna palabra y los que lo hacían solo hablaban del calentón que tenían. Mis ganas de irme no dejaban de aumentar, pero decidí quedarme hasta el final por Mónica, mi gran amiga que, desde que vinieron sus colegas, no se acercó ni una sola vez hacia mí.

Con el tiempo comenzaban a unirse a la fiesta personas de edad más avanzada, por no decir que nos duplicaban la edad. A Mónica parecía no importarle, así que yo tampoco quise darle más importancia.

Me aburría mucho, no sabía qué hacer: no me gustaba la bebida, me daba vergüenza bailar, no conocía a nadie para mantener una conversación… Decidí sentarme en el sofá y empezar a contar las flores que tenía la falda que me prestó Mónica. Una hora y 277 margaritas después, se sentó un chico a mi lado. Lo conocía de verlo en el instituto, pero jamás me había atrevido a hablar con él.

-          ¿Tú también te aburres? – Me dijo con una mirada serena.

-          Sí, no me va mucho este mundo.

-          Bienvenida. – Me dijo con una sonrisa cómplice. – Yo no me pierdo ninguna, pero porque siempre hay algo que merece la pena dentro de este tumulto de música, alcohol y personas.

-          Ah, ¿sí? – Por fin parecía poder hablar con alguien. – ¿Qué es?

-          Te lo cuento luego, ahora voy al baño.

-          Muy bien.

Me quedé quieta y sola en ese sofá que poco a poco iba acumulando más vasos de plástico. Según el tiempo iba avanzando, más me preocupaba no saber nada del chico, así que subí las escaleras y me dirigí al baño para ver si lo encontraba. Ya se acercaba mi hora de vuelta a casa, así que solo quería saber su nombre. Según avanzaba por el pasillo, menos se escuchaba la música, la habitación de Mónica estaba cerrada (supongo que habría alguien dentro que consiguió apagar su «calentón») y el baño totalmente abierto.

Empecé a mirar por todas las habitaciones, no lo encontraba por ninguna parte. Justo cuando empecé a darme por vencida, su imagen se me borró de la mente cuando escuché que algo se había roto en la habitación de Mónica. ¿Y si alguien había aprovechado para robar? Abrí la puerta de inmediato y lo que vi jamás se me borrará de la mente.

El chico que se había sentado a mi lado en el sofá junto con dos más estaban rodeando a Mónica, la cual no parecía estar siendo muy consciente de lo que estaba pasando. Todos estaban semidesnudos y manoseándola. Justo cuando se dieron cuenta de mi presencia, salí corriendo y ellos detrás de mí. Sé que debería haber ayudado a mi amiga, pero el primer instinto fue el de salir corriendo y llamar a alguien responsable.

Salir de la fiesta era una ardua tarea, pues, de los pocos invitados que quedaban, ninguno me dejaba salir sin haberme tropezado con alguno de ellos. Cuando alcancé la puerta y la abrí, me choqué con un hombre alto, al que no le pude ver la cara. Me agarró (seguramente creía que estaba robando), mientras yo le suplicaba que me dejara salir, que me estaban siguiendo. No me hizo caso y los jóvenes llegaron.

-          Ah, eres tú. – Parece que se conocían. – Es toda tuya.

El hombre me llevó al jardín, seguía sin poder verle la cara, pues, entre la oscuridad y que no paraba de agitarme cada vez que me movía un poco, no era capaz de saber quién era, aunque tampoco creía que él me la hubiera visto. Cuando llegamos al jardín trasero de la casa, el hombre me sentó en el banco y me ató las manos con su cinturón. Estaba nerviosa, apenas me salían las lágrimas, con tanta oscuridad no conseguía ver ninguna vía de escape.

Comenzó a deslizar sus manos por mis piernas para separar la falda que dejaba ver mi ropa interior. Tenía mucho frío, sus manos y la ausencia de las medias hacían que me consumiera por dentro. Me quitó la ropa interior y, sin ser capaz de resistirme, me abrió las piernas y comenzó a violarme sin importarle lo paralizada que estaba.

Cuando terminó, todas las lágrimas que no había echado comenzaron a salir por mis ojos, al mismo tiempo que lo que él me había dejado en mi interior. Se quedó dormido y yo seguía paralizada. No sentía ni frío ni calor, esperanza ni consuelo, solo miedo y un recuerdo que no se me borrará jamás.

Comenzó a amanecer y, aun escuchando los gritos de mi madre desde el interior de la casa, de mi boca no salió ni un susurro. Continuaba congelada, apenas había parpadeado en lo que había quedado de la noche. Empecé a escuchar unos pasos acelerados.

-          ¡Laura! – Era mi madre. – ¡Dios mío! ¿Qué te han hecho? – Al ver que no recibía respuesta, dirigió la mirada al hombre sin rostro. – No puede ser. ¡Román!

-          Qué… ¿Qué está pasando? – Su voz…

-          ¿¡Qué has hecho!? – Mi madre le gritaba llorando. – ¡Es nuestra hija!

Efectivamente, el hombre que me había forzado, utilizado y vejado era mi padre. Llevaba desaparecido durante días porque había descubierto el mundo de las fiestas juveniles, en los que los adolescentes no controlaban la cantidad de alcohol que ingerían. En poco menos de dos horas mi padre ya estaba en el calabozo. Mónica me llamaba todos los días para saber cómo estaba y agradecerme continuamente que la hubiera intentado salvar de mi destino. Y en cuanto a mí, me costó volver a hablar, pero lo que más me costó fue dejar de tener siempre la misma pesadilla cada vez que me iba a dormir. He aprendido a controlar ese temor en mi lucha, en procurar que ninguna mujer, sea de la edad que sea, viva lo mismo que he vivido yo o con un destino todavía peor.

Y aquí estoy ahora mismo, dando esta conferencia ante todos vosotros, para contaros mi historia, para deciros que, desgraciadamente, no paseéis a solas, que gritéis lo que penséis, y que jamás os tapéis con ropa, porque eso es lo que quieren. Vivimos en un mundo que nos obliga a preparar las llaves cinco calles antes, donde miedos como el mío se instalan y forman parte de cada una de nosotras. Si algún día os toca a vosotras, porque las probabilidades dicen que sí, no dejéis que os hagan creer que os fuisteis o que ni siquiera os defendisteis, que jamás os digan que os lo buscasteis. Quiero que os sintáis en mi piel, que no sintáis lo que es vivir la sensación de escuchar unos pasos que no veis. Si supierais el miedo que da que la que salga en la tele llorando es tu madre…

Muy a mi pesar, hoy en día, ponerse una falda es un acto suicida. Luchemos para que estas historias no se repitan, para ser libres de decidir lo que queremos hacer y cuándo lo queremos hacer. Luchemos por ser libres, luchemos. 

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