CAPÍTULO 5 - FIN
No paraba de sentir a Rubén dentro
de mí. Por primera vez en mi vida me sentía completa. Nadie había conseguido
llenar esa sensación de vacío que he sentido durante toda mi vida. Ni yo misma
sabía la manera de solucionar dicha carencia.
El móvil comenzó a requerir de mi
asistencia. Rubén parecía inmerso en sus esfuerzos de conseguir mi felicidad,
pero desde ese momento no podía parar de pensar en quién podía estar
interrumpiendo ese momento tan mágico. Si era Don Juan, mi destino estaba
sentenciado al paro, sin haber llegado a firmar el contrato.
Sus caderas seguían chocando contra
mí, acelerando el fin de nuestro encuentro. Justo cuando comenzaba a olvidarme
del politono de mi teléfono, escuchamos la puerta del recibidor abriéndose.
Rubén se separó con rapidez y me indicó con su mano derecha un lugar para
esconderme, resultando el baúl en el que guardaban los juguetes para la
piscina. Fui corriendo al lugar indicado mientras recogía la toalla para volver
a taparme. Él continuaba desnudo y, por la puerta que conectaba con el comedor,
salía una persona que no lograba ver desde el interior del baúl. Intenté abrir
un poco más la tapa y, sin que pudieran verme, comencé a enfocar mis sentidos
en la escena.
-
Hola, guapísimo. — Era una de las chicas del círculo de Nix. — ¿Me estabas esperando?
Sin que Rubén pudiera contestar, ella
se lanzó a él y empezaron a mantener relaciones sexuales que, por desgracia,
tuve que presenciar hasta que Rubén, con sus ejercitados músculos, se la llevó
al interior de la casa. Aproveché ese momento para huir al exterior con la
toalla.
Una vez fuera, decidí ir al coche
que tenía aparcado en la calle de mi casa. Estuve caminando cautelosa durante
todo el trayecto para que nadie pudiera verme en esa situación tan ridícula.
Allí era conocida y no se me ocurría a quién acudir, a saber qué cosas
divulgarían las personas tras conocer lo ocurrido en mi casa. Las malas lenguas
siempre han estado detrás de mi vida, incluso cuando era pequeña.
No se me ocurría qué hacer; mi casa
estaba acordonada y mi coche apenas gozaba de un depósito lleno. Entonces, la
vida me iluminó con la pantalla de mi móvil. Estaba recibiendo una llamada de
mi asistente.
-
Buenas tardes, señora.
-
¿Víctor? ¿Qué ocurre?
-
Me preguntaba si querría venir a mi casa para pasar el tiempo
que haga falta mientras soluciona esos problemas en su vida.
-
¿Perdona? — Todo parecía demasiada casualidad. — ¿Cómo sabes
qué no estoy en mi casa?
-
Pasé hace unos minutos por su casa y vi que estaba rodeada
del cuerpo policial. — Se quedó callado. — Sólo quería saber si se encontraba
bien.
-
Gracias, Víctor. Volviendo al tema inicial… Acepto tu oferta.
-
¡Qué bien! Enseguida paso a recogerla.
-
Muchas gracias.
Estuve sentada en el coche, tapada
con la toalla, alrededor de unos veinte minutos. El día ya se había convertido
en noche y justo cuando empezaba a sentir el frío de la oscuridad, los faros de
un coche me deslumbraron, iluminando el interior del mío. Al ver que se había
estacionado frente de mí, comencé a ponerme nerviosa y, a los pocos segundos,
la silueta del conductor comenzó a moverse para bajar del coche. Conforme se
iba acercando, lograba distinguir cada una de sus características. Era
imposible no reconocer esa piel de color oliva, esos labios carnosos y su fino
pelo moviéndose al son del viento. Víctor había llegado, como si se tratara de
mi ángel de la guarda.
-
¡Oh, señor! ¿Qué le ha pasado, señorita Leden? — Me dijo
apuntándome con la luz de su móvil.
-
Una larga historia. Si no te importa, ¿puedes llevarme? —Se
quedó mirando para mí fijamente. — Empiezo a tener un poco de frío.
-
Sí, ¡sí! — Empezó a moverse de manera muy nerviosa. —
Perdone, tome mi abrigo.
Me rodeó con su abrigo y me acompañó
al asiento del copiloto de su propio coche. Una vez los dos dentro, arrancó el
vehículo y trató de sacar cualquier tema para poder entablar una conversación
que amenizara el trayecto. Comenzó a hablar sobre temas de Nix, pero mi cabeza solo me dejaba pensar en lo que había ocurrido
con Rubén. De pronto, mis ojos sólo focalizaban a un único sitio. Esos
pantalones marcaban, al sentarse, el atributo de Víctor. Era enorme, formaba un
bulto de grandes dimensiones y mi lascivia comenzó a provocar pensamientos
impuros hacia mi ayudante.
Mi mano se acercó a mi nuevo deseo y
todas las palabras que salieron de su boca se transformaron en silencio. Sus
ojos se dirigieron a mí y, en lugar de decir nada, se limitó a seguir
conduciendo mientras, aquello que tocaba, no dejaba de crecer. No podía retener
mis ganas de terminar con aquello que Rubén había comenzado. Al ver que él no
oponía resistencia, decidí dejarme llevar por el deseo y comencé a desabrochar
la cremallera de su pantalón para poder ver su ropa interior. Apenas podría
abrirla, pues su órgano viril había crecido lo suficiente como para impedir que
la abriera. Mis ansias no dejaban de aumentar y decidí utilizar todas mis
energías para abrir de par en par ese regalo de los dioses.
Una vez abierto, logré ver cómo su
ropa interior cubría aquello que tantas ganas tenía de llevarme a la boca.
Comencé a acariciarlo y Víctor empezó a exhalar ciertos gemidos que me
indicaban que él sentía las mismas ganas que yo tenía por continuar. La tez
bronceada de su rostro comenzó a tornarse de un matiz rojizo y, de su miembro,
comenzó a transpirar una pequeña gota.
Supe, en ese mismo instante, que él
quería hacer lo mismo que yo. No sabía el motivo, pero algo, dentro de mí, no
quería continuar. Paró el coche y comenzó a quitarse su jersey, la camiseta que
llevaba por debajo marcaba su cuerpo digno de plasmar en una escultura. Yo,
dejándome guiar por mis deseos, llevé mis manos a su camiseta para quitársela y
masajear sus trabajados pectorales.
Las ganas irrefrenables que teníamos
de consumar la pasión se podía tocar con la punta de los dedos a medida que sus
manos bajaban por mi cintura. De nuevo, ese sentimiento de impotencia volvía a
mí, la razón volvía me volvía a hablar, echándome la culpa de estar jugando con
las emociones de Víctor. Me detuve, salí del coche corriendo con el abrigo de
Víctor en mi mano izquierda y no paré de correr durante dos minutos.
Al levantar la vista, me percaté de
lo que se encontraba ante mí: Nix. Esto no podía ser otra cosa más que el
destino. Algo me estaba incitando a entrar, pese a saber que no debía hacerlo,
algo dentro de mí me empujó a su interior. Los pasillos seguían guardando la
misma calma que el primer día e, incluso, cada mueble estaba colocado al
milímetro de la última vez que pude estar allí.
Decidí entrar en mi despacho,
buscando un lugar en el que esconderme. Elegí mi escritorio como barrera
inquebrantable.
No sé cómo, ni cuando, pero, de
repente, mi corazón empezó a latir tan rápido como el aleteo de un colibrí.
Unos pasos se acercaban cada vez más a mí, no tenía ninguna salida, el
escritorio se había convertido en mi propia cárcel.
-
Al final no has resultado de gran ayuda. Lo seguiremos
intentando.
Alguien me agarró del cuello, la oscuridad
no me permitía conocer su identidad y mientras me ahogaba, mi corazón latía
todavía más rápido, hasta que mi respiración se detuvo, llegando, de esa
manera, mi triste final, sin un final de libro, sino que estaba acabando con el
mismo drama que una película que no llegó a su final, dejándolo para la segunda
parte.
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