CAPÍTULO 5 - FIN

agosto 18, 2019 Orfeo 0 Opiniones



No paraba de sentir a Rubén dentro de mí. Por primera vez en mi vida me sentía completa. Nadie había conseguido llenar esa sensación de vacío que he sentido durante toda mi vida. Ni yo misma sabía la manera de solucionar dicha carencia.
El móvil comenzó a requerir de mi asistencia. Rubén parecía inmerso en sus esfuerzos de conseguir mi felicidad, pero desde ese momento no podía parar de pensar en quién podía estar interrumpiendo ese momento tan mágico. Si era Don Juan, mi destino estaba sentenciado al paro, sin haber llegado a firmar el contrato.
Sus caderas seguían chocando contra mí, acelerando el fin de nuestro encuentro. Justo cuando comenzaba a olvidarme del politono de mi teléfono, escuchamos la puerta del recibidor abriéndose. Rubén se separó con rapidez y me indicó con su mano derecha un lugar para esconderme, resultando el baúl en el que guardaban los juguetes para la piscina. Fui corriendo al lugar indicado mientras recogía la toalla para volver a taparme. Él continuaba desnudo y, por la puerta que conectaba con el comedor, salía una persona que no lograba ver desde el interior del baúl. Intenté abrir un poco más la tapa y, sin que pudieran verme, comencé a enfocar mis sentidos en la escena.
-          Hola, guapísimo. — Era una de las chicas del círculo de Nix. — ¿Me estabas esperando?
Sin que Rubén pudiera contestar, ella se lanzó a él y empezaron a mantener relaciones sexuales que, por desgracia, tuve que presenciar hasta que Rubén, con sus ejercitados músculos, se la llevó al interior de la casa. Aproveché ese momento para huir al exterior con la toalla.
Una vez fuera, decidí ir al coche que tenía aparcado en la calle de mi casa. Estuve caminando cautelosa durante todo el trayecto para que nadie pudiera verme en esa situación tan ridícula. Allí era conocida y no se me ocurría a quién acudir, a saber qué cosas divulgarían las personas tras conocer lo ocurrido en mi casa. Las malas lenguas siempre han estado detrás de mi vida, incluso cuando era pequeña.
No se me ocurría qué hacer; mi casa estaba acordonada y mi coche apenas gozaba de un depósito lleno. Entonces, la vida me iluminó con la pantalla de mi móvil. Estaba recibiendo una llamada de mi asistente.
-          Buenas tardes, señora.
-          ¿Víctor? ¿Qué ocurre?
-          Me preguntaba si querría venir a mi casa para pasar el tiempo que haga falta mientras soluciona esos problemas en su vida.
-          ¿Perdona? — Todo parecía demasiada casualidad. — ¿Cómo sabes qué no estoy en mi casa?
-          Pasé hace unos minutos por su casa y vi que estaba rodeada del cuerpo policial. — Se quedó callado. — Sólo quería saber si se encontraba bien.
-          Gracias, Víctor. Volviendo al tema inicial… Acepto tu oferta.
-          ¡Qué bien! Enseguida paso a recogerla.
-          Muchas gracias.
Estuve sentada en el coche, tapada con la toalla, alrededor de unos veinte minutos. El día ya se había convertido en noche y justo cuando empezaba a sentir el frío de la oscuridad, los faros de un coche me deslumbraron, iluminando el interior del mío. Al ver que se había estacionado frente de mí, comencé a ponerme nerviosa y, a los pocos segundos, la silueta del conductor comenzó a moverse para bajar del coche. Conforme se iba acercando, lograba distinguir cada una de sus características. Era imposible no reconocer esa piel de color oliva, esos labios carnosos y su fino pelo moviéndose al son del viento. Víctor había llegado, como si se tratara de mi ángel de la guarda.
-          ¡Oh, señor! ¿Qué le ha pasado, señorita Leden? — Me dijo apuntándome con la luz de su móvil.
-          Una larga historia. Si no te importa, ¿puedes llevarme? —Se quedó mirando para mí fijamente. — Empiezo a tener un poco de frío.
-          Sí, ¡sí! — Empezó a moverse de manera muy nerviosa. — Perdone, tome mi abrigo.
Me rodeó con su abrigo y me acompañó al asiento del copiloto de su propio coche. Una vez los dos dentro, arrancó el vehículo y trató de sacar cualquier tema para poder entablar una conversación que amenizara el trayecto. Comenzó a hablar sobre temas de Nix, pero mi cabeza solo me dejaba pensar en lo que había ocurrido con Rubén. De pronto, mis ojos sólo focalizaban a un único sitio. Esos pantalones marcaban, al sentarse, el atributo de Víctor. Era enorme, formaba un bulto de grandes dimensiones y mi lascivia comenzó a provocar pensamientos impuros hacia mi ayudante.
Mi mano se acercó a mi nuevo deseo y todas las palabras que salieron de su boca se transformaron en silencio. Sus ojos se dirigieron a mí y, en lugar de decir nada, se limitó a seguir conduciendo mientras, aquello que tocaba, no dejaba de crecer. No podía retener mis ganas de terminar con aquello que Rubén había comenzado. Al ver que él no oponía resistencia, decidí dejarme llevar por el deseo y comencé a desabrochar la cremallera de su pantalón para poder ver su ropa interior. Apenas podría abrirla, pues su órgano viril había crecido lo suficiente como para impedir que la abriera. Mis ansias no dejaban de aumentar y decidí utilizar todas mis energías para abrir de par en par ese regalo de los dioses.
Una vez abierto, logré ver cómo su ropa interior cubría aquello que tantas ganas tenía de llevarme a la boca. Comencé a acariciarlo y Víctor empezó a exhalar ciertos gemidos que me indicaban que él sentía las mismas ganas que yo tenía por continuar. La tez bronceada de su rostro comenzó a tornarse de un matiz rojizo y, de su miembro, comenzó a transpirar una pequeña gota.
Supe, en ese mismo instante, que él quería hacer lo mismo que yo. No sabía el motivo, pero algo, dentro de mí, no quería continuar. Paró el coche y comenzó a quitarse su jersey, la camiseta que llevaba por debajo marcaba su cuerpo digno de plasmar en una escultura. Yo, dejándome guiar por mis deseos, llevé mis manos a su camiseta para quitársela y masajear sus trabajados pectorales.
Las ganas irrefrenables que teníamos de consumar la pasión se podía tocar con la punta de los dedos a medida que sus manos bajaban por mi cintura. De nuevo, ese sentimiento de impotencia volvía a mí, la razón volvía me volvía a hablar, echándome la culpa de estar jugando con las emociones de Víctor. Me detuve, salí del coche corriendo con el abrigo de Víctor en mi mano izquierda y no paré de correr durante dos minutos.
Al levantar la vista, me percaté de lo que se encontraba ante mí: Nix. Esto no podía ser otra cosa más que el destino. Algo me estaba incitando a entrar, pese a saber que no debía hacerlo, algo dentro de mí me empujó a su interior. Los pasillos seguían guardando la misma calma que el primer día e, incluso, cada mueble estaba colocado al milímetro de la última vez que pude estar allí.
Decidí entrar en mi despacho, buscando un lugar en el que esconderme. Elegí mi escritorio como barrera inquebrantable.
No sé cómo, ni cuando, pero, de repente, mi corazón empezó a latir tan rápido como el aleteo de un colibrí. Unos pasos se acercaban cada vez más a mí, no tenía ninguna salida, el escritorio se había convertido en mi propia cárcel.
-          Al final no has resultado de gran ayuda. Lo seguiremos intentando.
Alguien me agarró del cuello, la oscuridad no me permitía conocer su identidad y mientras me ahogaba, mi corazón latía todavía más rápido, hasta que mi respiración se detuvo, llegando, de esa manera, mi triste final, sin un final de libro, sino que estaba acabando con el mismo drama que una película que no llegó a su final, dejándolo para la segunda parte.

0 comentarios:

¡Deja tu comentario!