EL DRAGÓN DE HOMERO
Como
cada mañana, me imaginaba despertando con el beso de mi madre, pero al ver que
no era así, siempre me demoraba en levantarme de la cama, con la esperanza de
que alguien que se preocupara por mí cruzara esa puerta.
Una
vez dejada atrás mi cama, me sentaba en el escritorio y comenzaba a dibujar la
primera criatura que se me pasara por la cabeza, pero recuerdo que, ese día,
tenía sólo una imagen en mi mente: un dragón. Obviamente mis lápices no me
permitían plasmar en el papel todo el nivel de detalle que me hubiera gustado,
mas no podía quejarme del resultado. Poco a poco conseguía rellenar el
contenido del dibujo con el color sin salirme por las líneas.
Papá
ya me había llamado dos veces para desayunar, pero yo no quería ir hasta haber
acabado mi obra maestra. Tras un par de minutos, comenzó a llamar a mi puerta
con bastante fuerza.
- Ángel, no te lo repito más veces – Se
calló por un instante. – ¡Qué vengas!
- Voy, papá.
Justo
en ese momento había coincidido que acabara el dibujo: aquel dragón devorando a
los campesinos del pueblo, escupiendo fuego por su enorme y dentada boca,
provocando innumerables incendios. ¡Qué orgulloso estaba de ese dibujo! De
hecho, estaba tan contento, que decidí colgarlo en el corcho de mi propia
habitación.
Salí
de mi cuarto y en la mesa de la cocina estaba mi padre, esperando con los
huevos revueltos y el tocino sobre el plato.
- ¡Al fin, Ángel! – Alzó sus brazos,
exagerando su sorpresa al ver que había salido de mi cuarto. – ¿Se puede saber qué
hacías en tu cuarto?
- Perdona, papá. Me quedé dormido más de lo
que contaba. – No quería decirle que estaba dibujando; a mi padre nunca le
gustó mi pasión, según él, era alimentar mis ganas de vivir en un mundo de
fantasía.
- ¡Qué raro! – Miró al plato tras su
intervención. – Bueno, esto se enfría.
Comenzamos
a desayunar y, ante el silencio que se podía palpar en la habitación, comencé a
echar el ojo por toda la cocina y vi que había varias botellas de alcohol sobre
la encimera.
- Hay otra vez partido, ¿no es cierto? – No
me atreví a mirarle a los ojos.
- Sí, ¡pero mira qué día tan bonito hace
hoy! – Dijo mirando a la ventana. – Puedes
hacer todo lo que te apetezca.
- Sí… – Decidí no seguir hablando del tema,
sabía que no le parecería bien si cuestionaba su control sobre el consumo del
alcohol.
- Por cierto, – me dijo – ¿cómo tienes el
brazo?
- Ah, mucho mejor, la verdad. – Le decía
mientras me tapaba el moratón con la manga de la parte superior del pijama.
- Bueno, espero que pronto se cure, ya sabes…
no lo hice adrede.
- Tranquilo. – Respondí mientras seguía
desayunando.
Después
de haber hablado del tema, vio que en la televisión ya estaba comenzando el
partido y terminó rápidamente el desayuno para poder tumbarse en el sofá. Yo,
al ver que iba a ser otro día monótono y aburrido, decidí acabar también y
limpiar los platos.
De
pronto, comencé a sentir cómo los objetos y las paredes de la casa empezaban a
saltar y a tambalearse. Parecía ser el único que lo notaba, pues papá seguía
cegado por el partido. Y justo en el preciso instante que quise pronunciar una
palabra, pude observar a través de la ventana de la cocina, una pata escamosa
gigantesca.
Al
otro lado de la casa, viéndolo a través de otra ventana, pude ver como un ser
enorme comenzaba a asomar su ojo colosal hacia el interior de mi hogar. Papá
seguía sin hacer nada y yo, al no saber qué hacer, me quedé totalmente inmóvil,
con la esperanza de que, si no me veía, pudiera seguir con vida.
Poco
tardé en darme cuenta que, por muy extraño e inverosímil que pudiera parecer y
sonar, ese ser era mi dragón, el que tanto me había esforzado en dibujar. Pensé
que había venido para jugar conmigo, para hacernos amigos, pero cuando salí
para poder acariciarlo, la efusividad de la criatura hizo que, con su cola,
saliera precipitado a la casa del vecino.
Mi
dragón parecía haberse enfadado y de su boca comenzaba a salir humo. Era obvio
que quería quemar mi casa, pero no podía permitir que lo hiciera estando mi
padre dentro. Intenté de todas las maneras posibles llamar su atención, pero
nada surtía efecto. Para cuando quise darme cuenta, éste había reducido mi casa
a cenizas y, no sé cómo, yo estaba tirado en la carretera.
Lo
siguiente que recuerdo tras esa noche es despertarme en un hospital de la mano
de una mujer de avanzada edad mirándome fijamente.
-
Has tenido mucha suerte, no sé cómo has
conseguido salir de esa.
- ¿Quién eres? – Empecé a mirar el entorno,
en busca de mi padre. Estaba solo en la habitación. – ¿Dónde está mi padre?
- A ver, tranquilo. No te preocupes, lo
importante es que estás bien y en cuanto te den el alta, te lo explicarán todo.
No
sé el motivo, pero había algo que no me estaba dando buena espina. Era sólo un
niño, pero la tensión podía palparla.
Tras
un par de horas, habían pasado bastantes personas de bata blanca, traje y
rostros serios. No conocía a ninguno de ellos. Al pasar un par de días, la
mujer que había visto al despertarme en el hospital me dijo que ya estaba
preparado para irme a mi nueva casa. Al escuchar esas palabras, decidí
preguntarle, con los ojos inundados en lágrimas, lo que estaba pasando y me dijo
que era un niño especial, con una situación especial.
- Sé que no es fácil de entender, Ángel,
pero puede que los malos tratos, recibidos por parte de tu padre, hayan
provocado en ti una imaginación alucinante para protegerte de esa realidad en
la que vivías, de ahí que alegaras que un dragón había incendiado tu casa
cuando hay pruebas evidentes de que has sido tú.
- No, está totalmente engañada, señora, le
juro que ha sido un dragón.
- Tranquilo, eso lo trabajaremos con el tiempo,
pero como no hay ningún familiar que quiera tener tu custodia tras la muerte de
tu padre, hemos decidido buscarte un nuevo hogar.
Todo
lo que recuerdo, a partir de ese momento, es llegar con mi nueva familia,
acudir al psicólogo dos veces por semana durante unos diez años, ser feliz y
estar ahora mismo contando esta historia delante de ti, papá. No quería que
pensarás que todo lo que había ocurrido fuera por mi culpa.
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