Capítulo 4
Esta razón proviene de otra amistad y, en esta ocasión, de origen masculino. Como veis,
sólo he mencionado a un hombre, pero con matices amorosos. Aquí se trata de
sólo eso, una amistad que, en un principio, parecía ser mi salvavidas y resultó
ser otro verdugo.
Esto ocurrió hace poco, pero os diré cómo se originó nuestra amistad. En tercero de la ESO nos daba a escoger una serie de materias optativas para orientar, supuestamente, nuestro futuro. Ese año estaba repitiendo ese mismo curso por lo que mis compañeros eran un año más pequeños que yo. Nos daban a elegir entre una materia de ciencias y otra de humanidades: Cultura Clásica. En efecto, llegó a ser mi asignatura favorita, pues me introdujo en el mundo del conocimiento clásico. Se había abierto ante mí un nuevo mundo, donde las leyendas y la cultura rompían las barreras que mi mente había creado en base a las personas de letras, pues yo, en un principio, no entendía por qué a la gente le maravillaba ese mundo. Así es: esa asignatura cambió mi forma de ser y redireccionó mi futuro: pasando de ciencias a letras.
Como iba diciendo, en esa clase éramos cuatro personas de las cuales éramos solo dos hombres (bueno, por aquel entonces: niños). Esa persona que, sin imaginármelo, llegó a ser un buen compañero de mesa durante ese curso. Al siguiente año, en cuarto, él había escogido una optativa distinta, pues ya tenía pensado su futuro (relacionado con la economía). A pesar de estar en dos grupos distintos, coincidíamos en matemáticas, pues en ese año había dos clases: una para la gente que no tenía en mente coger esa materia en bachillerato y, otra, en la que la gente quería seguir por ese camino; nosotros pertenecíamos al primero.
En esa clase hablábamos de nuestros intereses y conseguimos labrar una mejor relación. Fue en el primer año de bachillerato donde ambos grupos se unieron en una única clase, haciendo una mezcla de todas las modalidades de bachillerato. Él pertenecía al de Ciencias Sociales y yo, como bien sabéis, al de Letras. Coincidíamos en todas las asignaturas, menos en griego y latín. Pero sólo había una que nos permitía estar solos: Lengua Musical (Música), una asignatura que conseguías sacar un sobresaliente con saber tocar la flauta medianamente bien. En esas clases sólo ensayábamos las canciones que tocaríamos al final de curso con dicho instrumento, por lo que podíamos hablar sin ningún problema. Allí conseguimos ascender de compañero de mesa a amigos. En efecto, nos llevó dos años ser amigos de verdad: él me contaba sus problemas y yo lo escuchaba: pues los míos ya los escuchaba Tamara.
Me hizo ver que era una persona sensible y abierta, dispuesta a encontrar una persona que lo quisiera por cómo era, pues, como todo el mundo, Diego tenía sus complejos y, el más importante: su estatura. Es cierto que, para ser un chaval de dieciséis años, su estatura estaba por debajo de la media. Yo lo entendía mejor que nadie, o eso creía, pues yo tampoco podía, ni puedo, presumir de la mía. Intentaba animarlo como mejor podía, pero, he de reconocer que ese no es mi talento; se me da mejor escuchar que animar.
No había día en el que no me dijera que estaba siendo un gran apoyo para él y yo, no paraba de ilusionarme con que por fin había encontrado alguien que me complementaba.
Esto ocurrió hace poco, pero os diré cómo se originó nuestra amistad. En tercero de la ESO nos daba a escoger una serie de materias optativas para orientar, supuestamente, nuestro futuro. Ese año estaba repitiendo ese mismo curso por lo que mis compañeros eran un año más pequeños que yo. Nos daban a elegir entre una materia de ciencias y otra de humanidades: Cultura Clásica. En efecto, llegó a ser mi asignatura favorita, pues me introdujo en el mundo del conocimiento clásico. Se había abierto ante mí un nuevo mundo, donde las leyendas y la cultura rompían las barreras que mi mente había creado en base a las personas de letras, pues yo, en un principio, no entendía por qué a la gente le maravillaba ese mundo. Así es: esa asignatura cambió mi forma de ser y redireccionó mi futuro: pasando de ciencias a letras.
Como iba diciendo, en esa clase éramos cuatro personas de las cuales éramos solo dos hombres (bueno, por aquel entonces: niños). Esa persona que, sin imaginármelo, llegó a ser un buen compañero de mesa durante ese curso. Al siguiente año, en cuarto, él había escogido una optativa distinta, pues ya tenía pensado su futuro (relacionado con la economía). A pesar de estar en dos grupos distintos, coincidíamos en matemáticas, pues en ese año había dos clases: una para la gente que no tenía en mente coger esa materia en bachillerato y, otra, en la que la gente quería seguir por ese camino; nosotros pertenecíamos al primero.
En esa clase hablábamos de nuestros intereses y conseguimos labrar una mejor relación. Fue en el primer año de bachillerato donde ambos grupos se unieron en una única clase, haciendo una mezcla de todas las modalidades de bachillerato. Él pertenecía al de Ciencias Sociales y yo, como bien sabéis, al de Letras. Coincidíamos en todas las asignaturas, menos en griego y latín. Pero sólo había una que nos permitía estar solos: Lengua Musical (Música), una asignatura que conseguías sacar un sobresaliente con saber tocar la flauta medianamente bien. En esas clases sólo ensayábamos las canciones que tocaríamos al final de curso con dicho instrumento, por lo que podíamos hablar sin ningún problema. Allí conseguimos ascender de compañero de mesa a amigos. En efecto, nos llevó dos años ser amigos de verdad: él me contaba sus problemas y yo lo escuchaba: pues los míos ya los escuchaba Tamara.
Me hizo ver que era una persona sensible y abierta, dispuesta a encontrar una persona que lo quisiera por cómo era, pues, como todo el mundo, Diego tenía sus complejos y, el más importante: su estatura. Es cierto que, para ser un chaval de dieciséis años, su estatura estaba por debajo de la media. Yo lo entendía mejor que nadie, o eso creía, pues yo tampoco podía, ni puedo, presumir de la mía. Intentaba animarlo como mejor podía, pero, he de reconocer que ese no es mi talento; se me da mejor escuchar que animar.
No había día en el que no me dijera que estaba siendo un gran apoyo para él y yo, no paraba de ilusionarme con que por fin había encontrado alguien que me complementaba.
Pero esas
ilusiones, una vez más, no eran buenas. Mis ilusiones no estaban limitadas sólo
a ser amigos, sino a algo más. Las clases de Música se habían convertido en
momentos de charlas subidas de tono. No quería pensar que cada comentario que
él realizaba fuera en serio, básicamente porque tenía novia, pero cada vez se
me hacía más duro no creerlo.
Poco a poco,
dejaron de ser charlas y comenzaron las acciones: comenzaba a tocarme la
rodilla, haciéndole cosquillas y, cada clase que pasaba, la mano subía más y
más. Yo, que ya sabéis cómo soy, decidí preguntarle si estaba haciendo todo lo
que hacía con cabeza y en serio, él me respondió con un “sí” pero con un tono
pícaro, es decir, que las ideas en mi cabeza se enredaban cada vez más.
Sus “bromas”
no quedaron ahí; en una de las clases me preguntó si quería salir con él, vamos
que si quería ser su novio. Mi rostro creo que manifestaba mi confusión y me
soltó un: “¡es en serio, eh!”, pero con el mismo tono de picardía de siempre.
Yo, siguiéndole el juego que creía que estaba jugando, afirmé a su petición
como respuesta. Y a partir de ahí “bromeábamos” como si realmente lo fuéramos.
Reitero que yo
quería creer que era una broma, pero, cada día que pasaba, tenía más ganas de
que fuera real. Tal fue mi confusión que, en ocasiones, su rostro me mostraba
la misma pasión que sentía yo. Supongo que todo como producto de mi imaginación
que, como siempre, me jugaba malas pasadas.
Había
terminado el primer curso de bachillerato y nosotros habíamos quedado varias
veces en verano. He de reconocer que fuera de clase no me agradaban mucho sus
comportamientos, pero eso no quitaba que me había abierto su corazón y me
enseñara su verdadero ser. Nuestros planes se basaban en ir a andar, ir a la
playa y sacar fotos. Faltaba esa esencia que nos unía en las clases. Ya nada
parecía ser lo mismo. Cada vez que hablábamos por el sistema de comunicación de
los cobardes, parecía que estaba hablando con otra persona distinta de la que
me había hecho tantos planes de futuro.
Muchas veces
creo ser un maníaco, obsesionado con encontrar el amor y, una vez parece que lo
he encontrado, empiezo a construir castillos en el aire y a debatir en mi mente
el nombre de mis futuros hijos.
Sé que el amor
surge cuando menos te lo esperas y no hay que buscarlo, pero dentro de mí
sentía la imperiosa necesidad de tener a alguien a quien amar y, desde Derek,
parecía haberlo encontrado, aunque tuviera trastornos de bipolaridad conmigo.
Una vez
acabado el verano, sólo habíamos quedado tres veces y, una de ellas, no lo
había invitado yo. Me explico:
Yo había
quedado con un amigo para ir a la playa; un plan perfecto: estar con uno de tus
amigos más cercanos para desconectar de los problemas que la juventud nos
estaba regalando, jugar con la pelota… todo perfecto, hasta que lo vi a él, al
lado de mi amigo, en la playa. No sé cómo, pero se había enterado de mi plan de
desconexión. Una vez allí, se fueron a pasear los dos solos porque yo,
obviamente, me sentía incómodo.
Allí me quedé,
plantado en la playa, con la única compañía de la toalla bajo mis pies. No me
apetecía ni bañarme en el agua ni seguir allí, sólo quería irme y saber si él
me echaría en falta. Tras una hora de meditar sobre lo que había pasado; allí
venían ellos, desde la otra punta de la playa, babeando por los traseros de las
mujeres que tenían delante. No apartaban la vista de sus nalgas y, la verdad,
no sabía cómo ellas no se habían dado cuenta.
Cuando
llegaron a las toallas no sé cómo, pero me contuve las ganas de decirle lo que
pensaba a Diego e irme de la playa. Sólo quería decirle que todo lo bueno que
veía en él, se estaba convirtiendo en maldad pura, en que ahora, en él, sólo
veía malas acciones. Quise llorar, pero la parte de cordura llegó a mí y me
hizo ver las cosas con claridad: sí, se había acoplado a mis planes y me había
robado a mi amigo para observar juntos los cuerpos femeninos de la costa, pero
no todo era tan malo, me hablaban todo el rato y empezaron a jugar conmigo a la
pelota.
La presencia
de Diego afectaba en Alejandro, el amigo con el que había acordado ir a la
playa desde un principio. No sé cómo, pero de él salían actitudes que nunca
había hecho cuando estábamos solos.
Era un hecho
saber que estar con Diego contaminaba a todo el mundo y, la verdad, no sabía si
ese efecto me salpicaba a mí también, por eso, cada vez que me sentía incómodo,
quería separarme cuanto antes de él.
Volvieron a
empezar las clases y, por tanto, segundo de Bachillerato, uno de los cursos de
enseñanza no obligatoria más temido por el alumnado. Antes de empezar ya estaba
preocupado por las dificultades que me iban a suponer dicho año.
Ahora puedo decir
que ha sido uno de los más confusos de todos en los que he estudiado y no sólo
por el estudio, sino también por las personas que han participado en él. No
quiero profundizar mucho en este tema porque aún tengo que decir cosas del
curso pasado, sobre todo de las personas que me ha dado y quitado.
Pero volviendo
a este, Diego no paraba de actuar en mi vida, mandándome señales confusas. Un
día me parecía la mejor persona de todas, otro la peor. Nunca una persona me
había dado tanto en tan poco tiempo.
Os voy a
contar uno de los mayores errores de mi vida (hasta el momento): me enamoré de
él; sí llegué a ese punto de confundir los límites de la amistad con los del
amor. Pero no fue un proceso inmediato, fue poco a poco, porque cada vez que
veía algo bueno, me saltaban el doble de malas.
El sentimiento
fue ganado poco a poco; pero se fue perdiendo paulatinamente con cada una de
sus acciones. Dichos actos comenzaron a afectar a los que eran sus amigos. Se
estaba volviendo una persona horrenda, cuya única motivación era tratar mal a
todos y cada uno de ellos, incluyéndome a mí.
Ese año ya no
teníamos Música, bueno, en realidad, yo sí, pero él había decidido escoger
Ciencias de la Tierra, pues él creía que le subía la nota para lo que quería
hacer, pero yo, al principio, creía que era por mí, que quería alejarse.
En cuanto al
tema de sus amigos, yo lo dejaba pasar, pues creía que a mí no me incumbía. Eso
creía hasta que un día me llegó un mensaje que convirtió a la aplicación de los
cobardes en la aplicación de los afectados por Diego. Ese mensaje me decía: “¿Tú
me quieres?”. Era un mensaje de su amigo, de los más íntimos, preguntándome si
realmente nadie lo quería o había alguien que sí lo apreciara.
Creo que
cualquier persona en mi situación le hubiera preguntado si iba en serio o si
realmente estaba con sus amigos tomándome el pelo, él me contestó de tal manera
que parecía como si estuviera al borde de un abismo. Estuve durante unas
cuantas horas haciendo lo mismo que vosotros, escuchándolo, bueno, leyéndolo y
tratando de consolar sus preocupaciones relacionadas con Diego. Resulta que, el
que tenía mi corazón, en ese momento, en sus manos, le había dicho a una
compañera, que había venido nueva ese mismo año, de nuestra clase que Gabriel
estaba enamorado de ella. Esa información era verdadera y Gabri no estaba así
por este motivo, sino que, el que era su amigo, se había mofado con toda la
clase sobre los sentimientos que él tenía hacia ella. Incluso a ella le mandaba
indirectas metiendo el dedo índice sobre un círculo que formaba con su otra
mano. No os tengo que decir el significado de ese gesto ¿verdad?
Fue, a partir
de ahí, cuando comenzó una actitud grotesca hacia todo el mundo. Incluso llegó
a tener novia y me pidió si le podía escribir cosas bonitas para mandárselas.
Obviamente a eso sí que le dije que no.
Si tengo que
agradecerle algo, es que he descubierto a una persona con un corazón igual de
grande que él (medía casi dos metros).
Poco a poco,
se unían las personas de mi clase que me contaban las peripecias que estaba
formando Diego y, entre ellos, estaba Alejandro. No sé si todos ellos creían
que contándomelo a mí solucionarían algo, pero he de decir que, conociendo esos
datos, mi corazón tomaba la forma de un boomerang que volvía hacia mí
enfrentándose a las corrientes de viento que formaba poco a poco su nuevo dueño.
Gabriel seguía
mal y yo, creyendo que lo suyo no era tan grave, decidí contarle lo que había
sentido por su nuevo enemigo. Él, para mi sorpresa, reaccionó bien y decidió
ayudarme a saber lo que podía hacer. Me animaba constantemente a contarle a
Diego los sentimientos que tenía hacia él, pero yo sabía que no era buena idea.
Así lo hice,
me armé de valor e intenté decírselo muchas veces en persona, pero siempre
estaba ocupado. El único momento en el que estaba libre era por la red de los
afectados por él que había vuelto a recibir el título de “la red de los
cobardes”. Antes de decírselo, teniendo la novia que ya os había dicho, me
suelta un “¿qué pasaría si me lanzo?”. De nuevo, me demostró el majestuoso don
que tenía para dejarme con los ojos como platos.
Al día
siguiente, teníamos una excursión a la universidad, para saber cómo funcionaba
el sistema universitario y así no pillarnos de sorpresa al año siguiente. En el
bus me hablaba con cierto resentimiento, pero unos minutos después comenzaba a
actuar como las clases de Música de primero de bachillerato. Y cuando vio que
no compartía sus acciones, me preguntó si estaba cómodo, haciendo referencia a
la pregunta que me había hecho el día anterior. Le contesté que sí lo estaba,
pero realmente no era así. A lo largo de la excursión me hablaba cariñosamente
y, en otras ocasiones, me hablaba como si fuera otra persona.
Se lo conté a
Gabriel y se quedó como yo. También sostenía la versión de que estaba
tomándome el pelo. Estuve durando unas cuantas semanas igual, Gabri y yo
seguíamos confusos. Llegamos a la conclusión de que tenía que cortar por lo
sano y se lo conté y, como un buen cobarde, decidí utilizar la red de los
cobardes.
Se lo conté y,
una vez más, reaccionó como Gabriel. Me dijo que no, no sentía lo mismo que yo
y que todo lo que había hecho, lo hacía pensando que ambos estábamos de broma.
También me dijo que no pasaba nada y que podíamos seguir siendo amigos.
No os podéis
llegar a imaginar la cara que se me había quedado al ver cómo el castillo que
había construido se caía ladrillo a ladrillo delante de mis propios ojos.
Al día
siguiente parecía que no había pasado nada, pero, cuando iba por los pasillos,
intentó en dos ocasiones darme la mano, algo que no había hecho nunca y,
después, me tocó mis nalgas. Ese día su actitud fue distinta a cualquier otro,
parecía que la conversación del día anterior la hubiera tenido con otra
persona.
Fue entonces
cuando decidí dejar de intentar tener algo con él, tanto amistosa como
amorosamente. Ya no quería saber nada de él y lo mismo hicieron sus antiguos
amigos, cada uno con sus distintos motivos y, lo que me había pasado con Diego,
solo lo sabía Gabriel.
Cristina
sospechaba que algo me pasaba con él y decidí decirle que estaba viendo cosas
que no me gustaban para nada. Ella pareció entenderlo y me ofrecía su apoyo
incondicional, como siempre.
Pasó el tiempo
y ya estábamos a finales de curso. Ni Gabriel ni yo hablábamos con él, el resto
sólo hacía contestaciones secas. Llegó un momento en el que él comenzó a
sospechar y me llegó un mensaje de la red que tanto he mencionado: era él,
acusándome de ser yo quien había influenciado a sus amistades para no hablarle.
Creo que me he explicado lo suficientemente bien como para que sepáis que sólo
he intentado arreglar su situación con el resto de ellos, sin pensar en las
consecuencias que tendría conmigo. Pues la resolución de la conversación se
resume en que soy el causante de todo mal que ha hecho a sus amigos.
Y eso hizo,
intentó hacer ver a todo el mundo que era yo el culpable, pero,
afortunadamente, la gente ya sabía la situación real de todo lo que había
pasado. Ya en verano, los primeros días de la estación, se reunió con Alejandro
y otro amigo para intentar hablar las cosas.
Siempre he
creído que estaban actuando mal, pues yo, desde el principio, le había dicho a
Diego todo lo que pensaba e iba siempre de frente, mientras que ellos hacían lo
mismo de lo que se quejaban que hacía él: iban hablando de Diego por las
espaldas.
Pues de esa
reunión, quedaron en que ya iban a ir hablando, es decir, que yo soy el único
culpable de lo que estaba viviendo y, de hecho, les contó a ambos lo que había
pasado entre nosotros, bueno, su versión. Contó que él, al rechazarme, yo me
enfadé y decidí no hablarle más y hacerle la vida imposible. Faltó a su palabra
cuando me juró no contárselo a nadie. En realidad, eso no me dolió, lo que sí
me ha afectado es el hecho de saber que los secretos con él, no duran mucho,
pues él me contaba los secretos de sus amigos, sin yo pedírselo.
Antes de la
reunión, Cristina habló con Diego para intentar alegrarme, pues ella era
perfectamente capaz de ver que esta situación me estaba doliendo. Ella le
explicó detalladamente cómo hablarme para arreglarlo conmigo sin que yo me
enterara de que Cris lo ayudara. Obviamente, hizo caso omiso.
Actualmente,
he creído superarlo y él muestra pocos indicios de vida social. En efecto,
intentó arreglarlo con sus amigos porque está solo y Gabriel se niega a hablar
con Diego hasta que él no me pida perdón por contar mis sentimientos hacia él.
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