Capítulo 3

octubre 16, 2016 Orfeo 1 Opiniones

No sabía cómo, pero de pronto me encontraba en una situación que jamás me hubiera esperado: agachado, viendo cómo mi jefa se estaba atragantando en el suelo sin poder hacer nada y rodeado, en medio del bar, por el grupo de mujeres que de un parpadeo habían llegado allí.

-          ¿Veis como no miento? – Dijo una de las jóvenes que se mostraba realizada por mostrar a sus compañeras que tenía razón sobre algo que yo desconocía.

-          Tranquila Regina, no te alteres tanto. – Dijo la mayor del grupo mientras se acercaba a mí rompiendo el círculo perfecto.

-          No sé lo que le ha pasado, no sé qué hacer. – Dije al ver que la más experimentada me miraba con aspecto desafiante.

-          Relájate querido, no importa. – Miró a mi jefa con cara de asco. – Me parece que le has hecho favor a este desgraciado mundo.

-          ¿Qué quieres decir? Necesito llevarla a un hospital. – Me dispuse a cogerla por los brazos cuando de nuevo me sentí amenazado con la mirada de todas las componentes del óvalo.

-          No, tú te vas a quedar aquí y, de una vez por todas, vamos a hablar seriamente. – Seguía manteniendo su diálogo la veterana.

El óvalo se descompuso y comenzaron a aproximarse a mi jefa mientras yo me separaba poco a poco por el desconocimiento de lo que estaba pasando. Todas realizaban movimientos perfectamente sincronizados, se agacharon a ella y mientras una acariciaba su garganta, el resto susurraban palabras de un idioma que desconocía.

-          Vamos a hablar a aquella esquina mientras las chicas se ocupan de la vieja decrépita. –Me decía la más mayor mientras señalaba la mesa que estaba al lado de la puerta.

-          No entiendo nada de lo que está pasando, me estoy volviendo loco. – Le decía mientras me sentaba en la silla y ella giraba el cartel de “ABIERTO” para señalizar el cierre del bar.

-          Empecemos poco a poco. – Me decía mientras se acomodaba. - ¿Qué crees que está pasando?

-          Pues que he perdido la poca cordura que me quedaba. Últimamente he estado teniendo unas pesadillas que me impiden dormir, he incluso parecen abarcar el mundo real.

-          ¿A qué te refieres? – Parecía que me había ganado su atención.

-          Pues esta noche he soñado que una de las de tu grupo me visitaba por la noche y… ¿qué hago contándote esto a ti, a una persona que apenas conozco? Necesito ayudar mi jefa. – Intenté levantarme de mi asiento, pero una vez ya estaba levantado de la silla, ella la señaló y mi cuerpo se vio impulsado a sentarse de nuevo bruscamente-

-          Tú te quedas quieto y empiezas a cantar como un periquito. Sacó otro cigarrillo y comenzó a fumarlo sin encenderlo, porque, extrañamente, se encendió solo.

-          Mira, no sé lo que queréis de mí, pero os garantizo que no soy yo quien o lo que buscáis.

-          Eso todavía está por confirmar. Continúa. – Su tono de amabilidad forzado me ponía de los nervios.

-          Pues eso que una de tus chicas se coló en mi habitación y empezó a decir tonterías. Como te decía, era un sueño… lo sé gracias a que cuando salió de mi habitación ya no estaba.

-          Y dime, en ese sueño… ¿Ella hizo cosas extrañas?

-          Defina extrañas. – Parecía preocupada.

-          ¿Pues qué te hizo? – El cigarro se consumía demasiado rápido.

-          Aunque parezca extraño… me controlaba con su mente. No sé, como le digo, los sueños, sueños son.

-          ¿Y a qué te referías con lo del bosque? – Seguía teniendo un alma ansiosa de conocer.

-          Pues… espera, yo no he hablado de ningún bosque. ¡¿Qué está pasando?!

-          ¡Habla! – La situación comenzó a ponerse demasiado tensa, me incomodé bastante.

-          No hasta que no me digas de una maldita vez lo que está pasando.

-          ¡Aquí mando…!

-          ¡Mierda! Aquí no me manda nadie y menos una vieja decrepita – En realidad no era tan mayor, ya dije que rondaba sobre los cincuenta– que no sabe qué hacer para sentirse superior a unas crías que no tienen personalidad suficiente como para plantarte cara. Puede que a ellas puedas controlarlas, pero a mí no.

El local enteró comenzó a temblar, como si un terremoto estuviera sacudiendo el bar sin descanso. Cuando miré para el grupo, todas me estaban mirando fijamente. Dejaron a mi jefa de nuevo en el suelo, comenzaron a formar un círculo y a acercarse a mí simultáneamente. Con la tensión del momento, he de reconocer que ya no me asustaban, de hecho, al igual que el temblor del bar, yo me sentía excitado y con un calor interno que me daba seguridad.

-          ¿Lo hacemos? – Preguntó una de las que nunca había escuchado su voz.

-          Está claro que el que se mete con nosotras, no debe salir impune. – Dijo la rubia que apareció en mis sueños.

Todas comenzaron a levantar sus manos apuntando hacia mí. No me imaginaba lo que estaban haciendo, hasta que comencé a sentir una sensación o una fuerza muy extraña en el interior de mi cuerpo. Tal era la fuerza que me vi obligado a agacharme en el suelo de la presión que sentía en mi corazón. Justo en el momento en el que comencé a perder oxígeno, me fijé en que estaban susurrando palabras que apenas podía escuchar y entender. Fue entonces, con el poco oxígeno que tenía para pensar, cuando comprendí que no era un sueño constante, si no que estaba siendo la vida real y que ellas no eran un grupo fúnebre común, si no que era, nada más y nada menos, que un aquelarre de brujas. El temblor del bar dejó de retumbar para dar paz al local. Mi vida estaba contabilizada en segundos cuando se detuvieron para dejarme respirar.

-          Bueno, ya sabes lo que está pasando y de lo que somos capaces si te metes con nosotras – me dijo la bruja líder. – Nosotras no venimos con el fin de hacerte daño, sino todo lo contrario, pero si nos lo pones difícil… no nos dejas otra opción. Que esto quede en un aviso ¿de acuerdo?

-          Sí… - El calor de mi interior había desaparecido para darme un tono de palidez que, comparado al de la nieve, ésta adquiría el color del sol. Me costaba recobrar el aliento.
Se habían llevado a mi jefa y yo me quedé atónito en una silla del bar, la misma en la que la líder me había estado haciendo el interrogatorio. Mi mente no tenía planeado hacer nada, ni recoger el bar para cerrar, ni marcharme a casa para saber cómo estaba mi tía.

No sabía lo que pensar; ni lo de las brujas ni lo de mi jefa me parecía verosímil. Aunque pensándolo bien, la brujería explicaría mis pesadillas… Ni Tim Burton podría imaginar la vida que estaba llevando.

Había pasado una hora cuando decidí moverme y marcharme a casa cuando fuera del local, pegada a la puerta, estaba allí una de las chicas del aquelarre.

-          Ey, hola… –  Me decía mirando al suelo. – Venía para saber cómo estabas después de la noticia…

-          Pues supongo que estupefacto… no todos los días unas brujas intentan ahogarme con su mente.

-          Lo siento, pero te habías metido con nosotras y, aunque no me lo hagan pasar bien… son como mis hermanas. Me llamo Sandra. – Me extendió su mano.

-          Si te extiendo mi mano… ¿me aseguras que cuando te toque me empiece a apretar el corazón o algo así?

-          Tranquilo, yo sola no puedo hacer nada.

-          Aras. – Le extendí la mano. – ¿A qué te refieres?

-          Pues verás – Comenzamos a dar un paseo por el pueblo, que, a pesar de estar en la oscura noche, las paupérrimas luces le proporcionaban un toque misterioso y confortable. – Nadie sabe que estoy aquí contigo, pero necesito explicarte todo lo que está pasando, a mi cuando me dijeron todo me sentía muy perdida. Sí, somos un aquelarre de brujas, nuestro origen, aunque no lo sabemos muy bien, se remonta a las tribus de África de la…

-          Perdona, si vas directamente al grano te lo agradezco.

-          Vale… – A pesar de su cara de insatisfacción, continúo con la historia. – Pues verás, nuestro grupo funciona de una manera un tanto peculiar. Digamos que nosotras nacemos siendo brujas, pero no tenemos poderes independientes, por eso formamos el círculo.
-          ¿Círculo? – Le pregunté cortante.

-          Sí, nacemos formando parte de un círculo. Las razones creemos que es porque desde los tiempos de Salem, las brujas han querido formar parte de un grupo para asegurar su poderío y así poder huir de sus cremaciones. Entonces suponemos que poco a poco sus poderes se han ido consolidando con el de las demás brujas o que hicieron un hechizo de sangre que uniera los poderes. Porque, como te iba diciendo, independientemente no tenemos poderes, pero si las del círculo estamos juntas, podemos hacer grandes cosas.

-          ¿Y hay que tener la misma idea del hechizo para que funcione?

-          No, cada uno puede realizar el hechizo que quiera, sin estar de acuerdo en el resultado. Tan sólo cuenta que estemos cerca.

-          ¿Y qué buscáis de mí?

-          Pues verás, Ana se ha ido debilitando en estos años.

-          ¿Ana? – No hacía otra cosa más que cortar su explicación.

-          Ana Bolena, nuestra líder.

-          ¿¡Ana Bolena!?

-          Sí. Pues como iba diciendo, ella es la única que ha estado administrando magia durante varias generaciones de aquelarres.

-          ¿Qué quieres decir?

-          Ella drena magia a todas las participantes del aquelarre, por eso nos prohíbe utilizar la magia por tonterías. Cada vez que un hechizo sale de nuestra boca, ella se muere.

-          Pero sigo sin saber por qué me queréis.

-          Pues… Ana ha estado buscando a una sucesora... y has salido tú.

-          ¿A qué te refieres?

-          Aras, has nacido para alimentar al círculo.

-          ¿¡Qué!? ¡Ni loco, no pienso morir por esto!

-          ¡No! Ana ha empezado a debilitarse desde el momento en el que has nacido, pero para que nazca tu siguiente sucesor pueden pasar hasta siglos.

-          ¿Siglos?

-          Sí, a partir de los veinticinco años, tu crecimiento y envejecimiento se ve ralentizado en un setenta por ciento. Las brujas de los anteriores círculos decidieron maldecirnos así, para garantizar la supervivencia de la magia.

-          ¿Qué quieres decir con eso?

-          Pues que la “casi” desaparición de la vejez conlleva unas consecuencias… Sólo podemos tener hijos con otros brujos o seres mágicos y sólo quedan contados hombres con magia.

-          Madre mía…

-          Tranquilo, sé que la información es difícil de procesar, pero con el tiempo lo asimilarás. Además…

-          ¡Socorro! – Gritaba una voz femenina procedente de un callejón cercano. Sandra fue corriendo hacia la voz y yo, por inercia, la seguí.

-          ¿¡Qué haces!? – Le dije mientras la perseguía a gran velocidad.

-          ¡Tú sígueme!

Al llegar al callejón pudimos observar como una mujer tirada en el suelo, estaba soportando la paliza de tres hombres.

-          Vale – Decía susurrándome Sandra, porque sabía que no nos habían visto. – Yo no podré hacer nada, tienes que hacerlo todo tú.

-          ¿A qué te refieres? Estamos los dos juntos, ¿no puedes hacer nada?

-          No, aún no estás unido al círculo, así que, si eres el siguiente líder, podrías hacer magia independiente.

-          ¿Y cómo lo hago?

-          Nosotras utilizamos hechizos en latín, pero tú seguro que puedes hacerlo en castellano e incluso con la mente ya puedes hacerlo.

-          ¿Y cómo lo digo? La pobre mujer no aguantará mucho.

-          Tu acércate a ellos, lo hará tu cuerpo inconscientemente. Confía en ti.

Me acerqué a ellos corriendo a la vez que les gritaba que se detuvieran. Al verme, se rieron y empezaron a acercarse a mí.

-          ¿Qué pasa chaval? ¿Tienes ganas de fiesta eh?

Sandra tenía razón, ese calor tan familiar empezó a inundar mi cuerpo y mirándolos fijamente, empecé a sentir como me liberaba de la presión que estaba sintiendo últimamente. A la vez que me desprendía del calor uno de los abusones salía despedido a la pared del callejón y caía en el mismo suelo.

-          ¡Qué cojones! – Decía otro de ellos.

-          ¡Corre tío! – Gritaba su colega.

-          ¡Vinculus! – Siendo sincero, no supe como dije eso. Los ladrillos de la pared golpearon a otro de ellos e hicieron que se quedara incrustado en la pared con el espacio suficiente para respirar.

-          ¡Aras, continúa! – Me dijo Sandra desde el fondo del callejón. Con esas palabras el calor interno que estaba sintiendo se me había, por suerte el otro matón no se había percatado y se había escabullido. – Ven, acércate a ella.

-          ¡Sí! – Fui corriendo a socorrer a la pobre mujer. – Hay que llevarla al hospital.

-          No, dame tus manos. – Me colocó las manos sobre sus heridas. – Ahora concéntrate y di: Sana, sana y repítelo hasta que veas que se empiezan a cerrar las heridas.


-          Va… Vale… Sana, sana, sana, sana… Las heridas comenzaban a cerrarse por sí solas. Era una sensación totalmente increíble, no solo ella se curaba, yo me comenzaba a sentir totalmente nuevo.

1 comentario:

¡Deja tu comentario!