La red de Eros
No siempre he
buscado estar sola, sentimentalmente hablando. Mis amigos han intentado hacerme
feliz buscándome parejas y, ya sé que es una cosa que debería hacer yo o que el
amor ya aparecerá cuando menos me lo espere… pero mi nivel de necesidad de
pasar el resto de mi vida con alguien llegan a límites insospechados. Siempre
me he definido como una persona antisocial cuyas únicas aspiraciones en la vida
eran olvidarme de las personas y estar el mayor tiempo posible en soledad. Pero
últimamente he sufrido una serie de cambios inesperados, ahora quiero salir con
mis amigos, bailar e incluso, como ya había mencionado, encontrar la flecha de
Cupido.
Un día, harta
de la espera y con demasiado tiempo libre, me propuse coger el portátil e ir al
sitio donde más probabilidades tenía de conocer a alguien, Internet… ese lugar
lleno de pederastas, violadores, vírgenes con ansias de encontrar alguna mujer,
frikis con ganas de compartir sus hobbies, otros que suben vídeos de sus
mascotas realizando actos graciosos y, por último, gente como yo, con ganas de
conocer a otras personas y que pase lo que tenga que pasar.
La vida no se
había portado muy bien conmigo y menos el azar en ese momento, ya que había
entrado en un chat en el que su apariencia era como la de Skype y había un
botón que ponía “Next” para pasar a la siguiente persona, si la que estaba en
ese momento no te convencía. Pues si fueron veinte las personas que eran
pederastas a simple vista, violadores en su mirada, vírgenes con ansias de
encontrar alguna mujer y que lo seguían intentado, frikis con ganas de
compartir sus hobbies o las mucosidades que les salían de su nariz, me quedaba
corto con esa cantidad. Pero ningún otro tipo de persona como yo, con ganas de
conocer a otras y que pase lo que tenga que pasar.
Mis ganas por
encontrar a alguien se estaban reduciendo a la nada, justo en el momento en el
que un joven apareció de pronto en esa ventanita digital. Su mirada se quedó
fijada en mí a la vez que mis ojos analizaban cada píxel de la pantalla,
observando el pelo pincho, ojos marrones, nariz griega y unas mejillas
sonrojadas. Por fin el bebé con alas, había lanzado su flecha en mi corazón.
No recuerdo de
manera exacta cómo nos saludamos, pero sí recuerdo el estar mirando el uno para
el otro durante un período de tiempo bastante pronunciado. Estuvimos durante
una hora hablando de nuestra vida, informándonos el uno sobre el otro. Yo no
necesitaba más detalles para saber que ése era el amor de mi vida.
Se me pasaba
el tiempo volando cuando me sonreía de esa manera… Todas mis preocupaciones se
evadían cuando lo miraba sin que él se percatara cuando se ponía a escribir.
Tenía 21 años, a pesar de ser mayor que yo, no tenía ningún aspecto negativo,
tan sólo la distancia ya que residía en Ávila, una distancia bastante notable
para poder verlo en persona.
En el momento
en el que nos tuvimos que despedir, concretamos la hora del futuro reencuentro
por Skype, de esta manera me aseguraba poder verlo de nuevo, sin ninguna
intromisión. Una vez apagué el ordenador, me percaté de que el día se había
teñido de negrura y oscuridad. Encendí la luz de mi cuarto y me puse a estudiar
para el examen del día siguiente. Me costó conciliar el sueño, tal vez porque
mi mente guardaba la imagen de esa sonrisa que me tenía hipnotizada.
Las clases se
me hacían eternas pensando en el joven que me esperaría el viernes a la tarde
en la red. No entendía en como tan solo dos horas de conversación, me
emocionaba cada vez que recordaba la imagen que me había dejado la retina de su
sonrisa.
Una vez había
llegado el ansiado día, hice mis tareas correspondientes perdiendo la noción
del tiempo, teniendo la esperanza de verlo de nuevo. Una vez entrada la noche,
accedí al chat y allí estaba el icono verde que afirmaba su estado de conexión.
Casi simultáneamente, recibí la llamada de él, cuando lo iba a llamar yo. Allí
estaba, su mueca esperando el saludo del brillo de mis ojos, devolviéndome a un
estado de hipnotismo. Con un simple “hola”, mi alma volvía a suspirar por un
futuro que me había imaginado junto a él.
En numerosas
ocasiones mostraba una incomodidad cada vez que le llamaba guapo y lo bonita
que tenía la sonrisa. Hasta que en un momento, decidió advertirme, rompiendo mi
corazón con una apatía sobre la idea que tenía yo. “No quiero que te enamores
de mí, tan sólo somos amigos, yo todavía sigo enamorado de mi ex”. Palabras que
no puedo olvidar, pero que hice todo lo posible por simular una comprensión a
pesar de no compartir esa idea. De todas formas, tenía toda razón, la culpa la
tenía yo por hacerme a la idea de tener un futuro con un hombre que conocía de
unas míseras horas. No podía quitarme la idea de estar hablando con un hombre
cuyos sentimientos estaban ligados a otra mujer, aunque todo se me olvidaba con
esas muecas que me hacía. La que más me gustaba era cuando sacaba su lengua
para enfadarme por haberle hecho reír. No me quería quedar con las manos
vacías, por lo que decidí indagar sobre ella, cuestionando cada información que
quería conocer de la afortunada. La conclusión que saqué del dichoso tema era
que su separación se debía a la distancia, la misma desdicha que tenía yo con
él, pero en su caso era en Francia.
Cuando dejamos
de hablar, fui directa a la cama y a llamar a mis amigos, coincidiendo con una
fecha importante de celebración, para ir con ellos a las fiestas. Allí, la
puritana y antisocial decidió tirar la casa por la ventana y empezó a ingerir
la mayor cantidad de Malibú con piña posible, una bebida que me otorgaba el altivo
olvido a base de beber poca cantidad.
Mis sentidos
comenzaban a confundirse en el momento en el que ya no podía recordar los
acontecimientos que me rodeaban, mi objetivo pude conseguirlo, ya no tenía la
imagen del hombre que me había hecho probar la bebida alcohólica por primera
vez, hasta el punto de llegar a desmayarme en el suelo de la discoteca.
Una vez abrí
mis párpados, me vi en la habitación de un hospital, rodeada de mis padres y
amigos. Sucesivas broncas me llegaron por parte de mis progenitores,
arrepentida por ello, me prometí a mí misma no volver a hablar con ese Adonis.
Una vez volví a casa, no pude hacer otra cosa que romper con la promesa e ir
directa a por el ordenador. Una vez lo tuve, me conecté a internet y llamé a
Jorge y le conté todo lo que me había pasado desde que lo conocí. Sus
intenciones eran buenas, preocupándose por mí y pidiéndome perdón, pero sus
palabras me hacían más daño, por lo que decidí colgar y apagar el ordenador. Mis
ojos se inundaron de lágrimas que no querían precipitarse por mis mejillas.
Jamás les
conté a mis padres ni a mis amigos esta historia y la escusa que le di a mi
familia por la actitud que había tenido tan sospechosa, se basaba en la
antiquísima escusa de “la edad del pavo”. Un mes después de esto, me obcequé en
que no volvería a encontrar el amor o a ningún hombre como él, así que
aprovechando la soledad que había en mi casa, llené la bañera con vistas a
mejorar la situación con una solución implacable. Una vez situada en el baño de
agua caliente, comencé a pensar en lo tonta que había sido y que nadie podía
hundirse de tal manera como hice yo, por una persona que apenas siente lo mismo
que tú. Creo que lo que más me dolió fue el verme en esa situación, ya que me
creía a mí misma como una persona fuerte e independiente. Pero, como estas
palabras las decían mis amigos en situaciones que eran similares a la mía, no
podía ser tan fuerte como ellos, así que opté por dejarme escurrir en la bañera
y poner a prueba mi capacidad pulmonar. Era increíble la capacidad que me
otorgaba el agua para recapacitar, tal vez el oír los latidos de mi corazón era
lo que me relajaba y me abría la mente.
La verdad es que no puedo ser optimista, ya
que he roto la idea que tenía de mí y me he dejado caer a una altura muy
inferior. Es cierto que la vida te pone diferentes obstáculos que deben ser
superados por ti, pero ése fue uno de los más grandes que me había encontrado y
de los más pequeños de los que me podré encontrar…