La red de Eros

abril 12, 2016 Orfeo 0 Opiniones


No siempre he buscado estar sola, sentimentalmente hablando. Mis amigos han intentado hacerme feliz buscándome parejas y, ya sé que es una cosa que debería hacer yo o que el amor ya aparecerá cuando menos me lo espere… pero mi nivel de necesidad de pasar el resto de mi vida con alguien llegan a límites insospechados. Siempre me he definido como una persona antisocial cuyas únicas aspiraciones en la vida eran olvidarme de las personas y estar el mayor tiempo posible en soledad. Pero últimamente he sufrido una serie de cambios inesperados, ahora quiero salir con mis amigos, bailar e incluso, como ya había mencionado, encontrar la flecha de Cupido.
Un día, harta de la espera y con demasiado tiempo libre, me propuse coger el portátil e ir al sitio donde más probabilidades tenía de conocer a alguien, Internet… ese lugar lleno de pederastas, violadores, vírgenes con ansias de encontrar alguna mujer, frikis con ganas de compartir sus hobbies, otros que suben vídeos de sus mascotas realizando actos graciosos y, por último, gente como yo, con ganas de conocer a otras personas y que pase lo que tenga que pasar.
La vida no se había portado muy bien conmigo y menos el azar en ese momento, ya que había entrado en un chat en el que su apariencia era como la de Skype y había un botón que ponía “Next” para pasar a la siguiente persona, si la que estaba en ese momento no te convencía. Pues si fueron veinte las personas que eran pederastas a simple vista, violadores en su mirada, vírgenes con ansias de encontrar alguna mujer y que lo seguían intentado, frikis con ganas de compartir sus hobbies o las mucosidades que les salían de su nariz, me quedaba corto con esa cantidad. Pero ningún otro tipo de persona como yo, con ganas de conocer a otras y que pase lo que tenga que pasar.
Mis ganas por encontrar a alguien se estaban reduciendo a la nada, justo en el momento en el que un joven apareció de pronto en esa ventanita digital. Su mirada se quedó fijada en mí a la vez que mis ojos analizaban cada píxel de la pantalla, observando el pelo pincho, ojos marrones, nariz griega y unas mejillas sonrojadas. Por fin el bebé con alas, había lanzado su flecha en mi corazón.
No recuerdo de manera exacta cómo nos saludamos, pero sí recuerdo el estar mirando el uno para el otro durante un período de tiempo bastante pronunciado. Estuvimos durante una hora hablando de nuestra vida, informándonos el uno sobre el otro. Yo no necesitaba más detalles para saber que ése era el amor de mi vida.
Se me pasaba el tiempo volando cuando me sonreía de esa manera… Todas mis preocupaciones se evadían cuando lo miraba sin que él se percatara cuando se ponía a escribir. Tenía 21 años, a pesar de ser mayor que yo, no tenía ningún aspecto negativo, tan sólo la distancia ya que residía en Ávila, una distancia bastante notable para poder verlo en persona.
En el momento en el que nos tuvimos que despedir, concretamos la hora del futuro reencuentro por Skype, de esta manera me aseguraba poder verlo de nuevo, sin ninguna intromisión. Una vez apagué el ordenador, me percaté de que el día se había teñido de negrura y oscuridad. Encendí la luz de mi cuarto y me puse a estudiar para el examen del día siguiente. Me costó conciliar el sueño, tal vez porque mi mente guardaba la imagen de esa sonrisa que me tenía hipnotizada.
Las clases se me hacían eternas pensando en el joven que me esperaría el viernes a la tarde en la red. No entendía en como tan solo dos horas de conversación, me emocionaba cada vez que recordaba la imagen que me había dejado la retina de su sonrisa.
Una vez había llegado el ansiado día, hice mis tareas correspondientes perdiendo la noción del tiempo, teniendo la esperanza de verlo de nuevo. Una vez entrada la noche, accedí al chat y allí estaba el icono verde que afirmaba su estado de conexión. Casi simultáneamente, recibí la llamada de él, cuando lo iba a llamar yo. Allí estaba, su mueca esperando el saludo del brillo de mis ojos, devolviéndome a un estado de hipnotismo. Con un simple “hola”, mi alma volvía a suspirar por un futuro que me había imaginado junto a él.
En numerosas ocasiones mostraba una incomodidad cada vez que le llamaba guapo y lo bonita que tenía la sonrisa. Hasta que en un momento, decidió advertirme, rompiendo mi corazón con una apatía sobre la idea que tenía yo. “No quiero que te enamores de mí, tan sólo somos amigos, yo todavía sigo enamorado de mi ex”. Palabras que no puedo olvidar, pero que hice todo lo posible por simular una comprensión a pesar de no compartir esa idea. De todas formas, tenía toda razón, la culpa la tenía yo por hacerme a la idea de tener un futuro con un hombre que conocía de unas míseras horas. No podía quitarme la idea de estar hablando con un hombre cuyos sentimientos estaban ligados a otra mujer, aunque todo se me olvidaba con esas muecas que me hacía. La que más me gustaba era cuando sacaba su lengua para enfadarme por haberle hecho reír. No me quería quedar con las manos vacías, por lo que decidí indagar sobre ella, cuestionando cada información que quería conocer de la afortunada. La conclusión que saqué del dichoso tema era que su separación se debía a la distancia, la misma desdicha que tenía yo con él, pero en su caso era en Francia.
Cuando dejamos de hablar, fui directa a la cama y a llamar a mis amigos, coincidiendo con una fecha importante de celebración, para ir con ellos a las fiestas. Allí, la puritana y antisocial decidió tirar la casa por la ventana y empezó a ingerir la mayor cantidad de Malibú con piña posible, una bebida que me otorgaba el altivo olvido a base de beber poca cantidad.
Mis sentidos comenzaban a confundirse en el momento en el que ya no podía recordar los acontecimientos que me rodeaban, mi objetivo pude conseguirlo, ya no tenía la imagen del hombre que me había hecho probar la bebida alcohólica por primera vez, hasta el punto de llegar a desmayarme en el suelo de la discoteca.
Una vez abrí mis párpados, me vi en la habitación de un hospital, rodeada de mis padres y amigos. Sucesivas broncas me llegaron por parte de mis progenitores, arrepentida por ello, me prometí a mí misma no volver a hablar con ese Adonis. Una vez volví a casa, no pude hacer otra cosa que romper con la promesa e ir directa a por el ordenador. Una vez lo tuve, me conecté a internet y llamé a Jorge y le conté todo lo que me había pasado desde que lo conocí. Sus intenciones eran buenas, preocupándose por mí y pidiéndome perdón, pero sus palabras me hacían más daño, por lo que decidí colgar y apagar el ordenador. Mis ojos se inundaron de lágrimas que no querían precipitarse por mis mejillas.
Jamás les conté a mis padres ni a mis amigos esta historia y la escusa que le di a mi familia por la actitud que había tenido tan sospechosa, se basaba en la antiquísima escusa de “la edad del pavo”. Un mes después de esto, me obcequé en que no volvería a encontrar el amor o a ningún hombre como él, así que aprovechando la soledad que había en mi casa, llené la bañera con vistas a mejorar la situación con una solución implacable. Una vez situada en el baño de agua caliente, comencé a pensar en lo tonta que había sido y que nadie podía hundirse de tal manera como hice yo, por una persona que apenas siente lo mismo que tú. Creo que lo que más me dolió fue el verme en esa situación, ya que me creía a mí misma como una persona fuerte e independiente. Pero, como estas palabras las decían mis amigos en situaciones que eran similares a la mía, no podía ser tan fuerte como ellos, así que opté por dejarme escurrir en la bañera y poner a prueba mi capacidad pulmonar. Era increíble la capacidad que me otorgaba el agua para recapacitar, tal vez el oír los latidos de mi corazón era lo que me relajaba y me abría la mente.

 La verdad es que no puedo ser optimista, ya que he roto la idea que tenía de mí y me he dejado caer a una altura muy inferior. Es cierto que la vida te pone diferentes obstáculos que deben ser superados por ti, pero ése fue uno de los más grandes que me había encontrado y de los más pequeños de los que me podré encontrar…