El filo de la Parca
Mi último mes había sido increíble, cualquiera que escuchara
la historia que he vivido no podría creerlo. Sin duda ha sido el mejor enero de
toda mi vida. Él había sido el motivo por el que mis pensamientos destiñeron de
negro a rosa.
Todo empezó el uno de enero de este mismo año, el tiempo
seguía deprimiendo mi alma y cada gota de agua que caía en los charcos formados
en la calle por la intensa lluvia de todo diciembre, impulsaba mis ganas de
coger mi libro y evadirme de las noticias actuales. Mi marido trabajaba y el
libro no me aportaba ningún sentimiento en ese momento, por lo que decidí coger
el ordenador y buscar cualquier cosa que me hiciera cambiar de mentalidad sobre
ese día.
Mirando a través de las redes sociales, encontré una
solicitud de amistad de un viejo amigo del instituto que quería volver a
establecer conversación conmigo. Revisando su perfil, vi que los años no habían
pasado por él y que seguía conservando ese sexapil y su estado civil de
“soltero”. Tras aceptar su solicitud, le
invité a tomar un café al bar de mi hermano, ya que ambos también se conocían.
Antes de salir de mi casa, le dejé una nota a mi marido
conforme iba al bar de Rogelio a pasar el rato con mi hermano. Me fui al
dormitorio a escoger la ropa, teniendo en cuenta distintos factores, entre
ellos: el no ir demasiado provocativa ni tampoco demasiado tapada. Era una
mujer casada pero, como a toda mujer, nos gusta lucir atractivas.
En el coche, mi mente no dejaba de pensar en el mal que le
estaba haciendo a mi marido quedando con otro hombre a sus espaldas, pero en
realidad lo que estaba haciendo era quedar con un viejo amigo cuya relación
estaba separada por veinte años. Cuando llegué al bar, le conté a mi hermano
todo el tema respecto a Miguel y parecía estar más feliz que yo.
Me quedé en la barra esperando a su llegada, mientras tanto
tomaba un agua mineral a la vez que veía las noticias en aquella tele de
treinta y dos pulgadas. Ya se pasaban diez minutos de la hora de quedada cuando
Miguel todavía no había llegado. Cuando dirijo mi vista a la puerta principal
del bar veo una silueta oscura de un hombre que estaba a contraluz y a su vez
no me dejaba identificar quien se hallaba tras esa figura. Confirmando mis
sospechas, era él y ya sin empezar a hablar supe algo, no era muy fotogénico, porque
si ya parecía guapo en el Facebook, en persona no se podía describir como era.
A la vez que se
acercaba a mi, podía ver cada uno de sus rasgos e intensificar la idea que
tenía sobre él. Sus ojos azules confundirían a cualquier marinero, a la vez que
su pelo cabalgaba en su cabeza por su finura y ligereza simulando el movimiento
de las ondas marinas. Sus labios gruesos seguían siendo igual de irresistibles
que los de aquel joven que me tuvo tan enamorada en la pubertad. Cuando me vio,
sus labios destaparon una sonrisa blanca y alargada que contagiaba felicidad.
No fueron pocas las veces en las que mi mirada se quedaba
paralizada en sus ojos, el color que más me maravillaba de los iris humanos. No
me quedó ningún recoveco de curiosidad respecto a su vida, me contó todo lo que
me interesaba saber y viceversa, excepto el detalle de mis lazos matrimoniales.
Al acabar la cita, acordamos volver a vernos en mi domicilio, a sabiendas de
que mi marido no se encontraría allí, ya que debía estar fuera de casa en todo
el día.
A la mañana siguiente, mi marido ya estaba en el trabajo y
mi corazón sabía que era el momento de empezar a ordenar la casa y pensar la
cena de la velada. Parecía que el destino era conocedor de la cita que intentó
poner todo tipo de obstáculos, desde llamadas a la puerta de repartidores, el
cartero, vecinos e incluso compañeros del grupo de golf de mi marido.
Sin esperarlo, ya era la hora de la cena y yo todavía no
estaba preparada, ni con la cena empezada. Entré en la cocina y comencé a
cocinar una simple fritanga compuesta de patatas fritas y una hamburguesa bien
cocinada, una simple cena que no daba lugar a mal entendidos.
Entré en la habitación, abrí el vestidor y comencé a dudar
si escoger el vestido rojo pasión, para enamorar esos ojos azules de la misma
manera que me tenían a mí, pero era una tontería, era otra quedada entre dos
viejos amigos o también podía escoger el vestido negro, que conseguía estilizar
mi cuerpo de una manera discreta y no gritaba mis intenciones fantásticas del
mismo modo que lo hacía el anterior. En cuanto al maquillaje, opté por una
simple sobra de ojos y un pintalabios de color rosa pastel, que canalizaba la
frescura de mis abandonados labios.
De pronto, el timbre de la puerta del recibidor sonaba para
señalizar la llegada del invitado. Acomodé mi pelo y quité alguna arruga del
vestido para perfeccionar la primera impresión que podía recibir de él. Abrí la
puerta y, de nuevo, sus ojos azules me mostraban lo preparado que estaba
Miguel, con su camisa azul y su pantalón vaquero oscuro. Me dio dos besos en
señal de saludos y le invité a la entrada del comedor. Esa luz realzaba el
acompañamiento de la camisa con el color de su iris.
Al terminar la comida, fui a la cocina para coger las
fresas con chocolate fundido. Mientras tomábamos el postre, una gota de
chocolate cayó en labios, dejando una señal del destino para actuar, y así hizo,
el afrodisíaco actuó en mi invitado de manera que impulsó sus acciones,
manifestándola a través de un beso furtivo.
Mis párpados se cerraban para dejarme ver una imagen
totalmente psicodélica en mi mente, millones de fuegos artificiales explotaron
en mi corazón, dándome millones de sensaciones por todo mi cuerpo. Miedo y
adrenalina se fusionaron en una única emoción, similar al amor juvenil que una
vez había sentido.
Tanta fogosidad nos condujo a mi cuarto, besándonos
continuamente, sin temor a ser descubiertos por nadie. No paraba de sentir sus
manos frotando mi cuerpo a la vez que nos desplomábamos en mi cama. Sus manos
agarraban mis muñecas y ambos cuerpos desnudos dejaban ver como nuestro sudor
reflejaba la luz de los rayos lunares que conseguían entrar por las ventanas.
Una vez habíamos terminado, nuestra vitalidad cayó al
suelo, dejándonos durmiendo abrazados. Era curioso, sus brazos me garantizaban
una protección ante cualquier tipo de problema exterior, ajeno a nuestros
sentimientos. Ese sentimiento jamás lo había sentido con mi marido, ese pobre
hombre que había sido engañado por una mujer totalmente irresponsable que se
había dejado encandilar por unos ojos tan oscuros como el mar.
Hizo caso omiso a mis explicaciones y no hizo otra cosa más
que explicarme la farsa que había vivido él mismo con nuestra relación, ya que
creía que estábamos destinados a morir juntos. Entró al dormitorio haciendo
todo el ruido posible, cogiendo toda su ropa y cerrando las puertas de los
armarios. Tomó la maleta que estaba debajo de la cama, colocó sus pertenencias
y se fue de casa sin pensarlo dos veces a la vez que intentaba arreglarlo.
Me quedé sentada en mi cama llorando y volví a dirigir mi
mirada a Miguel, no se había despertado por toda la afrenta que había tenido
con mi marido. Mi corazón todavía no había descansado del ritmo anterior cuando
decidió volver a funcionar a su máxima potencia y dirigirme a él, sacudiendo su
inerte cuerpo. Seguía sin recibir respuesta, mis innatas acciones me llevaron a
pensar que estaba muerto y que el mejor final que podía tener, era morir con
él, dejar que nuestras almas descendieran juntas al mundo de los muertos.
Cogí el cuchillo de la cocina, me situé a los pies de
Miguel, coloqué el cuchillo en mi corazón. Adquiriendo la mayor fuerza mental
posible, separé el cuchillo con las dos manos
y con fuerza, retomé la posición inicial. Sentí cómo mi corazón era
literalmente atravesado por la fría hoja de acero. Mi mirada volvió a contemplar a Miguel, observando como temblaban sus párpados y como una botella de cloroformo caía del cabecero de la cama. De nuevo, el factum no había
esperado a manifestarse hasta el momento en el que mi manta acabó empapada de
sangre. Miguel, al verme, no dudo ni un segundo en cogerme en brazos e ir
corriendo a su coche sin temor por estar desnudo.
En el trayecto, mi mente no paraba de reflexionar sobre lo
que hubiera pasado si esa tarde, no hubiera cogido el ordenador. Seguiría
sumergida en mis problemas que comparados a los de ese momento, eran
insignificantes. Apenas tenía fuerza ya para continuar soportando la pérdida de
sangre. El frío que sentía fue el que provocó que mi capacidad auditiva
disminuyera la nitidez de lo que podía escuchar. A pesar de todo, no me
arrepentía de lo que había hecho, volví a sentir sensaciones que jamás hubiera
creído que podría volver a tener. Volví a sentirme deseada, una mujer fuerte
pero a la vez con la necesidad de sentirse protegida. Conocí el amor verdadero,
que una vez había dejado escapar en el instituto y que gracias al destino, pude
volver a experimentar. Cada segundo que pasé con él en esa noche, daba las
gracias por conocer a esa maravillosa persona. Ya, con los ojos cerrados y con
la poca constancia que tenía de mi entorno, mi amante había creído que había
muerto, cuando sentí un golpe en la defensa del coche.