LA LEYENDA DE LA MORA

octubre 05, 2021 Orfeo 0 Opiniones




Al intentar hacer memoria, recuerdo ese verano como ningún otro, sobre todo, ver a los pájaros revolucionándose ante tal hecho que seguro era tan sorprendente para mí como para ellos. Pero antes de empezar la historia por el final, prefiero hablaros de lo que había vivido el verano de ese año.

Mis padres tenían siempre la tediosa costumbre de contradecir todas mis decisiones relacionadas con mi futuro, como si a los dieciséis años no fuera lo suficiente maduro como para elegir mi propio camino... Mi sueño siempre ha sido pintar, cursé el bachillerato artístico con el objetivo de entrar en la carrera de Bellas Artes, aunque para mis padres estaba estudiando el bachillerato científico que, según ellos, era el de más salidas.

No me gustaba mucho el verano, no ocurría nada interesante, no tenía amigos y los que tenía estaban a distancia, fuera de Galicia. Odiaba vivir allí, era el lugar más remoto que había conocido, como dice el dicho: “Era el lugar donde Jesús perdió la chancla”. Soy consciente que no era así, todo estaba a una buena distancia de los lugares importantes: Ferrol, centros comerciales, parques… Pero siempre lo percibí como si estuviera perdido en medio de la nada.

Uno de los primeros días de verano, me propuse dejar atrás las rutinas aburridas de todos los veranos que pasaba allí y decidí hacer algo nuevo, algo que pudiera potenciar mi talento artístico y que hiciera volar mi imaginación y no se quedara oxidada hasta el nuevo curso. Mi plan sería ir a dibujar por los alrededores de mi casa y conseguir que se me despejase la cabeza y olvidar mis planes de futuro que, para nada, estaban próximos a los que mis padres tenían planeados para mí.


La verdad es que me encantaba ir por todos los rincones de mi pueblo O Val, gracias a mi plan, estaba consiguiendo algo que nunca me hubiera imaginado: maravillarme ante la belleza de mi pueblo natal. Un día antes de la noche de San Juan, encontré una roca enorme, una especie de monolito que parecía conmemorar algo antiguo. Había algo que llamaba mi atención, alguna clase de energía magnética que me invitaba a dibujarla.

Me pasé todo el día dibujando cada detalle que rodeaba a la roca, mientras yo, a sus pies, seguía hipnotizado ante esa sensación magnética. Llegada ya la noche, mi móvil ardía de tanta llamada que hacían mis padres y, aunque quería responder, la roca seguía proclamando su atención. A medida que iban pasando las horas, notaba como algo propio de la naturaleza comenzaba a cobrar vida, de una forma u otra sentía el susurro de los árboles anunciando que algo iba a llegar, aunque decidí centrarme en mi dibujo que continuaba bajo la luz de la linterna del móvil.

Ya eran las tres de la mañana cuando me desperté, no me había dado cuenta de haberme dormido. Cuando miré a mi alrededor, me sentía perdido, como si algo dentro de mí hubiera desaparecido, no sabía qué podía ser: seguía teniendo el móvil, mi cuaderno, mi dibujo de la… ¡Mi dibujo de la roca! Esa roca ya no estaba. No me creía que fuera producto de mi imaginación, todo había sido tan real…

- Por fin despiertas, joven muchacho. ¿Te has perdido o buscar algún sitio de resguardo? – Me había dicho una mujer de tez oscura después de haberme asustado.

- Hola, perdone, me he quedado dormido mientras dibujaba una… Bueno, no importa. – Creía que era mejor no decirle a nadie que me estaba volviendo loco. – Ya me marcho, perdone.

- No debes disculparte, mientras tus aficiones te guíen, no permitirás que nadie te despiste. ¿Puedo ver lo que has retratado? Quizá pueda ayudarte, a darte más detalles.

- No, lo siento mucho, ya es muy tarde, seguro que mis padres están preocupados.

- Claro, es normal, pero en la noche de San Juan todo brilla como el alba, hablando de brillar – se quedó mirando al cielo – mira lo que tengo, es para ti, lo gané con esmero.

Justo cuando me había levantado para irme, la señora me había enseñado bastantes joyas y monedas de oro. Lo guardaba todo en su bolso, pero, para enseñármelo, lo tiró todo al campo, sin importar que pudiera perder algo en mitad de la noche.

- No, no se preocupes, señora. – No quería perder más el tiempo. – Debo irme, mis padres querrán saber que estoy bien.

- No, hijo mío, de aquí no te puedes ir sin elegir alguno de mis tesoros de marfil. Eso sí, el peine de oro es mío, necesito peinarme para no armar más líos en mi fino cabello. – Comenzó a peinarse, la mora parecía ser bastante coqueta. – Venga, joven, observa con paciencia, no tenemos prisa, aunque la brisa indica que el sol se acerca con ganas de recibir la fiesta.

La fiesta a la que se refería la señora era la noche de San Juan y, la verdad, no le faltaba razón, no sé cómo, pero ya eran las cinco de la mañana y el amanecer se acercaba. Era difícil resistirse, había mucho oro con el que podría acceder a mis estudios sin depender de la decisión de mis padres. Aunque la mora no se quedaba atrás, su belleza no dejaba de sorprenderme, pues, aunque hubiera poca luz solar, su belleza brillaba de por sí.

- Señora, de verdad, no puedo aceptarlo.

- Yo insisto, joven muchacho. Necesito que elijas algo, no me importa, todo está hecho a mano.

- Está bien señora, no quiero que le parezca una falta de respeto. – Me quedé mirando a todos sus tesoros, pero de lo que tenía, lo que más llamaba mi atención era un anillo que tenía pequeños brillantitos de diamante pulido. – Está bien, elijo este.

Me parecía muy hermoso, su belleza me hipnotizaba, igual que la energía que me transmitía la roca del día anterior. En realidad, de tanto tiempo que me quedé mirando al anillo, no me di cuenta de si la mora me había dicho algo. Al mirarla, me di cuenta de que su rostro estaba impregnado en lágrimas.

- ¿Qué le ocurre, señora? – Le pregunté por si le había parecido mal algo de lo que había dicho.

- ¡Todos sois iguales! – Me había empezado a gritar mientras sus lágrimas no paraban de salir al exterior. – ¡Cuando el oro se pone por delante, mi belleza parece insignificante!

Cuando me quise dar cuenta, el anillo había desaparecido y lo que tenía en la mano era un pedazo de carbón. La señora comenzaba a aumentar su tamaño y sus tesoros habían pasado a ser pequeños montones de arena. Sus brazos en pequeñas piedras se convertían y su cuerpo grande y robusto parecía. En un abrir y cerrar de ojos, la señora que tenía delante había convertido su belleza en una roca inmensa.

No me lo podía creer, mejor dicho: nadie me lo iba a creer. De hecho, yo no terminaba de procesar lo que había presenciado en apenas unas horas. El sol comenzaba a salir y el carbón que tenía en las manos había desaparecido.

Desde entonces, mi don de la pintura había desaparecido, aunque siempre digo que mis dibujos se habían transformado en escritos, porque desde ese momento, no he podido escribir algo que no fuera relacionado con ese sitio que, con el paso del tiempo, había descubierto que su nombre era Pena Molexa, en honor a esa enorme piedra de la que nadie me había contado nunca nada.

Con mucho tiempo de dedicación, descubrí que lo que yo había visto, otros lo habían vivido, dándole el nombre de “La leyenda de la Mora”, afirmando que todos los años, en la madrugada del día de San Juan, la mora volvía con la confianza de ser la elegida entre todos sus tesoros. Sin embargo, eso no puedo demostrarlo, pues mi temor por verla de nuevo impedía que volviera a encontrarme con la inmensa piedra.

Desde entonces mis escritos han atraído a muchísimos turistas que iban con la confianza de que mis historias no eran más que leyendas. Supongo que ese secreto ha dejado de serlo para que todos vosotros lo sepáis, queridos lectores.

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