EL ADIÓS DE HERA

marzo 13, 2020 Orfeo 0 Opiniones



Esta va a ser una historia corta, tan breve que apenas os creeréis que la habéis leído, pero necesito contarla de cualquier forma posible. Me llamo Tatiana, tengo 16 años, pero la historia que os voy a contar es de dos años atrás, de cuando tenía 14 y el momento exacto en el que la menoría de edad resultó ser mi mayor barrera. 

A mi madre le habían diagnosticado cáncer, yo no sabía muy bien qué quería decir eso, incluso pensaba que se curaba tan rápido como un catarro -ingenua de mí-. Estuvo muy triste durante una buena temporada y mi padre, al trabajar tantas horas seguidas, apenas podía consolarla. 

Todos los días seguíamos la misma rutina: llegaba del colegio, me quitaba el uniforme y, mientras mi madre me lo lavaba, yo comía cualquier plato que hubiera preparado. Siempre me quejaba de la comida que me daba, no sé por qué lo hacía, pero creo que, en el fondo de mí, solo quería hacerle la vida imposible a mi madre, estaba cansada de que siempre utilizara la misma excusa para todo: «este tratamiento me agota», a mí también me cansaba la escuela y seguía haciendo mis deberes. 

Un día la rutina se rompió y cambió mi vida de un soplido. Al terminar mis deberes, solía salir de la casa y quedar con mis amigas para ir al cine, así que ese día, inconscientemente, no iba a ser diferente. Cuando abrí la puerta para salir de mi casa, mi madre se iba a meter al cuarto de baño para darse una ducha y, antes de hacerlo, me dijo: «te quiero, hija, no vuelvas tarde». Con las hormonas revolucionadas, solamente me quedé con la última parte de su intervención y cerré la puerta bruscamente, sin responder que yo también la quería. 

Habían pasado las horas, decidí volver a casa. El coche de mi padre ya estaba aparcado, pero no solo el de él, sino que también había llegado la ambulancia con sus sirenas encendidas. De mi casa salían mi madre encima de una camilla, acompañada de mi padre y unos auxiliares de la ambulancia, que se la llevaban al hospital. 

La última vez que la vi fue cuando perdió mucha sangre, pues al caerse en la ducha se cortó con los trozos de cristal de la mampara y tuvieron que llevarla para el hospital, cuando la subieron al coche, me acerqué a ella sin saber que sería la última vez que la vería y la abracé, supongo que porque en ese momento me había dado cuenta de todos los errores que cometí durante toda mi vida, sobre todo con ella y, justo antes de irse, me dijo: «Titi, el uniforme esta planchado en tu habitación, así mañana vas a la escuela bien preparada. Luego de ese fuerte abrazo y un beso en la mejilla, no la volví a ver, porque cuando la fui a visitar al hospital, no dejaban entrar a menores de edad, me enfadó muchísimo que no me dejaran verla, pero no pude hacer nada, solo la he vuelto a ver en mis sueños de los cuales no quiero despertar. Quiero quedarme con ella, pedirle disculpas y hablar de mis miedos e inseguridades. ¡Cuánto quisiera volver hacia atrás y pasar más tiempo con ella! Esto es lo más doloroso que le puede pasar a cualquiera: perder a la persona que te dio la vida y te crio, la que era tan buena persona y que lo único que le preocupaba era saber que al día siguiente iría bien preparada a la escuela. Ahora ya no puedo abrazarla ni besarla. 

Mi madre no tuvo fuerzas para luchar después de haber perdido tanta sangre. Su alma abandonó un cuerpo cuya debilidad había sido provocada por el tratamiento de esa dichosa enfermad que me da miedo pronunciar por temor a ser la siguiente.

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