Capítulo 4
Una vez contesté, la puerta se abrió; era Juan. A saber qué necesitaba.
Cuando entró en el despacho, todos se callaron y comenzaron a murmurar.
-
¿Ocurre algo Don Juan?
-
Me gustaría hablar con usted.
— Me dijo con voz seria. — Venga a mi despacho, por favor.
-
De acuerdo, en seguida voy.
Al salir de la habitación, los chicos retomaron sus temas de
conversación y no me miraban.
-
Chicos, quedan pocos minutos
para acabar la… — Tocó la campana. — Que paséis un buen día.
-
Gracias. — Respondieron todos
menos el hombre con rasgos dignos del canon de belleza griego. Él se fue sin
decir ni pío.
Esperé a que todos salieran del despacho para poder ir al encuentro de
Juan. Así lo hice y, justo al cruzar la puerta, ahí estaba, esperándome Rubén.
Su presencia me ponía bastante nerviosa, por no decir que me excitaba la idea
de que me estuviera esperando.
-
¿O… ocurre algo? — Le dije
procurando disimular mi nerviosismo. — ¿Se te ha olvidado algo?
-
Sí, se me ha olvidado tu
cara. Sé que te conozco de algo, pero no consigo recordarlo.
-
Pues, no lo sé. — No podía
decirle que él era el motivo por el que mi novela no dejaba de crecer en
grosor. — Mira Rubén, hablamos luego. Tengo que ir a ver a Don Juan.
-
Sí, perdona. — Me dijo mientras se iba dubitativo. — Nos
vemos a la noche.
Retomé mi camino y, una vez situada en el pasillo central, pude ver, al fondo,
la puerta roja que indicaba mi destino. De camino a él, me di cuenta que había
muchas personas hablando y riendo. Eran distintas a lo que solía ver ahí
dentro. Eran personas sonrientes, naturales, parecían no tener ninguna
preocupación. Me encontraba cansada, después de toda la noche aguantando a unos
adolescentes con las hormonas más movidas que Beyoncé en uno de sus conciertos,
mi cuerpo no tenía fuerzas para aguantar a mi jefe que estaba al nivel de los
chavales.
Llegué a las puertas rojas y llamé tocando la puerta varias veces.
Después de recibir la señal que me indicaba que podía pasar al interior.
-
Dígame, señor.
-
Pasa, pasa. — Me dijo sin
girar la silla de su escritorio. — Siéntate en los sillones, enseguida voy.
-
De acuerdo. — Me senté en uno
de ellos, con temor a que ocurriera lo mismo de la otra vez.
Estuve esperando mientras terminaba de teclear en su ordenador. Mientras
tanto, me paré a observar bien su despacho. Las paredes estaban cubiertas por
estanterías repletas de libros, excepto una, que estaba totalmente vacía. La
decoración no seguía un orden específico. Todo era de diferentes gamas
cromáticas. El suelo era de cuarzo negro, excepto la zona de los sillones, que
estaban pisando una alfombra blanca. Mi mente enferma había pensado que, si todas
las entrevistas a las empleadas eran igual a la mía, se ahorraba limpiar el
“final feliz”.
Entre tanto silencio y tecleo, mi bolso comenzó a vibrar, era mi
teléfono. Al mirarlo, vi que había un mensaje que, antes de poder ver lo que
ponía, mi jefe comenzó a decir cosas que no recuerdo, pues me había
desconcentrado el escrito.
-
¿Qué te parece? — Comencé a
prestarle atención.
-
Perdone, ¿qué me decía? —
Guardé el móvil rápidamente. — Estaba hablando con una amiga.
-
Te decía que si te apetecía
tomar algo. — Señalaba a su colección de licores. — Tengo de todo.
-
No, muchas gracias. Necesito
irme a casa. — No pude evitar bostezar.
-
Normal, es tu primer día. Ya
te habituarás al horario. — Me dijo mostrando una pequeña mueca de sonrisa. — Sólo
quiero saber cómo te ha ido y si te gusta el trabajo.
-
Sí, por el momento me gusta.
Creo que puedo entablar buenas migas con los chavales.
-
Vale, sólo tengo que
advertirte que no hagas dos cosas: no les cojas cariño y tampoco le hagas caso
a tus deseos.
-
¿Quiere decir que no mantenga
relaciones sexuales con ninguno de ellos? — Quise sintetizar lo que me había
dicho.
-
Efectivamente. Las familias
confían en nosotros y no nos gustaría decirles que nuestra quinta couch ha empeorado las condiciones de
sus hijos.
-
Lo entiendo, pero no caeré en
las tentaciones porque no las habrá.
-
Eso esperamos. Por eso le
hemos confiado el puesto. — La habitación retomo el silencio por un momento. —
Muy bien, puedes volver a tu casa.
-
Gracias, hasta luego.
-
Hasta pronto. — Dijo mientras me levantaba de aquellos
sillones tan cómodos.
Salí del despacho y me dirigí a la salida. Allí estaba Víctor,
esperándome con las llaves de mi coche en su mano.
-
Que descanse, Lenden. — Me
dijo mientras me daba las llaves. — Se lo he dejado delante de las escaleras.
-
Gracias, nos vemos a la
noche.
Salí de la empresa, me acerqué al coche y, justo cuando iba a abrir la
puerta con la llave, noto el brazo de un hombre agarrando mi muñeca. Era
Víctor, parecía preocupado por algo.
-
¡Uy! Víctor, me has asustado.
¿Va todo bien?
-
Necesitaba hacer algo. — Me
besó y, exaltada, comencé a sentirme nerviosa y, apartándome — ¿Qué pasa?
-
Perdone, sólo quería hacerla
saber que mis servicios no son únicamente para la empresa, puedo servirla en
todos los ámbitos.
-
Con que me lo hubieras dicho
ya era suficiente, no necesitaba pruebas, Víctor. — Intenté recomponerme. —
Puedes retirarte.
-
De acuerdo.
Entré en el coche y recapacitando sobre lo que había pasado, no paraba
de cuestionarme cuántas veces tendría que reprimir mi instinto sexual. Procuré
despejar mi mente para poder descansar en mi casa.
Justo al girar la esquina que daba en mi casa, mi cuerpo se vio en la
obligación de frenar el coche y pararlo en mitad de la carretera. Mi domicilio
estaba acordonado por una cinta amarilla. Tras un minuto mirándolo desde la
lejanía, me acerqué con el coche y lo aparqué justo detrás de los coches del
cuerpo de seguridad. Al bajarme del vehículo, vi a un par de policías hablando
y decidí acercarme.
-
Agentes ¿qué está pasando? —
Dije con toda la firmeza que pude.
-
Otra vecina cotilla. — Le
dijo a su compañero. — Señorita, vaya a dormir o prepararle el desayuno a su
marido.
-
Agente, esta es mi casa. —
Preferí ignorar el comentario machista.
-
Ah, usted es… — Miro en un papel que tenía guardado en el
bolsillo de su pantalón. — Leden Rodríguez.
-
Sí, así es.
-
Pues su casa está siendo
investigada por un presunto homicidio ocurrido entre las doce y las cuatro de
la mañana.
-
A esa hora estaba en mi
trabajo.
-
¿Qué clase de trabajo tiene
ese horario? — Seguro que pensaba que estaba metida en las drogas o algo.
-
¿El suyo? Por ejemplo. — Esa
contestación salió de mis adentros. — Mire, necesito entrar en mi casa.
-
Señorita, tiene que buscar
otro lugar. Su casa permanecerá bajo el equipo de investigación durante un
tiempo indefinido.
-
¿Y a dónde me iré?
-
Ese ya es su problema. —
Decía mientras se iba con su compañero. — Pase buen día.
-
Espero que no sea sarcasmo.
Sin saber a dónde ir, me fui directa al coche con la esperanza de
encontrar una solución. Al sentarme en el lugar del piloto, pude ver cómo
alguien me estaba vigilando desde el otro lado de la calle. Armándome de valor,
salí corriendo del coche y fui tras mi nuevo acosador. Para mi sorpresa no se
movió y pude ver a los pocos segundos de mi carrera que esa persona ya la
conocía.
-
¿Rubén? — Me paré frente a
él. — ¿Qué haces aquí?
-
Necesitaba saber de qué me
sonaba tu cara y pensé que…
-
¿Que siguiéndome lo sabrías?
— Comencé a relajar mis pulsaciones.
-
Perdona. — Volví a pensar en
dónde podría dormir. — Oye, ¿qué le ha pasado a tu casa?
-
Pues algo de un asesinato… La
verdad es que no me podía creer lo que me estaba diciendo el policía, así que
no he prestado mucha atención. Lo único que sé es que me estoy planteando
dormir en Nix durante un par de noches.
-
De eso nada. Ahora mismo te
vienes a mi casa y te preparo una cama.
No podía creerlo. El joven con rasgos propios del canon de belleza
clásico me estaba ofreciendo una cama en su propia casa. La imagen de Don Juan
me venía a la mente recordándome que no podía mantener relaciones con ningún
alumno y, conociendo las hormonas propias del adolescente, no podía permitirme
dormir con él.
-
No digas tonterías, ya me buscaré
algún lugar dónde dormir.
-
Leden, no puedo permitir que
pases la noche en cualquier lugar. — Sus ojos azules como el mar me miraban
fijamente. — Mira, sólo una noche y si estás cómoda te quedas hasta que tu casa
esté libre.
-
Bueno, pero sólo hasta que encuentre
otra cosa.
-
¡Bien! — Dijo efusivo. —
Sígueme.
-
Tengo el coche aquí mismo.
-
No será necesario. — Su
respuesta me resultó extraña.
Empezamos a caminar calle abajo y justo al ver el puente por el que
tengo que cruzar con el coche para ir al trabajo, subimos una cuesta. Poco a
poco iba viendo cómo las calidades de las casas iban mejorando. Los dueños
debían tener un buen nivel adquisitivo, por eso no entendía por qué estábamos
yendo por ese camino.
-
Hemos llegado. — Me dijo
mirando para una casa totalmente cuadrada y blanca. — Pasa, por favor.
-
Sí… gracias. — Crucé el
portal negro del recibidor y, de fondo, escuchaba el sonido del agua originado
por una piscina. Me quedé mirando para ella.
-
Si quieres, puedes darte un
baño.
-
No, gracias. No quiero abusar
de tu confianza. — Continué caminando.
-
Mis padres no vuelven hasta
dentro de dos meses. — Llegamos a la puerta. — Están viajando por Japón.
-
¿A qué se dedican? — Pregunté con la
poca vergüenza que me empezaba a caracterizar.
-
Mi padre es el dueño de INDAX. — Esa es una de las mayores empresas de ropa de todo
el mundo. — Poco están en casa, sólo me hablan para saber si estoy yendo todos
los días a CAOS.
Llegamos a
la puerta y, con sólo apoyar la mano en la misma, se abrió. El recibidor estaba
repleto de fotos colgadas en la pared y relacionadas con los monumentos característicos
del mundo entero. Más tarde me enseñó la habitación en la que me quedaría ese
tiempo.
-
Dime qué opinas de ella. —Abrió
la puerta, dejando ver una de las habitaciones más lujosa que jamás he visto.
Abrí la boca en señal de sorpresa. — Dime algo, anda.
-
Es… es demasiado para mí.
Puedo dormir en el sofá sin ningún problema.
-
No digas tonterías mujer.
Echa una cabezada, que, con la tontería, pronto tienes que volver a CAOS.
-
Sí, gracias. — Cerró la
puerta, dejándome sola en una habitación que jamás creí poder aprovechar.
Observando, con mi alma curiosa, pude ver que la ventana me ofrecía las
vistas de toda la ciudad y de la piscina de la casa. La montaña en la que
estaban situadas todas las viviendas podía ser vista desde cualquier rincón de
la ciudad. Decidí tumbarme en la cama con el fin de conciliar algo el sueño,
pues ya eran las doce de la mañana y mi cuerpo no podía asimilar tantas
novedades en un solo día.
Ya eran las seis de la tarde y lo primero que hice fue abrir bien los
ojos para comprobar que, todo lo que había vivido, era real. Así fue, estaba en
la cama de una habitación más cara que toda mi vida. Me levanté y contemplé, de
nuevo, las vistas. Empecé a bajar la vista poco a poco para ver la piscina.
Para mi sorpresa, había alguien utilizándola. Un dios griego había bajado del
Olimpo para bañarse en la piscina de los mortales.
Decidió dar unos largos al estilo mariposa hasta salir por las escaleras
de la misma. Según subía los escalones, las gotas deslizaban su cuerpo,
recorriendo cada uno de sus musculosos rincones. Una vez ya fuera, se tumbó en
el suelo, dejándome ver que su corazón palpitaba al mismo ritmo que el mío. Mis
ojos deseaban seguir viendo ese espectáculo dedicado para pocos espectadores
dignos.
Salí de la habitación con el fin de acceder al jardín y hablar con el
joven atlético. A pesar de que la casa parecía ser un laberinto, conseguí
acceder al paraíso visual. Allí seguía, con pulsaciones aceleradas, buscando la
relajación. Justo cuando me iba a acercar para hablar con él, vi un bulto en el
bañador que no estaba antes. He de resaltar que era en forma de calzoncillo slip y todo lo que pasara ahí abajo, no
podía pasar desapercibido. Mi corazón, todavía más acelerado, comenzó a
manifestar mayor nerviosismo, reflejándolo en mi cuerpo.
-
¿Cómo está el agua? — Le
dije, pensando realmente: “¡Cómo estás!”.
-
¡Uy! — Se incorporó para
disimular su hinchazón. — Muy bien la verdad ¿cómo has dormido?
-
Demasiado bien, esos
colchones deberían estar prohibidos.
-
Jajaja. Me alegro. — Se
levantó y yo procuré no fijarme en sus abdominales a medio secar. — ¿Te apetece
un baño?
-
Pues te mentiría si te digo
que no me apetece, pero no tengo bikini, por no decir que no tengo nada de
nada.
-
Si lo prefieres me marcho y
dejo que te bañes desnuda o en ropa interior.
-
No te preocupes. — Le dije
mientras me levantaba. — Me voy a dar una ducha.
-
Perfecto, tienes un baño en
la habitación.
-
Muchas gracias.
Entré de nuevo en la casa mientras Rubén se volvía a meter en la
piscina. De camino a mi habitación pensé en que ponerme, porque me había dado
cuenta que tenía sólo lo puesto. Una vez dentro, abrí la puerta del baño y lo
primero que vi fue una ducha increíblemente gigantesca. Constaba de hidromasaje
y, en ella, cabían cinco personas a lo sumo. Me quité la ropa y, ya desnuda,
comencé a sentir el agua precipitándose sobre mí. Todos los chorros entraron en
sincronía para atacar a mi espalda. El sonido se mantenía en silencio y sólo
podía escucharse el agua cayendo en la placa del suelo.
El agua conseguía hacerme olvidar de todos los problemas y me ayudaba a
encontrar ese punto de relajación que nada conseguía darme. De pronto, sentí
como unas manos comenzaron a acariciarme los hombros, imaginaba que era el
efecto que me ofrecían los chorros, pero, al sentirlo cada vez de manera más
intensa, vi a Rubén con una mirada de pasión. Intenté alejarme de él, pero,
algo dentro de mí, sólo quería seguir.
-
Detente. — Susurré.
-
Shhh. — Me dijo al oído.
Comenzó a besarme el cuello, partiendo de la oreja hasta llegar a mi
hombro derecho. Una vez allí, utilizó sus manos para masajear mis pechos. No
podía pensar, mi cuerpo no podía parar de recordar el mismo ardor que
experimentó en la biblioteca. Comenzó a pegarse más a mí hasta que sentí su
bañador en mis delicadas nalgas. Sus músculos, más duros que la corteza de un
árbol, comenzaron a rodearme. Su bañador comenzó a encogerse, pues intentaba
tapar su miembro que, a su vez, intentaba simular la dureza de sus pectorales.
No dejaba de besarme y yo, disfrutando cada uno de ellos como si fueran
el último, me giré para poder ver la cara de esa persona que estaba robando mi
inocencia.
-
No podemos seguir con esto. —
Volví a susurrar.
Haciendo caso omiso a lo que le había dicho, me besó en la boca.
Nuestros labios se fundieron en uno y nuestras ganas de seguir hicieron que
ambos, perfectamente sincronizados, quitáramos su bañador para dejar a la vista
su miembro, totalmente preparado para cumplir su función. Justo en ese preciso
instante, comencé a abrir los ojos y recordé las palabras de Don Juan.
Lo aparté, decidí olvidar mis deseos carnales y salí de la ducha
empapada. Cogí la toalla que estaba colgada de la cornisa de la ducha y tapé
mis intimidades para ir a la habitación. Justo al cruzar la puerta, comenzó a
sonar el teléfono.
-
Espera, no contestes. — Me
dijo con la esperanza de retomar lo que habíamos empezado.
-
¿Sí? — Contesté al
teléfono. — ¿Quién es?
-
Leden, hoy no es necesario
que acudas al trabajo. Estamos haciendo obras en Nix, ahora se lo comunicaremos
al resto de jóvenes.
-
De acuerdo. — Colgué.
Me senté en la cama mientras me secaba el cuerpo y el pelo. El comenzó a
aproximarse a mí, con el fin de sentarse a mi lado.
-
Oye, perdona si he hecho algo
que no te ha gustado. — Me tocó el brazo.
-
Mira — Lo aparté. — me han
prohibido tener relaciones con cualquiera de vosotros y, en parte, es algo
lógico ¿no crees?
-
Pero si ambos lo deseamos,
¿por qué no…. — Sonó el teléfono que tenía encima de la cómoda.
Empecé a vestirme y me fui al jardín. Tenía que centrarme en conseguir
un nuevo lugar donde dormir e intentar olvidarme lo antes posible de aquel
lujoso lugar. Una vez en el jardín, mi teléfono sonó.
-
Señorita Leden — Era Víctor.
— quería comunicarle que hoy no es necesario que acuda al trabajo. Don Juan ha
decidido reformar…
-
Lo sé, Víctor. Gracias por
avisarme, pero… — Mi móvil fue tirado a la piscina.
Para cuando me di cuenta, mi teléfono ya estaba en el fondo del agua y,
al mirar atrás, vi a Rubén con una toalla tapando su cintura. Sus brazos me rodearon
y, por mucho que intentaba resistirme, me tumbó en el césped. Utilizando su
fuerza, me quitó la toalla que me cubría el cuerpo y retomo el masaje en mis
senos mientras comenzaba un recorrido de besos que iban desde mi oreja hasta
mis pezones. Comenzó a bajar, poco a poco, por el precipicio que formaban mis
caderas hasta llegar al lugar donde ningún hombre había llegado antes. Todos
los besos se iban cruzando en un mismo lugar. Sus manos se trasladaron, de mis
pechos, a mis piernas. Comenzó a ejercer un poco de fuerza para abrirlas y ver,
así, aquello que estaba deseando ser abierto. De mí no salían nada más que
gemidos, pues, algo dentro de mí, deseaba acabar con aquello que habíamos
empezado en la ducha. Sus labios, carnosos e inquietos, se abrieron para sacar
su lengua, impregnada de pasión y deseo. Comenzó a empaparme, cerca del origen
de mis miedos. Se quitó la toalla con el mismo ímpetu que había utilizado para
desnudarme. A pesar de que mi mirada estaba siendo nublada por mis párpados,
pude notar que su enorme miembro seguía igual de preparado que lo estaba en la
ducha.
Su lengua comenzó a rozar cada una de mis purezas y, poco después, ya no
hizo falta que me mojara, pues mi cuerpo había decidido tomar la iniciativa de
ofrecer el lubricante necesario para que él consiguiera alcanzar su fin. Se
paró frente a mis piernas ya relajadas y dejó caer una gota de saliva en su
miembro. Lo esparció y se dejó caer sobre mí. Retomó su camino de besos, pero
esta vez se dirigían a los labios que no paraba de morderme por la constante
excitación que estaba sintiendo. No paraba de besarme mientras que, con su mano
derecha, enfocaba su erección a mi volcán. Poco a poco, conseguía abrirse paso.
Empezaba a notar sus palpitaciones en mí, nuestras almas se fundían en una
sola. Nuestras manos se entrelazaban y sus besos, me ofrecían la cura al dolor
que estaba sintiendo.
-
Sólo un poco más. — Me
susurró al oído.
No le importaba si los vecinos podían llegar a vernos, esa idea, en el
fondo, me excitaba. Mis manos comenzaron a tomar vida propia y se dejaron caer
en sus mullidas nalgas. Comenzaron a apretarlas y a sentir su movimiento. Poco
a poco, empezaba a sentirlo chocando contra mi cuerpo. Había conseguido
trasladarme a otra dimensión, llegando al lugar donde nadie había logrado
estar. Sus movimientos comenzaron a ganar velocidad y, con ello, mi placer no
paraba de crecer.
0 comentarios:
¡Deja tu comentario!