Capítulo 3
Allí estaba, parada en medio del pasillo de Nix y lo que creía que era Érebro.
Todos los pasillos eran iguales, pero después de que Elisa me dijera la
caracterización de cada ala, me había dado cuenta de que los pasillos de Nix y Érebro eran negros. No sabía el motivo, pero lo que sí tenía claro
era que tenía que entrar dentro y el temor a no saber qué me esperaba al otro
lado me impedía entrar. Me armé de valor y abrí la puerta.
En el interior, todo era diferente, parecía que hubiera entrado en otra
dimensión. El cuarto parecía el lugar donde un psiquiatra ejerciera sus
charlas. Había butacas de cuero, librerías y muchos cuadros clásicos, entre
ellos La Nuit o El nacimiento de Venus. Me sentía cómoda. Había algo dentro de mí
que me decía que ese era mi lugar, que había nacido para estar allí. Comencé a
pasear por la habitación y todos los libros trataban sobre el mundo clásico o
bien sobre la literatura española del siglo XVII. Me estaba enamorando de ese
sitio y, justo cuando iba a elegir un libro, suena un timbre y, por
consiguiente, el megáfono con la voz de Elisa:
-
Atención al ala derecha, son
las seis de la mañana. Por favor, pueden volver a sus domicilios. Repito: Son
las seis de la mañana. Les comunico al ala derecha que vuelvan a sus hogares.
Gracias.
No podía creer que hubiera pasado toda la noche allí. El tiempo se me
había pasado volando y, como no sabía qué hacer, decidí quedarme un poco más
para investigar qué novelas estaban rodeándome. Al pasar media hora tras el
comunicado de Elisa, escuché el taconeo aproximándose a mí. De pronto, oí cómo
mi puerta se abría poco a poco.
-
¿Se puede saber qué haces
aquí? — Me dijo Elisa con un rostro totalmente nuevo para mí. Esta vez parecía
cabreada. — ¿Acaso no me has oído por el megáfono? Tienes que volver a tu casa.
-
Perdona, me he entretenido.
Enseguida me voy.
La rubia se quedó parada en la puerta, para asegurarse de mi ida. Cogí
mi gabardina y me fui corriendo a casa. Ya en el vestíbulo, entraba un montón
de gente hacia la zona blanca del edificio. Como si estuvieran programados para
acceder a esa hora a sus respectivos lugares. Al salir del lugar, vi como un
hombre vestido de rojo, me esperaba frente al lugar donde estacioné mi
vehículo.
-
Buenos días señorita Leden,
soy Víctor, su asistente personal. — Era un joven apuesto, tal y como lo
describiría Lorca en su Romancero
gitano. Su voz era fuerte y varonil, digno de admirar en mi novela.
-
Buenos días, Víctor. Pues
encantada de conocerte — y tanto que lo estaba — me gustaría saber cuándo
debería volver al trabajo.
-
Claro. Su horario, al estar
en el ala derecha, es de doce de la noche hasta las seis de la mañana.
-
Muchas gracias. Nos vemos
esta noche.
Me subí en el coche y me dispuse a ir a mi casa. De camino, paré a
reflexionar sobre lo que me había pasado: resulta que llego a un lugar remoto situado en la otra punta de la ciudad en una hora bastante tardía, la entrevista
que he tenido con mi jefe ha sido un intento de imitar la novela de E.L. James
y, para colmo, tengo un asistente personal muy atractivo que estaría dispuesto
a limpiarme los pies con su lengua si yo se lo pidiera. Una noche de locos.
Sería esa noche en la que empezaría a trabajar en algo que todavía no sé.
Llegué a mi casa y me dispuse a tumbarme en la cama. Preparé el
despertador para las ocho de la tarde. La verdad es que esa fue una de las
noches en las que mejor descansé durante esos últimos meses. Incluso, esa misma
noche, soñé con el joven de rasgos nórdicos que estaba en la biblioteca.
Al sonar el despertador, me desperté fresca como una rosa. Me di una
ducha rápida y comencé a hacerme la cena para aguantar toda la noche, pues no
recordaba si había alguna máquina de café en el edificio. Para cuando me quise
dar cuenta, miré en el reloj y vi que reflejaba las 22:59 p.m. e ir a mi
trabajo me llevaba casi una hora. Fui corriendo a por mí gabardina, cogí las
llaves del coche y me monté en él. De camino, no podía parar de pensar en qué
consistía mi trabajo. Al llegar, tenía a Víctor esperando en la puerta. Dejé el
coche aparcado en doble fila y le hice el gesto para indicarle que me lo
aparcara. Vino corriendo, le tiré las llaves por el aire mientras iba corriendo
a Nix.
Por el pasillo me encontré con personas que parecían ser normales, algo
bastante raro allí dentro. Abrí la puerta y ya no estaba sola. En el fondo
izquierdo de lo que creía mi despacho había siete sillas colocadas en forma de
círculo. Creo que mi cara reflejaba lo que pensaba, algo como: “¿Quiénes son
estas personas y por qué esas sillas no estaban ayer?”. Cerré la puerta
pensando en que me había equivocado de habitación, pero realmente era difícil
confundirse, pues sólo había seis puertas en la primera planta. Cuando comprobé
que sí era Nix fui corriendo para
buscar a Elisa. La encontré frente al despacho de Don Juan.
-
¡Elisa! — Le grité desde la
esquina de mi despacho.
-
¿Qué ocurre?
-
Hay un montón de personas
dentro de Nix. No sé qué hacer.
-
Ah, no te preocupes mujer. Tu
trabajo consiste en calmar las ganas de tener sexo irrefrenable que tienen los
jóvenes.
-
¿¡Qué!? ¿¡Por qué me entero
hoy de esto!? — Perdí los papeles.
-
Tranquila, seguro que lo
harás bien. Piensa que es como alcohólicos anónimos, pero cambiándole la
temática y el nombre.
-
En que lío me he metido.
-
Anda, ve y luego me cuentas.
Fui con paso firme a mi despacho, procurando no aparentar ser una
bibliotecaria, virgen que va a impartir clases de cómo no tener sexo. Llegué a
mi despacho, abrí la puerta y quise aparentar ser una profesional.
-
Buenos días chicos y chicas.
— Me senté en una de las dos sillas que habían dejado libre que, casualmente o
no, una estaba situada justo en el medio de todos ellos.
-
¿Y tú quién eres? — Dijo un
chico al estilo emo. — ¿Sustituyes a María?
-
¿María? No sé quién es. —Le
respondí con risa nerviosa.
-
Nuestra quinta couch, hasta que la pillaron manteniendo
relaciones sexuales con Tomás.
-
¿Tomás? Bueno, sí, soy la
nueva, por eso vamos a empezar por lo fácil. Yo me llamo Leden. Decidme, uno a
uno, vuestro nombre.
-
¿Leden? ¿Qué clase de nombre
es ese? — Dijo uno de los chavales que parecía sacado del programa “Hermano Mayor”, con cadenas y pendientes
de oro, además de un tatuaje en su mano, que parecía tener escrito “Jesús”.
-
Pues un nombre poco común
¿¡qué más da Sergio!? — Dijo una joven con el pelo rizado y que parecía tener
un rostro angelical.
-
No os preocupéis. Venga,
decidme vuestros nombres. — Intenté poner orden entre los jóvenes.
Comenzaron a decirme sus nombres, pero a los dos minutos ya no me
acordaba de ninguno. Como parecía que ellos sabían más de mi trabajo que yo,
decidí preguntarles en qué consistía mi oficio. Me habían hablado todos a la
vez y, por más que intentaba mantener un orden, hacían caso omiso. Lo único que
me había quedado claro, dentro de esa hecatombe de palabras sin sentido, era
que yo estaba siendo la nueva encargada de guiar a un grupo de jóvenes adictos
al sexo.
-
Si un hombre o una mujer estándar
piensa en tener sexo dos o tres veces al día, a nosotros se nos viene a la
cabeza unas diez o quince veces. Muchas han intentado calmar nuestros deseos,
pero lo único que han conseguido ha sido aumentar nuestras ganas. — Me había
dicho la joven con rostro angelical.
Había sonado el timbre y los chavales se levantaron para ir al baño o,
simplemente, a mirar mi librería. Suponía que era el descanso, pues ya habían
pasado dos horas desde mi entrada al turno. Yo me había quedado en mi silla,
meditando sobre lo que me habían dicho y debatiendo, en mis adentros, si era la
persona idónea para el trabajo, pues me identificaba bastante con el grupo.
Quise seguir, pues el trabajo era una terapia para mí también. Mi intención era
que, una vez acabaran las sesiones de todas las noches, tenían que salir
pensando cada vez menos en mantener relaciones sexuales.
Cuando estaba apuntando mi libreta los nombres de los componentes del
grupo, se me acercó una joven que, hasta el momento, sólo me había dicho su
nombre que, obviamente, no recordaba.
-
Ho… hola. — Me dijo
tartamudeando. — Quería pedirle un favor.
-
Dime y, por favor, no me
trates de usted. Me haces mucho más mayor. — Le solté una pequeña sonrisa para
que supiera que estaba bromeando y así perdiera la vergüenza.
-
Está bien, perdone… ¡Perdona,
perdona! — Me reí. — Verás, Leden, según nos había dicho Elisa, has estudiado
algo de Historia.
-
Sí, así es. — No me hubiera
imaginado que Elisa les había hablado de mí.
-
¿Podrías contarnos, en alguna
ocasión, algo de mitología clásica? — No me había mirado a los ojos mientras me
había hecho esa pregunta.
-
Claro, adoro los mitos, lo
haré encantada. Dime, ¿por qué estáis tan interesados en las historias
mitológicas?
-
Es que, por lo que tengo
entendido, los dioses lo hacían muchas veces con los humanos sin que ellos lo
supieran.
-
Ah. — Todas las ilusiones que
me había hecho, bajaron al suelo. — Pues ya pensaré qué contaros.
-
Gracias, Leden. — Volvió con
su grupo.
Cuando sonó, de nuevo, el timbre, los jóvenes volvieron a sus puestos
originales. Esperé a que se sentaran todos y vi que mantenían un orden perfecto
y que, también, eran cordiales los unos con los otros.
-
Bien, ahora que estamos todos
colocados… — Alguien llamó a la puerta. — Adelante.
Después de mi intervención, me quedé atónita, pues cruzaba aquella
persona que creí no volver a ver en mi vida. La principal inspiración de mi
novela entraba por la puerta, con sus pronunciados rasgos clásicos me estaba
mirando mientras ocupaba la silla que quedaba vacía.
-
Perdona el retraso, el
transporte público me dejó tirado y me he visto en la obligación de venir
andando. — Sus ojos, azules como el mar, me habían hipnotizado y de mi boca no
salía nada más que pequeños gemidos que exteriorizaba mi cuerpo. Sus músculos
comenzaron a ser el principal foco de atención. — No se volverá a repetir.
-
No… No te preocupes.
Durante la charla, procuré no mirar para él. Era una tarea casi
imposible, pues su frente producía un brillo peculiar debido al sudor que había
generado al venir corriendo para Nix.
Era ese mismo sudor el que hacía que su camiseta sin mangas se pegara a sus
abdominales perfectamente definidos.
-
Bien, Sergio — Era del único
nombre que me acordaba. — cuéntanos a todos cómo usas tu tiempo libre.
-
Me gusta dedicarme cien por
cien a mi trabajo.
-
¡Eso está muy bien! ¿A qué te
dedicas?
-
Sí, Sergio, cuéntale a qué te
dedicas. — Dijo otro joven, con el pelo rapado y con una sonrisa pícara en su
cara.
-
Me dedico al porno. — Dijo
mirando a la alfombra que nos rodeaba.
-
Ah, no pasa nada. El cine
para adultos es un trabajo como otro cualquiera. Puede que no sea el mejor
trabajo para evadirte del deseo sexual, pero está bien.
-
Grabo diez escenas al día y,
cuando llego a casa, sigo con ganas de sexo. E incluso miro mis propias
películas.
-
Di que sí, cuéntale en que se
basan tus películas. Tienen un argumento muy profundo. — Volvió a decir el
mismo joven de antes. — Mis favoritas son Don
Cipote de la Mancha e, incluso, Eduardo
Manospajeras.
-
Pues ya te sabes algunas. —
Dijo la joven apasionada por el mundo mitológico.
-
¡Chicos, ya basta! — Grité
con la intención de hacerlos callar. — El fin de este grupo es conseguir frenar
vuestro instinto sexual, no convertiros en armas de destrucción alimentadas por
el ansia de tener sexo.
-
Tienes razón, Leden. — Dijo
la joven. — Es esta tensión la que nos evoca al descontrol.
-
Sí, puede que nos hayamos
perdido un poco. — Dijo el actor porno.
-
Muy bien, vamos a ver…
-
Oiga. — Me interrumpió el
alumno más atractivo de todos. — Usted me suena de algo.
-
Sí, de tus pajas. Venga Rubén,
¿cómo ibas a verla antes? — Intervino el joven con problemas de masturbación
compulsiva.
-
Paco, lo digo en serio. — Se
quedó con la mirada fija a él durante unos segundos. — Pero tienes razón, son
todo imaginaciones mías.
El resto de la hora fue dedicado a limpiar las mentalidades de los
jóvenes o, por lo menos, intentarlo. Justo cuando iba a tocar la campana,
conforme acaba mi jornada, alguien llamó a la puerta.
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