Capítulo 2
Dudé mucho sobre qué hacer, no sabía en qué líos me podía meter si
aceptaba esa invitación tan extraña. Ni Google era capaz de decirme ningún tipo
de información sobre ese lugar. Estaba claro que no estaba en condiciones para
elegir el trabajo de mis sueños; mi corazón me pedía no acercarme a ese sitio,
pero mi cerebro me pedía no morir de hambre, así que lo decidí: cogí el coche y
preparé el GPS para que me guiara a ese lugar.
Durante el camino pensé de todo: que si eran una banda de
narcotraficantes que sólo estaban interesados en mis órganos o bien un
prostíbulo que me solicitaba para cubrir la baja de una de sus “chicas de
compañía”. La noche no me ayudaba a pensar, estaba lloviendo a mares y el
depósito de gasolina estaba pidiendo una buena ingesta.
“Ha llegado a su destino”. Esa fue la señal que prendió mi alma en
llamas. En efecto, había llegado al lugar donde mis pulsaciones no bajaban de
ciento veinte. Era un edificio de unas tres plantas aproximadamente. Las
paredes estaban cubiertas por cristales opacos, es decir, que, si habían
decidido matarme a sangre fría dentro de ese lugar, nadie podría saberlo en
unos días. Bajé del coche y fui corriendo a la puerta para evitar que la lluvia
diera una imagen equívoca de mí. Por suerte, la parte exterior contaba con una
cornisa que, a duras penas, me resguardaba de la lluvia. Me situé en frente a
la puerta y me armé de valor para llamar al timbre. Con la velocidad que
estaban tomando mis pulsaciones no me había percatado de que, encima de ese
mismo timbre, había una placa que ponía algo que no me dio tiempo a leer, pues
me habían abierto la puerta bruscamente.
Detrás de esa puerta me recibía una mujer de similar edad a la mía. Era
rubia y su blanca sonrisa radiaba cualquier ojo humano.
-
¡Hola! — Me saludó eufórica. —
Tú debes de ser Leden. Bienvenida, sígueme.
No me había dejado ni confirmar mi identidad y ya me estaba invitando a
seguirla. La cosa no pintaba bien, pero las condiciones que me rodeaban me
hacían olvidar la situación en la que estaba viviendo. El interior estaba
decorado con muebles de la tonalidad en blanco y negro. No había ni un solo
elemento que tuviera otro color. En los pasillos por los que caminábamos, solo
se escuchaban los tacones de la rubia cañón. La verdad es que sus
características eran dignas de plasmar en un nuevo personaje para mi novela.
No dejábamos de caminar por los pasillos, parecían ser ilimitados. Algo
dentro de mí estaba deseando dar media vuelta e irse corriendo, pero sabía que
no podía marchar sin descubrir tanto misterio que se estaba expandiendo por mis
adentros.
De pronto, la rubia se paró frente a una puerta de grandes proporciones.
Era el único elemento de color rojo que, con poca sutileza, conseguía llamar la
atención de cualquier objeto situado en la primera planta.
-
Es aquí, te dejo con el
director. — De nuevo, su sonrisa me había cegado. — Mucha suerte.
-
Gracias. — Contesté
rápidamente con temor a que mis pulsaciones me hicieran expulsar el corazón por
la boca.
Abrí la puerta mientras el sonido de los tacones se alejaba. Justo al
otro lado no parecía haber nadie. Entré cautelosa y, al ver unos sillones
aterciopelados al fondo de la habitación, decidí esperarlo allí. Justo al
cerrar la puerta, noté una presencia, como si algo estuviera esperando a que la
cerrara.
-
¡Bu! — Me hizo saltar del
susto. — Jajajaja. Tenías que haber visto la cara que has puesto — decía
mientras se reía. — Toma asiento, querida.
-
Oiga, casi… casi me mata del
susto. — Le dije con el fin de recibir una disculpa, pero no la tuve.
-
Bien. — Nos sentamos en los
sillones. — ¿Qué te parece? — Me preguntó señalando todo lo que le rodeaba.
-
La verdad es que tiene un
despacho muy bien decorado señor….
-
Juan. Me llamo Juan.
-
Encantada. Mire, le voy a ser
sincera; no tengo ni idea de qué hago aquí ni tampoco sé que clase de lugar es
este. Vine porque…
-
Shhh shhh. No te apures
querida. — Cambió de sillón para situarse en la segunda plaza del mío. — Me
gusta darle una cálida bienvenida a todas las empleadas que llegan nuevas.
-
Mire, — su acercamiento me
estaba poniendo bastante incómoda. — sólo quiero saber en qué consistiría mi
trabajo para, más tarde, deliberar en mi casa si me merece la pena o no.
Tras mi intervención, comenzó a besarme. Me quedé congelada y mi cuerpo
no respondía. Sus besos se deslizaban por mi cuello, dejándose caer en mi
escote.
-
Oiga, Juan, no sé quién cree
que soy, pero le juro que esto no es otra cosa más que un mal…
-
Shhh, sólo déjate llevar.
Comenzó a desabrochar mi camisa de rayas y su recorrido de besos se
extendió hasta mis pechos. Una vez allí, no paraba de besarlos efusivamente. No
cesaba su masaje en mis senos, como si buscara de mí la misma efusividad que me
daba él. No podía responder ante sus actos; no dejaba de menearme de un lado
para otro, manipulándome como si fuera una muñeca hinchable. Mi jefe comenzó a
desabrochar su propia camisa, dejando al descubierto su torso y espalda, la
cual me ofrecía un tacto con su espina dorsal que me otorgaba, al mismo tiempo,
una electricidad transformada en pasión. Era esa la que comenzaba a entrar en
mis adentros, como si mis principios, todos juntos, se pusieran de acuerdo para
desaparecer. Así lo hice, poco a poco me dejé llevar. Cada uno de mis
movimientos comenzaron a transformarse poco a poco en una lujuria irrefrenable.
Cada beso que me daba, era una razón más por la que debía dejarme llevar y
disfrutar de esa situación tan irreal.
Justo cuando comenzó a subirme la falda, la puerta de su despacho se
abrió para recibir a esa rubia sacada de la mansión Playboy. No pareció
sorprendida, de hecho, dejó unos papeles encima de la mesa y se fue del
despacho como si no hubiera visto nada raro. Mientras tanto, Juan seguía igual,
pero yo decidí resistirme todavía más y lo aparté de mí. Esta vez no tenía
ganas de seguir con lo que estaba haciendo y quise hacer entrar en razón a sus
necesidades sexuales.
-
¡Espere, déjeme! — le dije
con todo el énfasis que pude. — Quiero saber que está pasando.
-
Pues que me has puesto como
una moto ¿acaso no es obvio? — Sus intenciones eran seguir manipulando mi ropa.
-
No me refiero a esto, sino a
todo lo que está pasando. ¿Qué es este sitio? ¿Cómo os ganáis la vida? ¿Quién
se supone que eres?
-
Está bien. — Mantuvo pulsado
el botón que tenía en la mesa de los sillones. — Elisa, ven aquí. La nueva
quiere empezar.
-
¿Qué está pasando? — Le dije
mientras me vestía y alisaba todas las arrugas que mi supuesto jefe había
provocado.
-
No te preocupes, Elisa te
explicará todo con detalle. — La puerta se abrió.
-
Dígame señor. — Dijo la
portentosa rubia cuando entró en la habitación.
-
Lleva a la señorita…
-
Leden. — Respondí.
-
Eso. Lleva a la señorita
Leden a su puesto de trabajo. Ya está preparada.
-
Sí, señor. — Dijo firme. —
Sígueme, querida.
Y así lo hice; salí del despacho y, de nuevo, me volvía a encontrar en
la misma situación del principio. Seguía por toda la instalación a Elisa y,
todavía más confusa que al comienzo de todo este periplo, decidí preguntar.
-
Oye, ¿me vas a explicar en
qué consiste, por lo menos, mi trabajo? — Seguía ajustando mi ropa.
-
Claro. Tu eres empleada del
ala Nix de la empresa CAOS.
-
¿Cómo? No entiendo nada. —
Cada palabra que salía de su boca me confundía todavía más.
-
Mira, el edificio se divide
en dos mitades. La parte derecha, se divide en dos alas, al igual que la izquierda. Los componentes del ala negra, es decir, la derecha, son Nix y Érebro. Y en la izquierda, que toma el color blanco como elemento
caracterizador, se compone por Hemera y Éter.
-
Bien, pero por qué me dirijo
a Nix y no a otra cualquiera.
-
Pues verás, cada ala se ocupa
de una materia determinada y según hemos observado, creemos que eres la persona
indicada para Nix.
-
¿Por qué? Espera, ¿observado?
¿cuándo?
-
Ya lo entenderás con el tiempo.
-
Odio esa respuesta. Por
cierto, cambiando un poco de tema… lo que has visto ahí dentro… yo no me hago
mis puestos de trabajo así.
-
¿Cómo? ¿De qué me estás…?
¡Ah! — Volvía a tener la misma cara de despreocupación de siempre. — No te
preocupes, es una de las pruebas a las que somete Don Juan a las nuevas
empleadas. Si te resistes lo suficiente, entiende que eres la adecuada para el
trabajo.
-
¿Adecuada? ¿Qué se supone que
tengo qué hacer en mi trabajo?
-
Hemos llegado, aquí está tu
nueva oficina: la habitación Nix. —
Después de decirme eso, se fue con su monótono taconeo.
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