Capítulo 3
Lo volví a
intentar, volví a intentar ser feliz. Esta vez el método para conseguir dicho
fin sería centrarme en la vida académica, sin depender de la sociedad. Procuré
dar lo mejor de mí en cada asignatura porque, aunque no me considero mal
estudiante, mis resultados podrían ser mejores.
Intenté
disimular que nada había pasado en mi vida, ni Tamara ni Derek; nada podía influir
en mi nueva actitud. No tardaría mucho en darme cuenta de que mis planes se
verían afectados cuando pisara el instituto. Eso de intentar olvidar a Tamara
iba a ser imposible porque, quieras o no, la gente habla y no se puede evitar.
Por lo que
decían las malas lenguas, ella no había mencionado nada de lo que estaba
pasando entre nosotros, bueno, mejor dicho: lo que había pasado. Se me había
olvidado mencionaros que ella, al empezar el segundo curso de bachillerato,
decidió cambiarse de instituto, no muy lejos del nuestro; literalmente, estaba
a cinco minutos de distancia si ibas andando. Los motivos los desconozco, pero
tampoco me interesaba saberlos.
Aunque ninguno
de los dos habláramos del tema, era obvio que ya no pasábamos el tiempo juntos
y, eso, la gente lo notaba. No había día en el que todo el mundo me preguntara
por ella y cada una de mis respuestas, dependiendo de mi humor, era buena o
mala.
En fin, traté
de pasar por alto dicho tema y centrarme, como os había dicho, en mis estudios.
Era el segundo curso de Bachillerato y todo lo que hiciera en él, marcaría mi
futuro. Mi ideal estaba claro, quería sacar lo mejor de mí y plasmarlo en todo
mi expediente académico. Decidí empezar estudiando todo día a día y, como os
había dicho al principio, me encantaban todas las asignaturas, a excepción de
una: Historia de España. No me malinterpretéis, me gustaba, pero era la única
asignatura que me exigía un mayor esfuerzo que el resto de materias a la hora
de estudiar. Tampoco quiero entrar en la discusión de la utilidad de dicha
materia, pues no estaba haciendo el bachillerato correcto para plantear esa
cuestión.
Éramos
veinticinco alumnos en la clase de segundo. La clase estaba constituida por
personas de Ciencias de la salud, Ciencias tecnológicas, Ciencias Sociales y
Letras. Coincidíamos en las típicas asignaturas generales: Lengua Castellana y
Literatura, Lengua Gallega, Inglés, Historia de España, Audiovisuales y en
Tecnologías de la Información y la Comunicación.
La verdad es
que, si de algo puedo presumir, es de la relación que teníamos todos: éramos
una gran familia. Nos ayudábamos en todo lo que fuera necesario y, al ser un
grupo tan pequeño, éramos como hermanos; a excepción de una única persona, de
la que os hablaré más tarde.
Espero no estar
aburriéndoos. Ya sabéis que estas noches me sirven para reflexionar.
En el resto de
asignaturas nos separábamos todos dependiendo de nuestras modalidades. Y he de
decir que he tenido la suerte de haber elegido unas asignaturas que me llenan
en todos los sentidos: Historia de la Filosofía me hace meditar y reflexionar
sobre las mentalidades de aquellos pensadores que intentaron revolucionar el
concepto de physis, hombre en sociedad, la ética y muchos más aspectos que, en
ocasiones, me envuelven en dicha época. Latín me deja siempre con la boca
abierta, mostrándome el origen de las palabras que coexisten con nosotros cada
día y apenas nos damos cuenta de lo que significan. Griego, a pesar de las
dificultades que me había provocado, se convirtió en una de mis asignaturas
favoritas revelándome, al igual que el latín, muchas palabras que me evocan al
conocimiento.
Ya os había
dicho que los que hemos cogido Letras, éramos muy pocos y eso nos convertía
casi en hermanos; de las cuales destaco a Iria y Cristina. Con ellas comparto
todas las asignaturas, menos con Cristina, pues ella escogió, en lugar de
Filosofía, Historia del Arte (otra asignatura que me encantaba, pero que el
destino me hizo escoger entre las dos). Fueron uno de mis mayores apoyos en
cada una de las clases.
Os hablaré
primero de cómo han sido las clases con ellas. En Latín, aparte de ellas, había
tres personas más, dos de ellas repitiendo curso. Es decir, otra clase en la
que éramos un reducido grupo de estudiantes. Como en todas las asignaturas, a
unos se nos daba bien y, a otros, no tan bien. Pero el respeto y el trabajo en
equipo siempre han permanecido en el grupo. Pero otro gallo cantaba en Griego
pues, mi inseguridad me jugaba, de nuevo, malas pasadas. En esta clase,
estábamos solos los tres y pasaban dos cosas: a Iria se le daba genial la
asignatura y sin apenas tocar un libro, conseguía traducir un texto en un abrir
y cerrar de ojos con una pequeña cantidad de fallos y después teníamos a
Cristina, que, sin tocar ningún otro libro, desaprovechaba su capacidad de
traducción, pues sostenía que odiaba la asignatura, y sin esfuerzo, conseguía
el aprobado raspado. Soy consciente de que si ambas se esforzaban optaban,
mínimo, al sobresaliente. Y la segunda cosa que pasaba en esta materia, bueno,
a decir verdad, en todas, era que yo, intentando (con mi nuevo plan de estudio)
sacar todo con la mejor nota posible, no hacía más que empeorarlo todo. Cada
verbo que analizaba en ambas lenguas muertas, fallaba y cada uno de esos fallos
me hacían caer de nuevo en una profunda tristeza de la que Cristina se
percataba.
Miles de veces
pasó por mi cabeza dejar de intentarlo, dejar de ser como ellas. Por mucho que
lo deseaba, mis sueños se desplomaban ante mis pies porque veía que ni una sola
asignatura me recibía con los brazos abiertos.
Tanto Iria como
Cristina se daban cuenta de que al salir de clase mi cara no semejaba ser feliz
y me preguntaban constantemente las razones. Un día decidí contarles mi punto
de vista y me tacharon de negativo, haciéndome creer que no se me daba tan mal
como yo creía ni que a ellas tan bien.
No quiero que
penséis que estoy celoso de sus dotes, pero siempre me ha costado entender cómo
a una persona que no le gusta una materia se le dé bien; yo en Historia de
España no saco notables. Lo que más me cuesta asimilar es que no puedo decir
nada malo de Cristina, quiero decir, es como es y siempre he permanecido a su
lado, pero me duele ver como se porta la vida con ella.
Efectivamente,
ella es uno de los motivos que me han hecho conoceros y no precisamente porque
sea algo malo en mi vida, sino por alguna de las cosas que pasan en la suya e,
indirectamente, me afectaba a mí. Veréis, me encanta escribir y, al principio,
pocas personas lo sabían. Comencé por un gran proyecto: escribir un libro, y se
lo enseñé. Al principio sus críticas me empujaban al vacío y me deprimían, me
hacían creer que no valía para entrar en el mundillo de la literatura, pues si
ella me decía todas esas críticas, lo hacía porque se preocupaba por mí (o eso
quería pensar). Mi confianza se depositaba en ella, pues era la mayor fanática
de la lectura.
Todas esas
críticas que me hacía, que se habían iniciado contra mis dotes literarias,
acababan siendo en el resto de mis acciones diarias, pues cada decisión que
tomaba, era juzgada por ella. Con el tiempo dichas críticas empezaban a
suavizarse y, la verdad, llegaron a ser positivas. No sé si con el tiempo
mejoré o simplemente ella se fue habituando a mis meteduras de pata. A día de
hoy, todo lo que escribo lo lee y me ayuda diciéndome lo que le parece y,
gracias a esta peripecia, se ha ganado mi confianza y por lo menos, cada vez
que me dice algo, creo que lo dice objetivamente.
Cristina fue
una de las primeras personas que se enteraron de lo que me había pasado con
Tamara y, tan habitual como siempre, no parecía estar de mi lado. Ella afirmaba
ser neutral, pero todos sus argumentos parecían estar a su favor, parecía no
importarle mi vida. A decir verdad, yo estaba pasando por una etapa de
debilidad emocional por todo: Derek, Tamara, mis estudios y, ahora, ella.
Poco a poco
comenzó a perder esa neutralidad o, por lo menos, disimularla más. Ella
comenzaba a entender cómo era mi depresión o como me afectaban los problemas y
ya me decía la positividad de cada asunto. Me ayudaba y, al contrario del
pasado, ya parecía estar de mi lado. Me aliviaba saber que la tenía a mi lado
porque, por mucho que creáis ser fuertes, el humano es un ser que depende de la
actividad social y me gustaba tenerla. Duele estar solo y, aunque creas no
necesitar a nadie, duele que te digan siempre lo malo, sobre todo si lo hace
alguien que creías tener a tu lado. Ya no me preocupaba eso porque, como os
había dicho, ella había cambiado conmigo.
Por el miedo
que me habían ofrecido los dos anteriores, ella sufría las consecuencias. No
podía confiarle mis preocupaciones ni decirle que cada día sufría más por no
poder confiar en los que sí lo merecían. No podía decirle que la oscuridad me
nublaba y que no podía ver lo bueno que me rodeaba, porque, aunque quisiera
creer que tenía gente que me quería, en la parte más profunda de mí, me decía
que no estaba bien confiar. No podía decirle que cada día que sufría era un
motivo más para dejarlo todo. Puede que mis escritos hablaran por mí y ella lo
notara en ellos.
Es ahora cuando
entiendo que, por muchos complejos que tuviera, ella siempre estaba ahí y que
sabía leer mi mirada. Muchas veces las palabras sobraban y sé que, por si ella
fuera, me estaría abrazando cada segundo, pero yo no hacía nada más que repeler
cualquier tipo de contacto físico. Ni besos, ni abrazos, ni caricias. Y así
fue, cada vez era más dañino para mí soportar la idea de no valer.
Ni en griego,
ni en latín, por mucho que me esforzara, no conseguía igualar el nivel de mis
compañeras. En la vida tampoco era capaz de simular tener la fuerza de
Cristina.
El miedo me
impedía llegar a clase y abrazarla para darle las gracias por saber cómo me
siento y por ejercer el papel de la almohada que podría ser empapada por mis
lágrimas. Yo con el alma desnuda quería mostrarle los ropajes de los miedos que
tantos años me habían cubierto. Y quería decirle que era con ella con quien
quería caminar en este camino lleno de piedras que sólo los valientes podían
soportar ¿Y sabéis qué? No era la primera persona a la que le decía cóseme.
Pero, aún sin contarle nada, fue la única que me contestaba “átate”.
Decidí ignorar
las sombras, decidí elegir a Cris como la luz que disipara cada nubarrón. Y así
fue, la consagré la primera persona en saber lo de Tamara y lo de Derek. Pero,
como con cada problema, parecía no importarle. Tal vez fuera su manera de
asumir que estaba confiando en ella. Tal vez no se hubiera imaginado que yo me
sintiera de esa manera.
En el fondo
sabía que no podía seguir contándole mis problemas, sabía que ella tenía
problemas, pero era capaz de anularlos y fingir estar bien. Actualmente, confío
en ella y, aun sabiendo que puedo perder, decido rebajar la cantidad de
problemas y prefiero no amargarla, pues la Selectividad andaba cerca. No quería
que brillara como yo. No quería que se apagara como yo.
No me digáis
cuando, no me digáis dónde, sólo decidme si creéis que he hecho bien para mirar
el mismo horizonte.
En cuanto a
Iria, ella sabía que me amargaba sentirme inferior, pues coincidía estando solo
con ella en Filosofía y, en ocasiones, no podía reprimir lo mal que me sentía. Ella
procuraba animarme siempre, pero todos los días intentaba fingir falsas
sonrisas para evitar la preocupación de ella y de terceras personas.
El miedo me
abrazaba cada noche, por temor a no conseguir ser como la gente espera que sea.
Antes de que llegarais a mi vida, no quería dejar de escribir, porque con cada
palabra que escribía, las pesas que me habían atado a la espalda, se caían poco
a poco. Desgraciadamente, sabía que las penas no se iban a ir de manera tan
simple.
Como veis, esta
razón no tiene tanto peso como otras, pero no ha hecho nada más que empezar.
Sólo quiero que entendáis como es vivir dentro de mi cabeza y saber cómo me ha
tratado la vida. Quiero que me conozcáis porque habéis llegado a ser mis
mejores amigos, cuando pensaba que ya nadie podría ocupar ese lugar.
Quiero que
estéis bien atentos en la siguiente razón que me hizo conoceros. Esta, os
prometo, no dejará indiferente a nadie.
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