Capítulo 2

junio 03, 2017 Orfeo 0 Opiniones


Siempre me he considerado una persona fácil de ganar, quiero decir, puedes convertirte en uno de mis mejores amigos con tan sólo tratarme bien. No sé por qué me pasa eso, pero creo que estoy tan acostumbrado a que la vida sea tan injusta conmigo que lo más profundo de mi ser se vuelve desconfiado y si viene alguien que, aparentemente, puede cuidarme, lo doy todo en esa amistad.
El segundo motivo por el que nos hemos conocido gira en torno a un tema más relacionado con la lujuria. Antes de que me pasara lo de Tamara, decidí acudir a uno de esos chats de internet, donde sólo se reúnen deprimidos con ganas de hablar de la muerte mirando a otro de su calaña. En este caso me incluyo. Yo, en ese momento, fui una de esas personas con la imperiosa necesidad de calmar mis ganas irrefrenables el fuego que sentía dentro. Así lo hice, cogí mi ordenador, me encerré en el baño y entré en el navegador con la intención de encontrar a alguien en el chat capaz de ver mi alma derruida y que, además, le resultara sexy.
Tras ver un par de hombres cuyos rostros y brazos tenían marcas de arañazos, decidí cambiar de mentalidad porque estaba viendo que esas personas no iban a poder llenar las carencias afectivas de las que disponía. Entonces mi objetivo era buscar a alguien capaz de llevar una buena conversación y que, si surgía algo, que fuera porque lo sentíamos.
¿Preparados para lo interesante? Quiero dejar constancia de que os cuento esto porque confío en vosotros y, porque si quiero que me conozcáis sin ningún secreto, necesito abrir mi corazón.
Encontré a alguien que, aunque no enfocaba a su cara, me llamó la atención porque era capaz de conducir un tema de conversación. Lo malo que parecía tener era la distancia: sí, a primera vista, era la distancia. Decidimos darnos nuestros números de teléfono porque habíamos conectado muy bien e, incluso, parecíamos habernos gustado.
Efectivamente, haciendo un pequeño inciso, no os he mencionado ese detalle: me gustan los hombres y las mujeres, bueno, realmente las personas. Me gusta enamorarme de alguien con el que conecte tanto en gustos, como con el alma. Sé que puedo entrar en temas de discusión sobre la pansexualidad o la demisexualidad, pero como confío en vosotros, sé que no surgirá ningún tipo de contrariedad. No os preocupéis, recalcaré el tema más tarde.
Pues eso, nos gustamos y hablamos durante semanas a través de la videoconferencia. A la semana de habernos conocido, me enseñó su cara y, lo creáis o no, me había olvidado de ese detalle. Al principio me pareció un chico guapo, pero con el tiempo sólo veía a un joven con una nariz prominente. Como diría Quevedo: “Érase un hombre a una nariz pegado”. En fin, ignoremos el aspecto físico y sigamos con el interior, que tiene para rato.
 Contrario a lo que buscaba, nuestros gustos eran totalmente distintos y era eso lo que nos complementaba. La música, la ropa, los videojuegos… todo era completamente distinto. No coincidíamos en nada, sólo en una cosa, nos gustábamos. Además de la distancia, había otro problema: los antiguos amores. En efecto, él seguía enamorado de su expareja y eso, a mí, me rompía el corazón porque, como os había dicho antes, me encariño muy rápido de las personas que se lo merecen y, en este caso, me enamoré de él.
Pasaban los días y cada uno de ellos era una nueva historieta que había vivido con su ex y yo, como un niño de cinco años que se ha visto todas las películas de Disney, me imaginaba que cada anécdota era parte de nuestra historia. Todas las noches le recomendaba dejar de pensar en él porque, en el fondo, quería que se centrara en mí.
Si os cansáis de estar ahí de pie, meteros conmigo en la cama, el mundo es demasiado frío. Mucho mejor… continuaré con la historia.
Ese deseo irrefrenable de ser su imagen onírica me hacía caer en una depresión constante por saber que él, probablemente, no querría tener nada conmigo por culpa de la distancia. Esa depresión me dio unas ganas incansables de contárselo, por aquel entonces, a mi confidente número uno: Tamara. Intenté quedar con ella dos veces, pero siempre parecía estar ocupada. Pocos días después pasó lo que pasó con ella y yo volví a confiar sólo en mí mismo.
No aguantaba más. Vivía en una sociedad tan cerrada de mente que no podía ir promulgando a los cuatro vientos cómo eran mis gustos. La gente, desgraciadamente, no entiende hasta qué punto me puede gustar la esencia de una persona que consigue hacerme olvidar el sexo que tiene. Decidí no andarme con rodeos y confesar todo lo que sentía por él. Su respuesta, al principio, fue un incómodo silencio y minutos después me contesta de la misma manera que sospechaba: con un “yo te quiero como amigo”.
No os voy a decir que no duele. No os diré que aún, a día de hoy, me duele ver cómo la distancia que nos separa es uno de los factores que me impiden sentir el roce de sus labios o la fragancia que desprende su ropa. Tampoco os diré lo que se siente al saber que, si yo hubiera nacido allí y no aquí, tal vez entonces, hubiera tenido al amor de mi vida a escasos centímetros.
Deseaba con todas mis energías saber cómo es el efluvio de su ropa, saber cómo se mueve, cómo camina. Quería saber con qué intensidad ofrece sus abrazos, cómo su pelo baila al son del viento.
Intenté disimular y decirle que no pasaba nada. Mi vida se caía en pedazos: primero, mi mejor amiga me deja tirado por “el amor de su vida” y después, el mío me deja tirado por su amado. Comencé a plantearme si era yo el problema o si realmente no había nacido para ser correspondido por el pequeño dios con arco y flechas, capaces de enamorar a los afectados. Era esta cama la que, en muchas noches, me servía como barca para flotar en este mar de lágrimas. Intentaba pensar en todo lo bueno que me podía deparar ser amigo de alguien que tenía a seis horas de distancia. No lo había.
Continuamos hablando durante meses, hasta que se convirtieron en un año. Él afirmaba haber olvidado a su ex, pero Derek no conseguía engañarme y yo, había intentado pasar de él. Procuré ser su amigo y su confidente, de hecho, lo conseguí. Pero en lo más profundo de mí había un sentimiento que me quería señalar que él, para mí, tenía que ser algo diferente. Así fue, se convirtió en algo distinto, algo en lo que jamás me hubiera fijado: un ser arrogante y creído que buscaba que le dijera, todos los días, lo hermoso que era. Con eso conseguía todo lo contrario; cada día se me hacía más horrible. Con ese tipo de acciones me daba cuenta que, aunque él no quería que yo estuviera enamorado, sí quería tenerme a sus pies, ser su fiel secuaz con la habilidad de adularlo en cada momento.
Como os había dicho, el exterior de una persona se me hace algo secundario y le doy importancia al interior. Pues era su interior el que se contaminaba con el paso del tiempo. La universidad le estaba sentando fatal, se creía superior a mí, pues seguía conservando la idea de la mayor parte de la sociedad, creyendo que los de letras éramos la escoria de la sociedad, que no servíamos para nada.
Creedme si os digo que he intentado pasar por alto cada uno de los comentarios que él realizaba sobre algo que no me parecía bien, pero se me hacía imposible. Se había convertido en una aberración social, cuya única prioridad era el aspecto físico y eso, no me parecía nada bien.
Cada día que pasaba, continuaba estableciendo esa barrera jerárquica entre Letras y Ciencias Sociales. Que si el latín ya no sirve de nada, que si el griego sólo sirve en la cama… Mi alma era rota en pedazos con cada uno de los insultos y desprecios que realizaba a mis ilusiones. Quería ser feliz, estudiando lo que me gustaba y viviendo la vida que me enamoraba.
Si ya mi autoestima era baja, él conseguía ahogar mi cabeza en este lago de inseguridades e incertidumbre. De pronto, me había dado cuenta de que todo por lo que estaba luchando, no sólo en mis estudios, sino en la vida en general, estaba siendo inútil. No era capaz de encontrar a nadie que me quisiera por tal y cómo era. No era capaz de encontrar algo que me llenara. Si queréis os hablo más tarde de lo que son las letras para mí.
Él no era consciente del veneno que le inyectaba a mi corazón al decirme todo eso. Puede que lo que más me dolía era recordar esa imagen que tenía de él; una persona real, capaz de hacerme sentir especial y dispuesto siempre a escucharme. ¿Cómo pude estar tan ciego? ¿Cómo no pude darme cuenta de que nadie estaba preparado para aguantar mis penas?
Primero Tamara me empuja a un pozo sin fondo, luego Derek me lanza una cuerda para salir de él, sin haberme dado cuenta de que el esparto estaba deshilado. Me volví a caer en el pozo, aunque en esta ocasión el fondo no era tan profundo. Si algo le tenía que agradecer a Tamara era el haberme preparado contra este mar de adversidades al que me tenía que enfrentar, tarde o temprano, en la vida. Sin darme cuenta de que iba a ser más temprano que tarde.
¿Seguís teniendo frío? No os preocupéis, pronto entraréis en calor al conocer cómo es mi actual situación con Derek.
Decidí, al igual que con Tamara, cortar por lo sano y esperar al mínimo detalle que me pareciera mal para olvidarme de él. A decir verdad, no tardó mucho. Una mañana, hablando por teléfono, me puse a saludar a mis perros (sí, soy de esas personas que valoran más a los animales que a los propios humanos) y él siempre había mostrado un buen aprecio sobre mis perros, menos ese día. Terminó soltándome algo como: “Hablas más con un perro de mierda que conmigo” y yo, siendo fiel a lo que siempre digo, nadie podía creerse en la voluntad de tocar o insultar a mis perros. En ese momento descubrí una nueva faceta de mí. Mi nivel de enfado decidió utilizar la salida de emergencia y llamarle de todo, menos guapo. Él, pensando que era una broma, siguió diciendo que eran una mierda y terminé por colgar todos aquellos recuerdos con un simple gesto. Apreté el botón de la pantalla táctil de mi móvil y, tan rápido como hice eso, sentí como si alguien me quitara una mochila llena de adoquines de mi espalda.
¿Cómo decís? Ah, sí. Volvió a dar señales de vida. Una semana después, la red social más utilizada por los jóvenes y no tan jóvenes, me notificó en el móvil conforme Derek me había escrito: “¿Vas a estar enfadado toda la vida?”. Obviamente decidí contestar y decirle que estaría así mientras él siguiera pensando que mis pastores alemanes eran una mierda. Me lo negó, como cualquier cobarde hubiera hecho en su pellejo. Lo ignoré y continué con mi vida.
Desgraciadamente, ese sentimiento que me había regalado Derek, no se había ido tan rápido como él. Ojalá pudiera haber sabido cómo era él realmente mucho antes de haber pasado por toda esta montaña rusa de emociones. Por una vez, me había alegrado de encontrarme donde había nacido.

Espero que no os esté amargando los problemas de mi vida, pero vosotros, a diferencia de los demás, podéis elegir cuándo dejarme. Vayamos a por el siguiente motivo que me ha llevado a conoceros.

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