ENGAÑO
He sido
engañado durante toda mi vida. He sido víctima de mentiras preconcebidas, de un
mundo hecho para fuertes. He creído que yo era, cuanto menos, apropiado para
seguir aquí. He creído que, en el mundo, la gente nacía con cualidades propias
que lo definían.
Ahora todo lo
que he creído hasta hoy, han sido puras falacias. En el presente veo cómo
ciertos individuos son perfectos a su manera y se creen en la potestad de
inmiscuirse en campos externos a los que le corresponden. Todo esto me hace
sentir inferior, limitado. Todo lo que me propongo nunca sale como deseo, todas
mis habilidades se ven censuradas al entrar en contacto con dichos individuos
omnipotentes.
No hay nada que
duela más que la limitación. ¿Nunca te has sentido así? ¿Nunca has creído que
no has podido hacer algo simplemente por la limitación que sientes? Siempre
pienso que mi vida es un funeral en el que yo, un mero espectador, quiero
resucitar a lo que quiera que se oculta en el interior del ataúd, pero no puedo
porque siempre me quedo encerrado en el recuerdo de lo que ha sido, dicho
elemento, para mí. Nunca consigo ver el interior de la caja, no puedo porque es
mayor el sentimiento de limitación que el deseo de encontrar respuesta a mis
plegarias. Al no poder acceder a dicha respuesta, sólo contemplo la esperanza
de recurrir al proceso imaginativo. ¿Acaso no veis más soluciones? Es fácil ver
las soluciones en los demás, pero siempre duele verlo en uno mismo.
Son pocos los
días en los que me siento el protagonista, pocos en los que creo que me merezco
estar aquí. La gente, los gustos y el mundo evoluciona. Yo me estanco,
esperando que sea él quien se adapta a mí. Entiendo que no todo sea como yo
quiero, pero tampoco puedo esperar a crecer. Mi mundo y mi esperanza se reducen
en alientos exhalados del pasado, donde ni tú ni nadie podéis llegar a
comprender lo que se esconde en cada uno de ellos.
Vivo en la
sombra que me ofrece el árbol y, creyendo que no pasa nada, es él quien me está
regalando esta devastadora tristeza. La angustia llega hasta lo más profundo de
mi ser, anulando hasta la más mínima de las respiraciones. ¿Acaso no tengo
derecho a ser feliz? ¿No puedo tener ni una sola virtud sin que sea superada?
No pido la fama, ni la exaltación. Solo pido ser feliz de la forma en la que
soy.
Leonardo da
Vinci solía decir algo como: “En cuanto nace la virtud, nace contra ella la
envidia, y antes perderá el cuerpo su sombra que la virtud su envidia”. Puede
que ahora mismo sea yo esa envidia que no deja descansar al que realmente es
virtuoso. Puede que yo no sea algo más que un simple aficionado. Puede que mi
destino esté reservado en una lata de conservas que se perderá, con el paso
del tiempo, en el desagüe o en el laberinto de cañerías de un domicilio lleno
de esperanzas.
FIN DE LA REFLEXIÓN (por ahora).
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