Capítulo 4
Era evidente
que no estaba teniendo un sueño y menos después de haber visto como unas
heridas que necesitaban puntos, se curaban a una velocidad increíble gracias a
mí.
La pobre mujer
seguía inconsciente y tirada en el callejón, Sandra me dijo que la dejáramos
ahí, no le iba a pasar nada… eso dijo. En cuanto a los malhechores, Sandra me
indicó como eliminar los recuerdos que tenía de las últimas horas y los dejamos
unos cuantos metros de la mujer. Una vez lo preparamos todo, continuamos
nuestro paseo con un poco más de prisa.
-
¿Cómo se te ha ocurrido dejarlos así? Hasta a mí
me hubiera parecido confuso estar en esa situación. – Le dije con algo de
énfasis y preocupación.
-
Cuando llevas unos cuantos años haciendo magia
te acostumbras a confundir la memoria de las personas.
-
¿Confundir? ¿Por qué no se la borras y te
olvidas de tantos planes?
-
No, los hechizos de memoria son muy peligrosos,
nunca sabes lo que puedes borrar y las represalias. Puedes borrar fechas de
cumpleaños, citas, la identidad de los seres más queridos e incluso algo tan
básico como el habla. Tenemos que evitar los hechizos de memoria a toda costa.
-
Vale, entiendo.
-
Tranquilo, poco a poco irás aprendiendo. – Ya
habíamos llegado a mi casa.
-
Vivo aquí, ¿quieres que te acompañe a donde esté
el grupo?
-
No, no saben que estoy hablando contigo. Por el
momento es mejor que no sepas donde estamos.
-
¿Y os deja tanta libertad?
-
Claro, Ana confía en nosotras… Aunque después de
lo de Fany… ya no sé…
-
¿Fany? – Ya empezaba a meterme nombres sin saber
quién o qué era.
-
Sí, la que te visitó en tu habitación la noche
pasada. Ya le dije que no era buena idea ir, pero se empeñó y cuando se le mete
algo en la cabeza… – Su rostro cambió de repente. – ¡Uy, ya es hora de que me
vaya! Nos volveremos a ver.
-
Adiós. – Le dije mientas se iba corriendo.
De nuevo, me
había olvidado de las llaves de casa y me encontraba, una vez más, en el
porche… sin posibilidad de entrar. Entonces, se me vino a la mente el momento
en el que la noche pasada me había quedado en la misma situación y ya entendía
por qué se me había abierto “sola”, había sido yo en todo momento. Miré a la
puerta decidido y como si se tratara de una persona, le dije:
-
Ábrete. – No pasaba nada. – ¡Ábrete!
Estaba claro
que tan sólo diciendo eso no iba a pasar nada, o eso creía… Contemplando la
puerta como un tonto, me empezó a venir ese calor interno que tanto me gustaba.
La puerta se abrió como si una manada de elefantes se hubiera dejado caer sobre
ella. De tal magnitud fue el empujón que se había levantado una nube de polvo
de la moqueta del recibidor.
Entré al
interior del domicilio y la tía estaba tirada en el suelo al lado de sus
botellas. En un principio no me fijé si estaba bien o no porque normalmente,
éste era el panorama en la que siempre la veo, no recordaba la voz de mi tía.
Al rato, cuando ya dejé la bolsa en la cocina, mi tía seguía inerte, me
empezaba a preocupar. Me acerqué a ella y aun llamándola, no respondía. Cogí el
teléfono y no había el zumbido de siempre… se me había olvidado pagar las
facturas. Sólo me quedaba una opción, tenía que poner en prueba mis nuevas
habilidades.
–
Tía, si me escuchas… Tranquila ¿vale? – Puse mi
mano izquierda sobre su cabeza y la derecha en la boca de su estómago. – Vamos
allá… tóxico fuera, tóxico fuera, tóxico fuera…
Nada, no había
conseguido nada. Tal vez no estaba diciendo las palabras correctas o,
simplemente, no podía hacer magia sin la seguridad que me aportaba Susana.
Tiré las
botellas que había encima del sofá e intenté ponerla encima. Comencé a pasear
por el salón, arrepintiéndome de no haber estudiado latín o preguntarle a
Susana algún hechizo básico. De pronto, el timbre sonó. Creyendo que era ella,
abrí la puerta efusivamente, pero era mi nueva amiga, la rubia.
–
¡Hola guapo! –
Se abalanzó sobre mí achuchándome sin ningún cuidado. Casi perdí el
equilibrio y conseguí estabilizarme justo en la puerta del salón.
–
¿¡Qué haces!? – Le dije mientras la separaba de
mí.
–
Madre mía, ¿qué le ha pasado? – Me dijo una vez
vio a mi tía, su sonrisa pícara se eliminó y apareció una expresión de seriedad
que solo le había visto en el momento que me estaban ahogando todas juntas.
–
Estaba en el suelo e intenté despertarla…
Necesito llamar a la ambulancia.
–
No, esto tenemos que hacerlo nosotros.
–
¿Nosotros? – Ya empezábamos con los secretismos.
–
Vamos, ya sé que Susana te lo contó todo. – Se
acercó a ella cogiéndome de la mano. –
Sólo tú puedes curarla, pero yo puedo guiarte.
–
¿Qué hago? –Dije preocupado.
–
Tranquilo, no hace falta que digas nada. Respira
tranquilo y visualiza a esta mujer con tu mejor recuerdo.
–
Vale… – El único recuerdo bonito (por muy
deprimente que suene) que tengo de ella era cuando tenía cinco años, ella me
cogía siempre en sus brazos y me empezaba a contar mitos sobre mundos
fantásticos.
–
Increíble. – Rompió el silencio provocado tras
cinco minutos en armonía. Cuando dijo eso, abrí mis párpados.
Mi tía
empezaba a toser, expulsando agua por la boca y, no sé si por la preocupación
del momento, parecía que, por cada tosido, sus arrugas desaparecían. Estaba
totalmente recuperada cuando la ayudamos a incorporarse en el sofá. La bruja me
dijo que fuera a por un café, le hice caso (aunque no supe por qué).
–
Pasa la mano por encima de la taza al mismo
tiempo que dices Atrocitas. – Me dijo
cuando llegué con el pedido.
–
Vale… Atrocitas.
– Pasé la mano cómo dijo.
–
Bébelo – Le dijo a mi tía – te sentará bien.
Todavía no
había dicho ni una palabra desde que se había despertado. La rubia me apartó a
un lado para hablar conmigo.
–
Oye, muchas gracias por la ayuda. No sé qué
habría hecho sin ti.
–
Tranquilo, nos ayudamos entre todos, sobre todo
contigo, eres muy especial. Por cierto – volvió a ser la de siempre. – me debes
una. Me tengo que ir, aunque no me preocupo, sé que estaremos en buenas manos
contigo.
–
Gracias. – Se fue sin ni siquiera decirme su
nombre.
Me senté al
lado de ella e intenté sacarle alguna palabra para saber si estaba bien o no.
Estaba temblando, no sé si por el frío o por la incertidumbre del momento.
–
Tía… ¿Cómo te encuentras? – Seguía sin decir
nada. – ¿Tienes frío?
Cogí en el
armario una de las pocas mantas que teníamos en la casa y se la puse sobre los
hombros. Su temblor no cesaba y ella seguía sin articular palabra.
–
De acuerdo, voy a probar algo. – Empecé a frotar
sus abrazos. – Calor, calor.
La tía había
dejado de temblar en cuanto terminé de decir esas palabras, no sabía si lo
había dicho bien, pero el resultado fue lo que buscaba. En ese momento la tía
me estaba pareciendo una mujer muy frágil y su aspecto era igual a la imagen
que guardaba de ella. Llevarla a su dormitorio no me resultó difícil, pues,
como había dicho, era muy frágil. Subimos las escaleras y, aunque ella no se
apoyara en mí, yo me las apañaba para que me utilizara de bastón, aparté las
botellas de su cama y la dejé caer lentamente. Salí de su habitación procurando
hacer el menor ruido posible y me dispuse a limpiar la casa después de mucho
tiempo, empezando por el salón.
Ya eran las
tres de la mañana y todavía no había terminado con sala de estar, de pronto el
timbre sonó. Antes de abrir, comprobé por la mirilla quién podía ser y, al
parecer, no había nadie. Acerqué mi mano al pomo de la puerta con intención de
abrirla y la puerta me empujó hacia la pared del recibidor. Era Ana, o la bruja
decrépita.
–
Toc, toc. – Dijo con tono sarcástico. – Me
parece que tú y yo tenemos que hablar.
–
Hablaré cuando dejes de exprimirme con la pared.
– Procuré decirle duras penas.
–
Jajajaja, claro. – Se acercó a mí y me tomó las
manos. – Glacies.
Mis manos,
literalmente, se estaban helando, convirtiéndose en hielo. Tras gritar de dolor
me dijo: “tranquilo, si hablamos cordialmente las volverás a tener como antes,
aunque creo que te hago un favor”. Me liberó de estar oprimido en la pared y me
“invitó” a sentarme en el sofá del salón.
–
Vaya… no sabía que te gustaba tanto el alcohol,
me vas a caer bien.
–
¿Qué es lo que quieres? – No quería seguirle el
rollo, no sé cómo pero ya no sentía mis manos y me preocupaba bastante. – Creo
que no he hecho nada malo como para molestarte.
–
No me malinterpretes, solo quiero conocerte y
enseñarte a cuidar a mis niñas.
–
¿Cuidarlas? Mira, no sé de qué va el rollo, pero
le aseguro que…
–
A mí no me tienes que ocultar nada, sé que
Susana te lo ha contado todo, bueno… lo esencial. Así que te tendré que enseñar
a usar tus poderes de líder.
–
Mira, no voy a aceptar nada porque no quiero ser
esto.
–
Pues para no querer ser nada de “esto”, bien que
has utilizado la magia para curar a tu tía y ofrecerle calor.
–
Sólo quería que se pusiera bien.
–
Sí. Te entiendo a la perfección, pero también debes
entender que, si no hubieras sido lo que eres, ahora mismo estarías organizando
un funeral o simplemente cogiendo la pala y pensando en que parte enterrarla
del jardín. Por eso te digo que, aunque no lo asimiles, hagas el ritual para
que el aquelarre no se quede sin magia para defenderse.
–
No quiero saber nada de esto. No tengo pensado
volver a hacer nada de magia y, aunque la haga, no tengo por qué hacer ningún
ritual porque es mía y con las cosas de mi propiedad hago lo que quiero.
–
Me imaginaba que querías hacer eso. Yo con tu
edad no tenía esa mentalidad, también he de reconocer que en mi época el tema
de la brujería estaba más presente que los selfis. Entonces cuando me
comunicaron la noticia de mi destino, ya sabía que no me quedaba otra opción
que afrontarlo. No me he arrepentido de drenar mi magia a todos los aquelarres
con los que he vivido, para nada. Pero ahora debo afrontar que ha nacido un
sucesor y mi siguiente obligación es enseñarte a ser un buen líder, un buen “Hécate”.
–
¿Un qué? Mira, no quiero saber nada de esto ¿vale?
Que tus chicas aprendan a vivir sin magia, como todo el mundo. – El dolor de
mis manos se intensificaba.
–
Como no me ayudes a salvarlas, no sabrás
diferenciar entre el cielo y el infierno.
–
¡Detente, si quieres que haga algo… la peor
forma de convencerme es esta!
–
Mejor voy a la cocina, a ver si tenéis algo de
beber un poco decente.
Cuando me
perdió de vista, aun arriesgándome a que me viera, intenté deshacerme del hielo
poniendo en práctica lo que me enseñó la rubia. Empecé a visualizar mis manos
con los párpados cerrados, pero no dejaba de sentir frío, por todo mi cuerpo. Abrí
los ojos y observé como toda la alfombra del salón congelada, extendiéndose
poco a poco por las plaquetas del suelo. La vieja entró desde la cocina y al
ver todo tiró al suelo la botella que estaba sujetando.
–
¿¡Qué has hecho!?
–
¡No lo sé! ¡Deshazlo! – El hielo no paraba de
propagarse.
–
¡No puedo! No puedo revertir la magia de mi
sucesor.
–
Tienes que estar de broma… ¿Qué hago?
–
Mantén la calma y di algo como… sana glacies.
–
Sana
glacies, sana glacies. – El hielo de mis manos empezó a deshacerse y a
devolverme el calor natural.
–
Vale, ahora me toca a mí. – Comenzó a mover sus
manos por todo el salón y el hielo empezó a derretirse sin dejar agua.
–
Está claro que no debo subestimarte. Voy a
ponerme seria y a hablar de esto como tendría que hacerlo. Siéntate.
Estuvimos toda
la noche hablando y, por muy raro que parezca, no tuve sueño. Me contó toda su
historia, cómo fue condenada por brujería y de cómo un hechizo que le hizo
tener seis dedos, le enseñó a no utilizar la magia en beneficio personal.
También me contó que el Hécate, el líder del grupo, debía proteger y aconsejar
a su aquelarre para conseguir su supervivencia, ya que cada generación que
pasaba, existían menos brujas. Alguien o algo las maldijo para que solo
pudieran concebir con otro ser mágico, si lo intentaban con un humano, éste
podría morir o eliminar el poder de la bruja. También me habló de una
jerarquía, en la que las brujas de más poder podían hacer magia sin hechizos,
otras con su lengua materna, las siguientes en latín y las de más bajo sólo
podían colaborar en los hechizos, al parecer estas últimas predominaban.
Se supone que
los líderes somos los de más alto nivel, lo que explicaría por qué he podido
hacer hechizos con solo pensarlo. Me dijo que ella, junto con el aquelarre, me
enseñarían a manejar esto, quiera o no quiera drenar mi magia.
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