Capítulo 1

septiembre 12, 2016 Orfeo 0 Opiniones

La misma pesadilla se repite una y otra vez sin cesar… cada vez estoy más preocupado de si es una señal o de si realmente tengo que dejar de ver películas de miedo cada noche. Una extraña sombra no deja de perseguirme por un oscuro bosque. En cada pesadilla escapo de una tortura distinta: la última que recuerdo es de encontrarme en medio del bosque, rodeado por una especie de pentágono hecho de sal (o algo parecido) y unos pétalos de una flor extraña… Era terrible, no me podía mover, tan sólo podía pensar y mover mis ojos de un lado para otro. Nunca recuerdo mi huida de cada trampa, pero siempre lo hago y no sé cómo, tan sólo tengo “flashbacks” temporales, que siempre coinciden con el mismo momento: mi situación en la trampa y la persecución. Una vez me vuelve a atrapar… me despierto.
Mi nombre es Aras, poco común, lo sé, pero no ha sido decisión mía tener este nombre y además a mí me gusta por el simple hecho de ser raro. Actualmente estoy trabajando de camarero en el “Val Avenue”, un bar de lo más común situado en el centro del pueblo más monótono existente en la faz de la tierra, BlightVille. Mis estudios se reducen a los más básicos, a pesar de mi alta capacidad retentiva, o eso dicen. Trabajo más horas de las estipuladas en el contrato y mi sueldo se reduce menos de la mitad gracias a mi tía y a las facturas. Tengo diecinueve años y mis padres se olvidaron de mí a los diecisiete, actualmente vivo con mi tía, a la cual le encanta gastarse mi poco sueldo en alcohol, en casinos y todo tipo de situaciones para acabar con mi poco sueldo, así que sí, mi vida es ideal.
Una vez hecha la presentación, toca empezar a narrar mi vida, así que vamos allá: Después de intentar dormir algo en toda la noche, me levanto y desayuno un poco de leche con cereales, los más rancios y poco apetecibles que hay en la alacena. Una vez llenado un poco el estómago, me ducho y me visto con el uniforme del bar, que consiste en una camiseta y pantalón negro más el mandilón blanco, cojo el bus y me dispongo a gastar mitad de mi vida en ese mugriento y apestoso bar.
-          Buenos días Aras – Me dice la jefa con tono sarcástico cada vez que llego al tugurio- ¿cómo has dormido hoy?
Y sin esperar respuesta, se va a la cocina. Odio a esa mujer con todo mi ser… Es la típica mujer amargada que no ha probado hombre en sus últimos cincuenta años de vida, teniendo sesenta. Mejor no profundizo en los detalles, cuanto menos tiempo piense en ella mejor.
 Me preparo detrás de la barra, asegurándome de que cada cosa está en donde lo dejé: los vasos justo debajo de la barra, cada docena en un estante, cada bebida contabilizada en el frigorífico situado al lado de los vasos y, por último, asegurarme de haber puesto bien el menú del día que, por suerte, no lo tenía que cocinar ni yo, la cocina se me da fatal, ni mi jefa, a saber que le echaría esa mujer a la comida.
El bar se empezaba a llenar con la misma gente de siempre: gente del pueblo, otros de vacaciones y, por primera vez, un grupo de adolescentes jóvenes acompañadas por una mujer más mayor vestidas totalmente de negro. Tras observarlas durante un rato mientras atendía a los demás clientes, me acerco a Diana, mi compañera de barra y le digo:
-          Oye, ¿alguna vez las habías visto? – Me mira con cara de perplejidad.
-          ¿A quiénes?
-          A ellas – las señalo con la mirada – Nunca las había visto.
-          ¿Aras? Son las mujeres que vienen siempre antes de ir a la partida del cinquillo.
Después de su intervención se dispuso a continuar con su trabajo y yo, me dispuse a creer que Diana me estaba gastando una broma. Dejé de creer eso en el momento en que una señora mayor se acercó a ellas, como si las conociera de toda la vida. No sé si mi cabeza me estaba jugando una mala pasada intentando decirme que hace mucho tiempo que no tengo novia o, simplemente, que todo el mundo me estaba intentando gastar una broma.
Se pasaron allí todo el día, primero tomando algo, después comiendo y luego jugando al cinquillo, realmente sí que tenían gestos propios de señoras mayor, como llevar las gafas en la punta de la nariz o de reírse agitando todo el cuerpo a carcajada profunda. En el bar sólo estaban George y ese grupo de mujeres al anochecer. A esa hora mi jefa solía irse para buscar pareja al pub de al lado, la cocinera se había ido ya a las seis de la tarde y Diana se estaba quedando dormida, la pobre estaba preparando un doble grado de Documentación y Humanidades a la vez que trabajaba.
-          Diana, vete a casa y descansa, ya me quedo yo. – Le dije a la vez de estar intentando disimular mi cara de cansancio.
-          ¿Estás seguro? – Me dijo preocupada.
-          Si mujer sólo quedan ellos y además la vieja ya no está, así que no se va a enterar.
-          Muchas gracias Aras, te debo una – me decía a la vez que cogía sus cosas y se iba corriendo con una cara llena de vitalidad.
A la vez que ella, la señora que se había unido al grupo de mujeres de luto, se marchaba dejándolas en esa esquina del bar. George se había quedado frito después de consumir durante la tarde toda la estantería de licores, no hace falta que diga que cumple el tópico de borracho de pueblo. Una del grupo de mujeres se acercó a mí, certificándome que tenía mi edad, y pidiéndome la dirección del baño. Tras indicárselo e ir al baño, un hombre entró de manera asaltada al bar con una pistola en su mano, empezando a dar órdenes: a mí que le diera el dinero de la caja y al grupo que se quedara quieto, realmente ellas no parecían estar preocupadas. George se despertó bruscamente y el hombre de la pistola, al asustarse, le disparó y el ebrio calló al suelo, fue entonces cuando yo me quedé atónito y no sabía qué hacer, fue entonces cuando el grupo se levantó y se quedaron mirándome. No sabía cómo actuar hasta que la mujer que venía del baño, al ver a George desangrándose, se agachó junto a él en el suelo y, poniendo sus manos sobre su herida, cerró los ojos.
-          ¡Abril, no! – Gritó la mujer mayor del grupo mirando para ella.
-          Exurge, exurge, sana, sana. – Decía la joven mientras presionaba sobre la herida.
Mientras tanto la mujer de avanzada edad plantó su mirada en mí para observar mi reacción, supongo que se extrañó al ver que no me había desmayado y, sinceramente, yo también. Después de haber dicho esas palabras la herida se cerró y George recobró el aliento de manera acelerada. El hombre de la pistola me copió la reacción y, apuntando a la mujer que estaba junto a George, aprieta el gatillo.
-          ¡Regere et conservare! – Gritó la mujer, que parecía ser la líder mirando a la pistola del hombre al mismo tiempo que disparaba.
No sé cómo, pero la pistola se movió bruscamente apuntando a su izquierda evitando que la bala llegara a su amiga. Después de eso, otra mujer del grupo se acercó a mí y, deslizando su mano por mi cara de asombro, me caí y, una vez más, desperté en mi cama.
No sé por qué, pero esta vez tenía la sensación de que ese sueño, no era ni un sueño ni una alucinación, estaba seguro de que fue real. Repetí mi rutina y después de bajarme del bus, tuve la extraña sensación de que alguien me estaba observando. Continué hasta llegar a la puerta del bar y como seguía notando esa sensación, me giré bruscamente y vi como alguien que llevaba un abrigo negro se escondía por el callejón que conectaba el pub con el bar, me dispuse a seguirla rápidamente hasta que, al meterme en el callejón, no vi a nadie. Me froté los ojos y me fui directo al bar, delirando en voz alta lo que me estaba pasando y de cómo perdí la cabeza. Al llegar al local, vi a Diana limpiando las mesas rápidamente (algo que debía haber hecho yo, si no hubiera pasado lo que creía que había pasado).
-          Hola, te ayudo ahora, dame un minuto a que deje mis cosas en el almacén. – Le dije mientras ella mantenía su ritmo.
-          ¡Apura! – Me decía sabiendo que las personas de siempre vendrían a la hora de siempre.
Dejé las cosas en el almacén a la vez que pensaba en cómo demostrar que mi sueño no era fruto de ver tantas películas de ciencia ficción. Fue entonces cuando recordé que el suelo debía tener un agujero provocado por el impacto de la bala desviada. Salí del almacén y me dispuse a ayudar a Diana a la vez que observaba cada tablón de madera del suelo cercano a la barra.
-          Oye, si sé que ibas a dejar así el bar ayer, no aceptaba dejarte solo. – Eso es, le había cambiado el turno a Diana, una prueba a mis sospechas.
-          Lo siento. Para ser sincero, no recuerdo haber dejado el bar ayer.
-          Ah, genial. Ahora es cuando me dices que te hiciste colega de George y terminasteis con el estante de los licores.
-          ¡No, claro que no! Es sólo que últimamente no descanso bien y tengo pequeñas lagunas mentales.
-          Ya, bueno… Acaba con la mesa dos, yo comprobaré que todo esté bien y que Casilda tenga los desayunos preparados.
-          Vale, no te preocupes.
Fue entonces cuando llegaron el grupo de jóvenes que tan sólo yo veía como tales, prueba evidente de que no son fruto de mis ensueños. Estuve vigilando todos sus movimientos, incluso cuando llegó la anciana a jugar su partida de cinquillo. Por suerte, era Diana la que se encargaba de servir sus pedidos, hasta que me tocó a mí. Cogí de la nevera las bebidas con gas que me habían pedido y me fui acercando a ellas, más despacio de lo usual.
-          Hola querido – Me dijo la más mayor de las vestidas de luto. – Muchas gracias por las bebidas.
El resto del grupo me miraba a mí, mientras la señora seguía obcecada con su partida, yo me habría quedado helado si no fuera porque la mirada del grupo me hacía sentir una extraña y calurosa sensación en mi interior que, curiosamente, se me hacía un tanto familiar. Me fui más rápido de lo que llegué para atender al resto de clientes.
En mis momentos libres seguía buscando el agujero, pero no conseguí encontrarlo, sabía que ellas me observaban mientras lo hacía y no parecía estar gustándoles que lo hiciera. Desistí en mi búsqueda cuando dos de ellas fueron al lavabo. En mis duros intentos de no seguirlas, lo hice e intenté oír todo lo que decían sin que se percataran de mi presencia.
-          Tenemos que contárselo – Decía una hacia su compañera.
-          ¡No! ¿Acaso no te acuerdas de lo que nos dijo Ana? No puede saber nada. – Le contestaba con tono enfurecido.
-          ¿Y cuánto tiempo crees que va a estar a salvo?
-          Eso no es asunto nuestro, tan sólo tenemos que acatar órdenes, recuérdalo y ya suficiente hizo ayer Abril con mostrar lo que podía hacer.
Cuando empezaron a manifestar sus deseos de irse del lavabo, me fui al almacén corriendo, así el grupo no sabría que estaba haciendo de espía. Esperé un poco para certificar su ida, hasta que unos pasos se acercaron a la puerta del almacén, ésta se abrió de repente mostrándome a mi jefa enfadada.
No sabía qué hacer ni decir, me estaba mirando de manera amenazante y a mí no se me ocurrió otra cosa mejor que ponerme a mirar las cajas de los alimentos:
-          ¿Se puede saber qué estás haciendo? – Me dijo, continuando con su mirada penetrante.
-          Haciendo un poco de inventario, es que no sabía si quedaban patatas.
-          Ve a ayudar a Diana y deja de vaguear.
Aunque no lo hubiera dicho, Diana era el ojito derecho de la amargada que tengo como jefa. Al salir del almacén me dirigí a la barra fijándome como estaba siendo observado por el grupo de siempre. Me estaba poniendo de los nervios, seguía sin saber por qué era el único que podía verlas como un grupo de jóvenes encabezado por una señora más mayor. Y por qué no recuerdo haberme ido la noche pasada a dormir.
En una ocasión en la que Diana atendió a los recados del grupo, volvió distinta a la barra, con una mirada totalmente distinta y perdida. No era capaz de reconocerla, sus acciones eran totalmente anómalas, el trato con los clientes era más brusco, cada vez que dejaba un plato en las mesas, la comida se desbordaba. Miré al grupo de mujeres y ellas también la estaban contemplando.
Faltaba sólo media hora para cerrar y Diana seguía con la misma actitud, algo que hacía que se fueran los clientes, aunque sinceramente, parecía que su finalidad era esa. George se había ido sobrio del bar y sólo quedábamos Diana y yo, además de ellas. Se levantaron al mismo tiempo, bajaron las pocas escaleras que separaban la barra de las mesas en las que se situaban siempre y se posaron frente a mí. La señora de mayor edad me miraba fijamente, por lo que supuse que quería la cuenta, fui directo a la caja y a cobrarles, entonces frunció el ceño y forzando más la mirada hacia mí, provocándome incomodidad. Pareció molestarle no haber conseguido su propósito por lo que las chicas se pusieron en la puerta delantera y en la trasera del local y la mayor pasó la mano por la cara de Diana provocando su caída. Intenté ir corriendo a socorrerla, pero ella me hizo una señal de parada y, como un tonto, la obedecí.
-          Alto ahí, caballero. – Me dijo cogiendo un cigarro del bolsillo de su pantalón.

-          Espacio libre de hu…

-          Aquí hablo yo. – Me interrumpió. – Vamos a dialogar seriamente juntos.