La cuerda de Diana
Era otro día más que me despertaba dos horas antes de ir al instituto y como no conseguía dormir, me propuse recapacitar sobre lo que debía hacer para evitar a Juan y a su pandilla. Tras ese tiempo, no llegué a ninguna conclusión, sólo tuve la opción de seguir tragando con el problema.
El despertador sonó a las siete de la mañana para advertirme de que ya era el momento de empezar a prepararme psicológicamente. Me levanté de la cama, escogí la ropa que no quería desperdiciar y me metí en el baño. Desabrochando botón a botón, observaba mi pecho estrenando un nuevo hematoma. Una vez que mi cuerpo se encontraba totalmente al desnudo, observé cada uno de los rincones que lucían las manchas.
- Laura, es hora de irnos. – Me advirtió mi madre desde el exterior del baño una vez había finalizado de ducharme.
- Voy enseguida… - Contesté dubitativa.
Me subí en el coche sin haber desayunado, me hacía sentir muy pesado en el estómago. Contemplaba cada uno de los lugares que visitábamos a lo largo de los días de camino al instituto, eso me ayudaba a pensar. Mi madre no perdía la ocasión de preguntarme cada mañana sobre mi estado anímico y cómo me iba la vida académica. No pude decir otra cosa que “como siempre”.
Al bajar del coche, me quedé paralizada ante el instituto, observando la gente que entraba y salía. Por el momento, no había señales del paradero de Juan y la pandilla, por lo que decidí adelantarme para no verlos y entrar en el instituto. Raquel todavía no había venido y salí del centro. Llegó la hora de subir a clase y la llegada de Raquel se sincronizó con el timbre.
Entré en clase y me coloqué en mi sitio, justo enfrente del profesor, para que este fuera capaz de ver las acciones de mis compañeros. Justo antes de comenzar la clase de Filosofía, llegó Juan sin la compañía de sus colegas. Fue la primera clase en la que pude atender sin ningún inconveniente. Al acabar, la gente decidió ir a casa ya que ningún profesor, excepto el de la materia anterior, había venido al instituto por la huelga de profesores y yo no iba a ser menos. Decidí llamar a mi madre para que viniera a buscarme.
Justo en la rotonda que conectaba el instituto con la calle, percibí una presencia a mi espalda y estaba claro que no era el frío. De pronto, noté que un dedo me había dado varios toques en el hombro, miré rápidamente atrás y bajé la mirada al comprobar que era Juan. Con su mano derecha me agarró del mentón y me elevó la cabeza para mirarlo a los ojos.
- Tranquila, no he venido con esas intenciones, quiero cambiar y para eso debo empezar por pedirte perdón.
Todo lo que tenía que decirme después de todas las veces por las que había sufrido por su acoso constante, era un simple perdón. Eso hizo imaginarme un haz de luz entrando en una nube oscura que provocaba un claro en la penumbra. Puede que actuara inconscientemente al mostrarle una pequeña sonrisa y decirle:
- Gracias de verdad. – Mostró una mueca de liberación después de mi intervención. – No sabes como te agradezco que me pidas disculpas.
- ¿Te apetece tomar algo mañana para demostrarte que no te miento? – Mi interior me pedía que no aceptara, pero mi corazón pedía darle una oportunidad.
- De acuerdo. – Justo en ese momento, llegó mi madre para recogerme y él al verla me despidió con un beso en la mejilla.
Vi la reacción de mi madre cuando me subí en el vehículo, pero se ahorró sus palabras con mi mirada que transmitía la orden “cállate”. Cerré la puerta y al arrancar, mi madre inició el interrogatorio de grado cinco. Ella no entendía mi relación con él del mismo modo que yo no entendía el significado de aquel beso.
Al llegar a casa empecé a revisar mi armario para la cita, pero seguía sin comprender esa situación. Esa tesitura no me hacía recordar que él había sido la razón por la que había pasado noches en vela y por la que habían aparecido marcas en mi cuerpo, por lo que podía llegar a ser un problema a la hora de analizar las acciones que tendría en la cita. También pensaba en que la gente puede cambiar, ese fue el motivo por el que asistí a la cita al día siguiente.
Había pasado una noche terrible, pensando en si sus intenciones serían serias o si se trataba de otro truco, pero en la vida tenemos que dar segundas oportunidades. Habíamos quedado en el parque de Freixeiro, un lugar íntimo y a la vez público que conectaba con la carretera. Decidí ponerme un vestido con estampado de flores, que solía representar la frescura del Carpe Diem, por lo menos es lo que nos había dicho la profesora de Lengua Castellana.
Opté por esperarlo en un banco del mismo parque, en concreto en uno de los que se situaba bajo el puente. Mirando al infinito, vi como se aproximaba Juan, vestido con una sudadera y un pantalón de chándal negro. Ese día mis sentimientos no estaban definidos, por primera vez encontraba a mi compañero de clase bastante atractivo. Me levanté del banco y le di dos besos en señal de saludo, él me dio la mano y decidimos caminar a lo largo del parque.
Mantuvimos una larga conversación mientras paseábamos por el camino, ahí descubrí que no era lo que aparentaba ser. Por la conversación deduje que era una persona dulce y romántica, que sabía cuidar de sus seres queridos y en diversas ocasiones había entendido que sentía algo hacia mí.
No paraba de hacerme reír hasta que llegó el momento en el que el silencio se adueñó de nuestra conversación y la única salida que encontró fue darme un beso. Millones de sensaciones pasaron por mi cuerpo, alegría y tristeza se batieron en duelo en mi mente y tanto el miedo como la diversión, establecieron la tregua para dejarme descansar y sentir sus labios en contacto con los míos. Décimas de segundo me hicieron sentir confusa al ver el destello de sus ojos irradiarme seguridad.
Me ofreció ir al punto más apartado del parque, junto a unos arbustos que nos garantizaban la privacidad que necesitábamos. Nos tumbamos en el césped aprovechando que no estaba mojado por los días de sol que habían permanecido a lo largo de la semana. Su mano no paraba de rozarme la mejilla a la vez que sus labios continuaban ofreciéndome esos besos de lujuria y pasión desenfrenada. En el momento en el que su otra mano fue acelerando el ritmo dejándola bajar hacia mi cintura, intenté aminorar, pero dejó de acariciarme el rostro para sujetar mi mano, limitadora del ritmo.
Toda la pasión sentida anteriormente pasó a convertirse en terror, un miedo que casi era palpable y que se canalizaba a través de mi cara. Para mi sorpresa, los colegas de la pandilla de Juan salían de su escondrijo situado en los arbustos, riéndose de la situación a la que estaba siendo sometida en el lugar más remoto del parque donde ni el más irritante sonido sería escuchado en la zona transitada.
Juan comenzó a subirme la falda y otro de sus amigos empezó a sujetarme de las muñecas para no oponer resistencia.
- ¡Aguantádmela ahí! – dijo Juan al mismo tiempo que empezaba a desabrocharse el pantalón y a bajarlo.
- ¡Vamos tío, es tu oportunidad!- sus secuaces no paraban de animarlo mientras que yo manifestaba mi rabia con lágrimas y con la agitación de mis extremidades.
Por más que intentara resistirme, Juan me había hecho sentir cosas que nadie había conseguido. Construir castillos en el aire respecto a nuestro futuro había sido el puñal más doloroso que nadie pudo haberme clavado. Noté el roce de su miembro acercándose a mi juventud, poco a poco mi alma se iba desgarrando, marchitando la esperanza de ser salvada.
Su brusquedad fue lo que todavía sigo sintiendo en este momento. Al terminar, se fueron, dejándome sola, tirada en el césped del lugar más oscuro del parque natural, con la ropa arrugada y resquebrajada. No había parado de llorar hasta que mi madre llamó para avisarme de su llegada a la entrada del parque.
Intenté disimular las secuelas que me habían dejado y estiré las mangas del vestido para tapar las marcas de mis muñecas. Al llegar a casa, fui al cuarto de baño de mi dormitorio y cogiendo las tijeras del botiquín, empecé a rememorar todos estos acontecimientos desde la mañana del día anterior. Con la cuchilla de la tijera, comencé a ejercer intensidad en mi muñeca y a deslizar en sentido vertical. Un río de sangre comenzaba a circular por mi brazo. Cada segundo que continuaba la trayectoria del corte, intensificaba el dolor de todo el tornado de emociones que me han hecho sentir en tan sólo dos días.
Ya no tenía fuerzas para continuar con el corte, mi cuerpo se desplomó en el suelo del cuarto de baño, atrayendo la atención de mis padres, que habían venido desde el piso de abajo para no dejar de llamar a la puerta e intentar que yo saliera. En vista de la ausencia de mi respuesta, mi nublada y borrosa visión, me permitió ver como mi padre tiraba la puerta abajo acercándose con rapidez hacia mí, pero desgraciadamente, ya era demasiado tarde.